720 denarios de plata.

Las últimas jornadas habían sido agotadoras, pese a ello, se movía inquieto en el improvisado lecho. Cuando aceptó seguir adelante nunca pensó que su vida se iba a ver desbordada de tal manera. Él ya peinaba unas abundantes canas que anunciaban el ocaso de su existencia, un discurrir vital que si por algo se había caracterizado hasta la fecha es por un tranquilo devenir y una notable entrega a su oficio, su gran pasión.

¿Dios mío, cómo ha podido sucederme esto a mí? Agitado, convulso, nervioso, trémulo, preso de un desasosiego impropio de él. Vuelta y vuelta en el improvisado jergón, sin encontrar la posición adecuada para dejarse llevar por el cansancio, pese al extraordinario silencio de esa noche. Todo estaba en calma, pero él sabía que ese lapso sólo era un breve paréntesis en la intensa vorágine en la que se veía imbuido.

De repente, la mano frágil y suave de su dulce acompañante le agarra la muñeca y, al notar el calor de su palma en su piel, se encoge inerte y se siente culpable por haberla despertado.

  • ¿Qué pasa José? – le susurra la joven que permanece recostada a su vera.
  • No, nada. Tranquila, descansa. – Contesta sin excesivo convencimiento, esperando que fuese suficiente para no seguir con la conversación y, con algo de fortuna, aprovechar esos breves instantes de calma para conciliar definitivamente el sueño.

Sin embargo, ella incorpora su torso y acerca su mirada a su rostro, sin decir nada. Sencillamente, lo observa. José suspira y asume que no puede permanecer más tiempo callado pues entiende que ella espera que hable. Y ya sabemos que cuando una mujer se muestra expectante resulta complicado eludir la conversación. Así que, con cierta desgana, también se incorpora y se sienta a su lado.

