Asesor fiscal en confinamiento. Día 37.

Hace exactamente una semana (aquí) os explicaba mis dudas acerca de que, aún queriendo, la Administración tenga capacidad para ayudarnos a afrontar la presente crisis económica. En cambio, la Administración sí tiene la inmensa capacidad de perjudicarnos o agravar nuestra situación, debilitándonos aún más o haciendo imposible el esfuerzo.

A estos efectos, momentáneamente, debemos abstraernos de quienes son los actuales ocupantes del Gobierno y de la Administración. Es relativamente irrelevante.

Como es de sobras conocido, el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, declaró el Estado de Alarma a partir del pasado 14 de marzo. Y según las últimas noticias, lo más probable es que, aún se mantengan sus efectos como mínimo hasta el próximo 11 de mayo, un par de meses.

Esta decisión comporta un auténtico parón económico sin precedentes. Aunque el cierre total de las actividades, aparentemente, sólo fueron dos semanas, la realidad es que, el confinamiento general de la población y el cierre de todo el comercio y establecimientos al público, salvo las excepciones básicas, generan una brutal paralización de la actividad económica para una gran parte de las empresas de este país y con afectaciones más o menos severas para el resto de empresas.

Todo el teletrabajo que queráis, pero, la realidad nos está demostrando que hay una seria ralentización económica y, a excepción de determinados sectores o empresas concretos, la mayoría del sector privado ve como sus ventas (ingresos) desaparecen o disminuyen de forma sustancial.

Por supuesto, los mercados bursátiles, como buenos medidores del impacto económico de cualquier suceso sobrevenido, a finales de febrero, viendo la extensión de la crisis sanitaria en Europa, reaccionaron de forma virulenta recogiendo la previsible caída de las ventas y el empobrecimiento general de las poblaciones.

Como podéis ver, la caída del IBEX-35, en apenas un mes, fue cercana al 40%. Es más, la Bolsa cayó de forma dramática durante las dos primeras semanas de marzo, entre otras razones, porque los inversores comenzábamos a ver que la inacción de los Gobiernos iba a profundizar los efectos económicos de la crisis sanitaria.

Y es que, la decisión del inicio del confinamiento (unido a otras medidas de prevención y/o control de la expansión de la pandemia), entre otras, condicionan la duración efectiva del parón de la actividad.

Os adjunto un par de cuadros del Ministerio de Sanidad de la evolución de los efectos del COVID-19 señalando la fecha del inicio del estado de alarma y contención de la pandemia. Por supuesto, son los datos oficiales, pendientes de verificación cuando se permita hacer el adecuado contraste con la realidad.

Pues bien, viendo que, la crisis sanitaria era susceptible de causar daños en la Economía, enseguida comenzaron a evaluarse el impacto y los escenarios de recuperación. Que si salida en «V», que si en «U», en «meseta inversa» o directamente, en desastre total.

Todo ello es mucho más sencillo de lo que parece. Os explico cómo lo veo.

Asumiendo la hipótesis fundamental, que la crisis sanitaria conlleva un parón económico y que existe una pérdida global de ingresos, la cuestión es determinar de cuánto estamos hablando.

En una caída de ventas y pérdidas de valores, es tan relevante determinar la profundidad de la caída como el tiempo necesario para lograr la recuperación.

Respecto al primer aspecto, los inversores tenemos muy claro que una caída de valor de un 10% no es proporcional a la caída de un 30%. Si nuestras ventas descienden un 10%, para recuperar el valor previo, bastaría un aumento desde mínimos del 11,11%. En cambio, si descendieron el 30% (3 veces más), el incremento deberá ser del 42,86% (es decir, 4 veces más). Si seguís haciendo cálculos, con descensos del 40% o del 50%, veréis con gran preocupación que el rebote deberá ser del 66,67% o del 100%, respectivamente.

