Quijotadas burgalesas

Tal día como hoy, 7 de octubre, pero de hace 450 años, la Armada española consumó una victoria frente al invasor turco, que sirvió para aquilatar la grandeza del mayor imperio que han visto los hombres y, lo que es todavía más importante, para sustraer Europa del yugo islámico.

Esta hazaña se produjo en la conocida batalla de Lepanto, en la que un escritor de teatro que suspiraba por la fama del Fénix de los Ingenios, perdió gran parte de la movilidad de una de sus manos por culpa de unos arcabuzazos.

Obviamente, les hablo de Cervantes, el magno autor de la obra más grande de la Literatura de todos los tiempos, a la que se le atribuyen apócrifamente diversas frases que articulistas y orates de medio pelo repiten continuadamente para mostrar su (falsa) erudición y, sobre todo, que forman parte de ese porcentaje mayoritario de la población que no ha leído ni una sola vez ninguno de los dos tomos del Quijote.

Es el caso de la paremia “ladran, luego cabalgamos”, que no aparece en la obra, al igual de “con la iglesia hemos topado” y otras frases que la sabiduría popular ha adquirido como propias pero que, ni en el lenguaje culto ni mucho menos en el especializado -el metalenguaje-, deben ser utilizadas. Todavía menos si, para culminar el dislate, es un inspector de hacienda el que se pone en el jubón de Sancho o subido pomposamente a Rocinante para expresar tan desafortunada expresión delante de jueces y asesores a los que, con tal metáfora, acaba comparando con vulgares y pulgosos canes.

Volviendo a don Miguel, tomó parte en la citada contienda naval a bordo de la galera Marquesa y dirigido por don Juan de Austria, en una vida preñada de aventuras que le había llevado a huir previamente a Italia tras participar en un duelo en su juventud y, ulteriormente, a vivir diversos cautiverios. En Argel estuvo en prisión por causa militar, pero también lo estuvo en Sevilla y en Córdoba, por motivos menos elevados: el ilustre literato, convertido en recaudador primero de bienes para la Armada Invencible y, luego, de alcabalas e impuestos para la Corona, fue acusado de quedarse con parte de la recaudación y hasta de participar dolosamente en la quiebra de una entidad financiera.

Este mes de octubre se celebró en Burgos, presencialmente, el ya tradicional congreso tributario que coorganizan la Asociación Española de Asesores Fiscales y el Consejo General del Poder Judicial, en el que asesores y jueces discuten y aprenden acerca de cuestiones latentes de especial trascendencia en el ámbito tributario y en el que se han venido introduciendo en los últimos años miembros de las diversas autoridades fiscales patrias, con voluntad muchas veces propagandística y hasta lastimera.

En la ciudad los hoteles y restaurantes estaban llenos, pues junto a los fontaneros fiscales, también se celebraban unas jornadas que reunían a electricistas de toda España. Curiosa hermandad la de unos y otros, moduleros e inspectores sin cortocircuitarse.

La chispa del congreso la quiso poner la misma actuaria que escuchaba ladridos en la platea del Fórum Evolución, quien se mostró muy ufana de que Cervantes hubiera ejercido de publicano del fisco, olvidando que sus malas artes en la praxis recaudadora le llevaron a presidio o, lo que es peor, pensando que se había equivocado de público y que los que nos encontrábamos allí presentes pertenecíamos al gremio aparentemente menos ilustrado de “Manolo y Benito, Chapuzas a domicilio”.

No es de recibo acudir a un acto en el que participan los jueces que interpretan las leyes y los representantes de los contribuyentes a poner en duda la jurisprudencia contraria a los intereses recaudatorios, ni a tratar al ciudadano como presunto defraudador en potencia. Tampoco ayuda que a uno lo tomen por tonto, por inculto o por un perro. O las dos cosas a la vez. Pero si, a eso, le añadimos que el entorno en el que cuestionan tu inteligencia es el discurrir de una letanía propagandística que intenta justificar las malas obras de la Administración tributaria, sin asunción alguna de culpa, lo menos es acabar con una sensación algo irritante.

Menos mal que, entre morcilla y morcilla -culinaria, me refiero-, vivimos el reencuentro con multitud de amigos que no veíamos hace tiempo, que ansiábamos abrazar y con los que tomamos los productos de la zona y compartimos un programa lúdico sensacional, perfectamente organizado y que nos dejó anhelando que llegue ya el siguiente encuentro. A poder ser, sin innecesarias quijotadas.

5 pensamientos en “Quijotadas burgalesas

  1. Javier

    Es vergonzoso que nos traten de ignorantes, aquellos recaudadores que ignoran la diferencia entre un terreno y un solar (bien inmueble suelo independiente).
    Recaudando tributos al valor catastral que ha liquidado gravamen de IBI, deducible del valor comprobado en mismo bien inmueble (suelo en solar), que no es tierra en terreno ni suelo en terreno.

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  2. JOSÉ

    Efectivamente, al igual que tampoco Conan Doyle escribió nunca: “elemental mi querido Watson”, puede que si acabe ocurriendo como en la la famosa frase que se atribuye a Mark Twain: “Ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”. Y añado yo: por más que las estadísticas se empeñen en lo contrario y se venga investido de opositor ya de casa. Dicho sea con venia y en términos de defensa, claro está, que los blogs los carga el diablo.
    Buena reflexión, Esaú.

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  3. Cervantes

    Pues en verdad que está ya duro el alcacel para zampoñas, así que cualquiera le explica a usted lo que es el leguaje figurado. Sería como dar un puño en el cielo.

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    1. Esaú Alarcón García Autor

      ¡Llaneza, muchacho: no te encumbres; que toda afectación es mala! (Ítem más tras varios días de romperse la crisma en pensar la respuesta más sedicentemente gracioseta). Esaú

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