Carta a los Reyes Magos Tributarios

Queridos Reyes Magos Tributarios:

Este año he sido muy muy buena y me he portado muy bien. De verdad. Prueba de ello es, por ejemplo, el enorme provecho que he sacado de los juguetes que, sin yo pedirlo, me habéis ido trayendo por sorpresa estos últimos años.

Con las Sopas de letras que son los informes que tú, Gaspar, me traes cuando te das una vuelta por la OCDE y su Marco Inclusivo —o por la Comisión Europea, que tanto da—, he aprendido sin rechistar un montón de siglas nuevas y ahora soy capaz de recitar de carrerilla, y sin necesidad de consultar a San Google, el significado de ETR, IIR, UTPR, Gilti, GloBE, BEAT, BEFIT y muchas más. Mi memoria me pide que os traslade sus gracias más efusivas. También me he entretenido muchísimo con ese Do it yourself normativo que también tú, Gaspar, me trajiste hace unos años —sí, sí, ese Instrumento Multilateral que te pareció tan útil para entretenernos a todos— y ahora, tras horas y horas de entrenamiento encajando sus piezas, soy capaz de afrontar yo solita la lectura de cualquier manual de instrucciones y con ello dar respuesta inmediata a cualquier desafío doméstico. También mi marido y mis hijas me piden que os traslade su más franco agradecimiento. Cierto es que para encontrar la parte provechosa de otros regalos de este año (de la DAC-6, en particular) me está costando un poco más coger el tranquillo, pero el balance global arroja sin duda un saldo positivo.

Por eso, porque este año de verdad que he sido muy buena, os agradecería mucho que me regalaseis algo de lo que os pido. Ya sabéis que los regalos sorpresa —salvo si son flores, libros, vino, una escapada romántica a un sitio guay, o un masaje Ayurveda— no me hacen tanta ilusión, aunque luego me afane mucho en jugar también con ellos.

Y para facilitar las cosas, porque sé que otros amigos míos están también con sus propias misivas, voy a limitar mis regalos a tres.

A ti Melchor, que encarnas la sabiduría que ha de tener el poder judicial —pues buena dosis de sabiduría requiere la tarea de no crear el Derecho, sino hallarlo, asegurando al tiempo que los resultados de ese hallazgo sean sensatos y razonables— lo que te pediría de verdad de verdad de la buena es que no nos traigas más regalos sorpresa como ese que incluías al final de esa sentencia reciente sobre la plusvalía municipal y que tan poquito nos ha gustado. Ahora bien, como sé que ese es el regalo estrella de estas navidades y con que se lo traigas a uno de mis amigos, ya lo disfrutamos luego todos, yo te voy a pedir algo mucho más modesto: que, al igual que has hecho con el principio de buena administración, saques brillo y esplendor al principio de proporcionalidad en la aplicación del Derecho tributario en general y del sancionador en particular. Y no me pongas por favor como excusa para no traerme el regalo eso de que “dura lex, sed lex”, porque me ha dicho un pajarito que la ley también articula mecanismos para suavizar su propia dureza (v. gr., art. 29 de la LRJSP), por lo que dura, dura, pues no lo será tanto… Así que solo te pido que no te olvides de ese regalo que Baltasar te hizo en beneficio de los obligados tributarios y que, de vez en cuando (cada vez que el dura lex, sed lex aboque al summus ius, summa iniuria en la aplicación de una sanción) lo saques del armario de los juguetes y lo pongas en acción. Que tú disfrutes con él es el regalo que yo te pido. Eso y que revisites, por favor, y no para aclarar ni matizar, sino para corregir del todo, esa sentencia de 11 de diciembre de 2014 (rec. n.º 2742/2013) en la que concluiste que el margen de maniobra que, a través del principio de proporcionalidad, se reconocía a los tribunales como mecanismo de control del ejercicio de la potestad sancionadora de la Administración, quedó anulado por el legislador tributario con la entrada en vigor de la vigente Ley General Tributaria.