¿A qué viene esto? Pues, muy sencillo. Pensemos en una tienda de ropa y complementos como la que tengo debajo de mi oficina. Simplificando y asumiendo una distribución lineal de sus ventas, el cierre de la tienda durante un mes supone un descenso de sus ingresos en el 8,33%. Así que, cuanto más tiempo pase cerrada y sin capacidad de generación de recursos, mayor es la profundidad de la caída, agravando y dificultando su recuperación.

Pero es que, además, la profundidad de la herida económica, como en nuestro cuerpo, es determinante o no para la supervivencia. Así como una incisión cutánea por un arma o objeto que nos golpea puede ser leve y, tras unas curas y algo de bondad, enseguida nos restablecernos quedando una cicatriz que nos sirve como testigo mudo del dolor y de la desagradable experiencia. Ahora bien, cuando el arma o el objeto contundente penetra en nuestra carne y logra afectar a órganos vitales, nuestra vida corre serio peligro y no siempre se consigue sobrevivir y, cuando lo hacemos, en muchas ocasiones, hemos tenido que sacrificar órganos, miembros y/o convivir con graves limitaciones.

Pensemos en la tienda que os comentaba. Para empezar, un mes, es capaz de asumir el coste de la estructura y del personal que necesita para operar, ahora bien, si el cierre se demora en el tiempo, es posible que deba plantearse renunciar a parte de la plantilla, lisa y llanamente, para poder subsistir financiera y económicamente en el futuro. Por supuesto, que todos los planes de inversión y expansión (mejoras en las instalaciones y equipamientos, publicidad, apertura de nuevos establecimientos, etc.) quedan aparcados a la espera de mejor ocasión.

Por tanto, la primera conclusión a la que podíamos llegar es que la duración del estado de alarma agudiza los efectos de la crisis económica, agravando directamente la herida en el sector privado y, en segunda instancia, el sector público tendrá una futura pérdida de ingresos públicos, lastrando su capacidad de ayuda y sostenibilidad del fantasmagórico Estado del Bienestar.

El segundo aspecto es el tiempo que se necesita para la recuperación.

Para una misma herida, hay personas que tienen mayor capacidad de regeneración y recuperación, de tal forma que, en un plazo más breve están en situación de desarrollarse con normalidad.

Pensemos, por ejemplo, en una peluquería. Es probable que, en cuanto abra las puertas, enseguida tendrá clientes y pueda volver a una cierta «normalidad». Para este tipo de negocios, el parón han sido una especie de «vacaciones» inesperadas. Ahora bien, en el caso de una agencia de viajes, el ciclo de generación de ingresos es mucho más lento y, por más que se ofrezcan ofertas y bonificaciones en precios, resultará complicado que los potenciales usuarios vuelvan a tomar decisiones de viajes y estancias.

En este sentido, es importante tener presente la estructura económica y empresarial de nuestro país. Según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística, tenemos un sector primario que no alcanza el 3% del PIB, el sector industrial próximo al 20% (del cual, la industria del motor está entre el 5% y el 6%), la construcción alcanza el 10% y, el resto, un 67% del PIB corresponde al sector servicios. Dentro del sector turístico genera alrededor del 15% del PIB y el comercio un 12% del PIB.

Si tenemos presente el diagrama propuesto por Deloitte® en su informe sobre el impacto del COVID-19, es fácil intuir que, tenemos unas perspectivas preocupantes porque, la duración y el alargamiento del estado de alarma afecta decisivamente a tres de los cuatro grandes sectores económicos de nuestro país, turismo, comercio y construcción, sin que el resto de sectores (salud, tecnológico y comercio electrónico, alimentario, etc.) tengan la capacidad suficiente para compensar estos daños.

Si profundizamos en el análisis de las empresas de esos sectores, veremos que tienen una gran sensibilidad al parón económico, son vulnerables pues tienen elevados costes de estructura (siendo especialmente significativo el coste laboral) y con difícil capacidad de obtener fuentes de ingresos alternativos. Asimismo, salvo el comercio electrónico, no son sectores en los que la transformación digital tenga una gran incidencia pues dependen del nexo físico (las playas, la vivienda, el centro comercial, etc.).