  • Es que, todo esto es un lío. Un lío grandísimo.
  • ¿Estás agobiado por la crianza del niño?
  • No…, bueno sí, ¡claro! Pero esa sólo es una de las preocupaciones. Yo… – José balbucea. Él es una persona sencilla, un magnífico artesano y un buen empresario, pero tímido y con limitada cultura, apenas había ido a la escuela en su infancia y con escaso interés en los saberes más allá de su oficio. – Yo ya tenía asumido que hacerme cargo de un niño a mi edad podía traerme algunas complicaciones, pero todo esto es demasiado.
  • ¿A qué te refieres?
  • ¿Cómo qué a qué me refiero? ¡A esto! ¡A esto! – Y señala agitadamente sus manos señalando a su alrededor.
  • ¿Estás preocupado porque estamos en un cobertizo y no estamos en una habitación de la posada?
  • ¡No! Bueno, sí. Pero no es eso.
  • Pues no lo entiendo José.
  • ¡A ver cómo lo explico! – Estaba claro que las palabras y pensamientos represados se iban a desbordar. – A mí me conocen bien en Nazaret pues me he pasado casi toda mi vida allí. Y a mi padre Elí, era ya de sobras conocidos. Somos una familia sencilla, nos hemos ganado bien la vida trabajando, pero sin grandes lujos, al contrario. No nos ha faltado pan, pero nunca nos ha sobrado el dinero. El taller da para lo que da. Tú ahora ya lo ves y lo sabes. Pues bien, un hombre como yo, escasamente agraciado y que no ha encontrado una mujer que pose su mirada en mí, resulta que, así, sin más, conoce a una joven hermosa con la que tiene un hijo.
  • ¡Pero tu corazón es noble! Eres un buen hombre y respetado.
  • Sí, ¡todo lo que tú quieras! Pero no soy como Nathan, o Jacob o el hijo del panadero, ese tal…
  • ¿Eliseo?
  • Sí, ese. Lo normal es que una joven como tú mire a hombres como esos, más apuestos y con un futuro prometedor, no alguien como yo que, casi anciano, apenas tengo riquezas o bienes para asegurarte una vida digna. Pero eso es sólo el inicio. Ya suena raro que, de repente, yo encuentre el amor a estas alturas de mi vida. Pero lo que no sé cómo explicar es que, en un momento dado, cogemos los bártulos y la vieja mula, nos venimos a Belén para darnos de alta en el censo para declarar rentas y que nos asignen qué tributos debemos pagar. Venimos aquí, no tenemos dónde hospedarnos. ¡Fíjate cómo me miraba el publicano! Cuando te vio que venías tan encinta, pensó que lo había hecho a propósito para darle pena y así eludir el pago de impuestos. ¡Maldito sea!
  • ¡José!
  • Perdona. Pero es que esos… los recaudadores de impuestos y los romanos esos que mandan ahora, sólo piensan en quitarnos los bienes y dinero, son incapaces de entender que tenemos muchas otras obligaciones que atender. ¡Y encima para darle los tributos a un César que nadie conoce!
  • José, déjalo. Ellos también tienen sus familias y obligaciones. No merecen tus palabras.
  • Sí, sí, lo que tú quieras. Pero el publicano se quedó con mi cara y mi nombre. Yo le dije que tenía lo que tengo. Le conté la verdad. Somos gente trabajadora y humilde y podemos pagar la contribución mínima. Prueba de ello, es que, veníamos con lo puesto. El hatillo, algo de comida y la vieja mula, aparte de algunas monedas para el viaje. Y de repente, ¡pum! Al cabo de dos o tres días, cuando mañana regresemos a nuestra casa y volvamos a pasar por delante de su puesto y recojamos los papeles, ¿cómo explico esto?
  • ¿Al hijo?
  • ¡No! ¡Esto! – exclama José totalmente nervioso y exaltado. Y mientras señala a su alrededor grita – ¡Mira!
  • ¿Los bienes y el ganado?
  • ¡Claro! Es que, llegamos sin nada y, ahora, en unos días resulta que tenemos una pequeña fortuna; cabras y corderos por doquier, comida, vajilla, ropas, mantas, etc. ¡Nos volvemos cargados! Desde que nació el pequeño desde hace dos noches, no han parado de venir personas, gente de buena voluntad, a dejarnos presentes y, así sin más, tenemos de todo y yo no sé cómo explicar de dónde ha salido, ahora bien, lo que está claro es que yo no lo podía pagar con el escaso dinero que contenía mi bolsa, como le mostré al publicano. ¡A ver cómo declaro estas rentas y cómo me han aparecido! ¡Ya verás qué tributos me van a caer! Y si no tenía suficiente, ayer van y se presentan esos tres extraños, de allende los limes, dándonos aún más regalos… ¡Y vaya regalos! ¡Oro, incienso y mirra! ¡Lo que me faltaba! ¡Cómo si yo fuese el Rey de Saba o un viejo faraón! Ya verás tú, 720 denarios de plata me van a exigir como mínimo, y yo no he reunido 720 denarios de plata juntos en mi vida…. Si es que, al final, pensarán que tengo fuera del imperio una fortuna escondida. ¡Claro! dirán las alcahuetas de Nazaret, ahora se explica todo…. Ya me imagino sus boquitas cuchicheando. Pero de esas no me preocupo, el problema son los soldados y ese maldito publicano… ¡Ya verás tú!

Su rostro se iluminó y, llevándose la mano delante de su boca, comenzó a reír ante el estupor e incredulidad de José. Su sonrisa era amable, no bulliciosa, como la de un pequeño que esconde el secreto de una travesura.

  • ¿De qué te ríes? ¿Qué te hace tanta gracia?
  • ¿Recuerda aquel conocido tuyo de Séforis con el que fuiste a coger agua al río?
  • Sí, por supuesto.
  • Pues bien, mientras estuviste con él, vino el publicano del que hablas. Se arribó hasta aquí, se postró ante nuestro hijo y con delicadeza me entregó un pequeño rollo que guardo entre las prendas del niño para acreditar que tenemos todos los tributos pagados y podemos volver a nuestro hogar sin problemas. Así que, José, si eso te desvelaba, descansa tranquilo.

El sueño de San José (1805). Vicente López Portaña. Museo del Prado.

José se había quedado pasmado. Vacío, sonrojado, aliviado. No sabía qué sentía, mucho menos, qué decir. En esa quietud, de repente, un pequeño llanto rompe el silencio.

  • Ya que estás despierto, José, hazme un favor, ocúpate de nuestro hijo, acúnalo y aprovecharé estos momentos de calma para descansar antes de darle de comer de nuevo. Aunque no lo creas, te quiero José, eres un buen hombre…

* * * * *

Queridos amigos, creo que todos hemos compartido un año muy complicado, tanto en lo personal como en lo profesional, y con el vívido recuerdo de los que nos han dejado, de todo corazón queremos compartir el deseo de que tengáis una Feliz Navidad, el mejor 2021 posible, y que, para afrontar los retos y dificultades que se nos presenten, tengamos el corazón pleno de buena voluntad y lleno de esperanza.

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