A ti Gaspar, que encarnas la energía de la actitud proactiva que ha de tener la Administración como parte de un poder ejecutivo con iniciativa política, lo que te pediría de verdad de verdad de la buena es que no nos traigas más regalos sorpresa en forma de cambios de paradigma del sistema tributario cuando vuelves de tus periplos internacionales. Al menos cuando ni siquiera hemos terminado de sacar de la caja algunos de los presentes recibidos en el cambio de paradigma anterior. Pero como me temo que ya me has encargado el lego de nueva generación conocido como Los Pilares Uno y Dos, y que en este punto no hay nada que hacer, te voy a pedir, por favor, que tengas en cuenta tú también el principio de proporcionalidad en la aplicación del derecho tributario. Soy consciente de la importancia del crédito tributario y de la necesidad, en aras del bien común, de que todos contribuyamos al sostenimiento de los gastos públicos. Tributa sunt solvenda, por supuesto que sí. Ya sabes, además, porque los Reyes Magos lo sabéis todo, que desde que leí La tiranía del mérito de Michael Sandel, y como nota muy personal, el pago de impuestos para mí no es ya solo expresión de un deber de solidaridad, sino también de gratitud de los que nos debemos sentir afortunados por cómo nos ha tratado la vida. Dicho eso, también pienso que, ese mismo bien común exige que los tributa solo sean solvenda si así resulta de la ley, y es evidente que la ley se enmarca en un sistema jurídico en el que existen principios, como el de proporcionalidad, que pueden afectar al importe del tributum que hay que solventar. En particular, la exigencia del principio de proporcionalidad debería (me parece a mí) tenerse especialmente en cuenta cuando la cuantía a pagar no es propiamente un tributo, porque no tiene fundamento en la capacidad económica, sino en otra cosa: cuando tiene la naturaleza de una multa que sanciona la comisión de un acto ilícito, o cuando desempeña la función de una indemnización por la responsabilidad incurrida en la causación de un daño con culpa o negligencia, por poner algunos ejemplos. Por eso te lo pido como regalo, porque creo que no te creo ningún conflicto de interés en la defensa del crédito tributario que sé que es siempre es el presente, se encuentre o no en las cartas recibidas, que no puedes dejar de traer.

En cuanto a ti, Baltasar, que encarnas la diversidad del poder legislativo (aunque a mí lo que me gustaría es que, además de diverso, fuera un poco más inclusivo: más respetuoso con las opiniones ajenas, más propenso a alcanzar un acuerdo con quien se está en desacuerdo), lo que te pediría de verdad de verdad de la buena, es que no gastaras ni un solo céntimo de esos impuestos que tan agradecida y solidariamente pago cada año en la contratación de esa persona que se dedica a adaptar todos y cada uno de los enunciados de las leyes que apruebas a ese dislate lingüístico, jurídico y, sobre todo, estético, que es el lenguaje inclusivo. Y no solo por las cuatro poderosas razones que, tú que sabes leer muy bien entre líneas, podrás inferir con claridad de esa eventual petición, sino también porque, cada vez que pienso en el puesto de trabajo de esa persona, me vienen a la cabeza aquellas escenas de El Emperador, de Kapuscinski, sobre la trascendente misión vital de algunos empleados de la corte del tirano etíope Haile Selassie, y retorna igualmente el regusto agridulce y compasivo que su lectura me dejó. Os dejo al final, como regalo mío para vosotros, esos pasajes, para que podáis (quizá) entender a lo que me refiero. El caso es que creo que podríamos hacer mucho más feliz a esa persona (la que se encarga de adaptar las leyes al lenguaje inclusivo), sin cambiar su misión vital de dar visibilidad al género femenino (pues supongo que de eso se trata) pero dejando en paz a nuestro lenguaje compartido, si sus funciones se redefinieran para que a partir de ahora, por ejemplo, y por dar una idea, se le pidiera identificar las leyes con el nombre y el apellido de mujeres célebres relacionadas con la materia objeto de regulación. Ley Margarita/Salas, de [la fecha que sea], de Medidas de estímulo a la investigación y desarrollo, por ejemplo. Pero, bueno, como todos sabemos que hasta las cartas a los Reyes Magos tienen sus limitaciones, no voy a pedirte tanto, querido Baltasar. Voy a limitar mi petición a que tú también tengas presente el principio de proporcionalidad en la elaboración de las normas tributarias. Y a que, en aras de esa mesura, de esa proporcionalidad, habilites cauces legales para que, por ejemplo, la defensa del crédito público no se ponga por encima del bien común que es tener la certeza de que la sociedad en la que vives ofrece una segunda oportunidad a quienes han tenido mala suerte en sus negocios. O para que, en infracciones en las que la acción reprobada es exactamente la misma, no se sancione de forma más severa a la que arroja el resultado menos grave. O para que, en orden al cobro del crédito tributario cuando hay pluralidad de deudores, se organice una especie de concurso entre ellos, de forma que en el orden de prelación se coloque siempre siempre en primer lugar a quienes manifiestan la capacidad económica que supone la realización del hecho imponible (esto es, al contribuyente), y se evite reclamar la deuda a terceros que pueden carecer completamente de recursos, o que pueden tenerlos pero en mucha menor medida que los primeros. O para que no se trate como defraudador a quien quiere, pero no puede, pagar sus deudas tributarias. Como ves el regalo que te pido es uno, pero muy fructífero. Y, sí, soy consciente de que para el 5 de enero de 2022 no te va a dar tiempo a todo. Te lo dejo encargado ya, si te parece, para las navidades del año que viene.