En resumen, la extensión de la limitación (parcial o total) a la actividad económica alargan la recuperación, pues las empresas estarán más perjudicadas, de tal forma que corremos el peligro de que se prolongue indefinidamente el daño en la Economía.

Para evitar interpretaciones «extrañas», en ningún momento, cuestiono la necesidad de limitar la movilidad de las personas y las medidas de control de la pandemia. Además, la prioridad máxima es asegurar la vida de (todas) las personas. Pero, así como el COVID-19 mata, también el hambre y la pobreza perjudica la salud de las personas.

En conclusión. Este es el enésimo ejemplo de que los Estados y Gobiernos apenas tienen capacidad para apoyar y resolver los problemas económicos de los ciudadanos, pues, aunque quieran, tienen unos recursos limitados, sin embargo, con sus (malas) decisiones pueden agravar los daños económicos de los ciudadanos.

En su momento, habrá que analizar si en el caso del actual Gobierno tomó las decisiones adecuadas, de acuerdo con la información disponible. No entro en ello, aunque tengo mi opinión al respecto. Como he tratado de explicar, la determinación de la fecha del inicio del estado de alarma ha condicionado decisivamente, aparte de la extensión de los daños humanos y personales (fallecidos y afectados), la duración del estado de alarma y el daño económico real. Si queremos que esto se siga pareciendo a una verdadera democracia, alguien deberá asumir las correspondientes responsabilidades.

2 pensamientos en “Asesor fiscal en confinamiento. Día 37.

  1. Jordi Molina

    Muy buenas Emilio (con tu permiso te tuteo),,

    Gracias por tu análisis de los efectos económicos, yo solo les daría el carácter de aproximación, porque el futuro de las próximas semanas/meses (con una posible segunda ola de contagios) todavía no lo podemos vislumbrar.

    Respecto al baremo sanidad vs economía, como bien dices, el hambre o falta de recursos también mata. Para eso tenemos al Estado, que está intentando paliar el batacazo en las familias y en las empresas. Obviamente no es todopoderoso, y una segunda ola de contagios nos dejaría muy tocados, por eso hay que manejar la situación con extrema delicadeza.

    Respecto al tema de las responsabilidades, todos nos tendríamos que aplicar el bálsamo. Recuerdo como el fin de semana que se decretó el estado de alarma, con muchísima gente en segundas residencias y en saraos varios. Y no vale que el Gobierno no lo previó, la responsabilidad personal también existe. Hagamos todos un examen de conciencia.

    Un saludo desde Barcelona, Jordi Molina

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    1. Emilio Pérez Pombo Autor

      Gracias Jordi por leerme y tu magnífico comentario. Me permito un apunte. Siempre aludo a la responsabilidad individual. Creo que no podemos buscar excusas en terceros de nuestras malas decisiones. Yo mismo he escrito que, hasta dónde yo sé, la gente no fue obligada a ir a manifestaciones, mítines, estadios de fútbol o discotecas. No el famoso fin de semana, sino las semanas anteriores al decreto de alarma. Yo, personalmente, tenía previsto un acto de presentación de mi libro el 2 de marzo. Lo anulé la última semana de febrero. Por tanto, comparto que, cada uno debe asumir su cuota de culpa o negligencia.
      Ahora bien, también es cierto, que las acciones de las personas tienen un alcance y trascendencia limitados. No podemos ordenar el cierre de empresas, por ejemplo, salvo la nuestra. Y la inmensa mayoría de la población, no tiene los medios y recursos que las instituciones para obtener información y previsiones de calidad. Por último, yo no entro si debemos alargar o no el confinamiento (es una decisión que espero se tome correctamente), ahora bien, las malas decisiones por parte de la Administración (quien sea) tiene consecuencias nefastas para el conjunto de la ciudadanía. Esa es mi tesis. Y alguien debería asumir esa responsabilidad. ¿O sólo deben asumirla los ciudadanos?
      Te reitero mi agradecimiento por tu aportación. Un abrazo. Emilio.

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