Ten en cuenta en todo caso, querido Baltasar, que la atención a ese principio de proporcionalidad, y a otros principios y derechos fundamentales que se encuentran, al menos en teoría, en la cúspide del sistema jurídico, te daría argumentos para no hacer caso a Gaspar —¡tápate los ojos en esta parte, Gaspar!— cuando vuelve de sus viajes internacionales con regalos sorpresa o cuando se siente envidiosillo con los regalos que a veces nos trae Melchor. A mis amigos que son intermediarios fiscales secundarios residentes en Alemania, por ejemplo, les trajiste como regalo no quedar sujetos a las obligaciones de la DAC-6… Supongo que sería en atención a ese principio de proporcionalidad, o quizá pudo ser porque consideraste (allí, no aquí) que en este punto concreto la propia DAC-6 vulneraba el principio de subsidiariedad. Tú sabrás. El caso es que me encantaría recibir un regalillo parecido si hubiera posibilidad. Y también que, de vez en cuando, hicieras caso de lo que te dice Melchor, que al pobre le escuchas siempre mucho menos que a Gaspar.

En todo caso, con lo que traigáis, solicitado o no, me entretendré seguro muchísimo. Así que espero este próximo 2022 con la ilusión y esperanza con las que se termina de escribir cualquier carta a un rey mago… y ya os contaré dentro de un año cómo hemos jugado con los presentes recibidos.

Un abrazo muy fuerte,

Gloria

P.S.: Os dejo aquí las escenas de El Emperador que os había prometido.

“Por ser el lacayo de la tercera puerta fui el más importante de los destinados en la Sala de Audiencias. (…) Cuando Su Más Extraordinaria Majestad abandonaba la Sala, yo le abría la puerta. Mi habilidad consistía en saber abrirla justo en el momento adecuado. Porque si la abriese demasiado pronto, eso podría causar la imperdonable impresión de que invitaba al Emperador a abandonar la Sala. Si, por el contrario, la abriera demasiado tarde, habría obligado al Más Extraordinario Señor a espaciar sus pasos o incluso  detenerse, lo cual habría supuesto un menoscabo a su imperial dignidad…”

“… Nuestro Señor se sentaba en el trono y, una vez hecho esto, yo le colocaba un cojín debajo de los pies. Esta operación debía realizarse sin la más mínima demora a fin de que no se produjera un momento en que las piernas del Honorabilísimo Monarca quedasen colgando en el aire. Todos sabemos que Nuestro Señor era de baja estatura y que, por otra parte, el cargo que ostentaba requería que mantuviera una superioridad ante sus súbditos también en un sentido estrictamente físico. Por eso los tronos del Señor tenían los pies altos, al igual que los asientos (…) Surgía pues una contradicción entre la indispensable altura del trono y la figura del Honorable Señor (…). Y era precisamente el cojín lo que resolvía aquel problema, tan delicado como importante.

Yo fui el porta-cojín del Bondadoso Señor durante veintiséis años. Acompañé al Emperador en sus viajes por el mundo y, la verdad —y lo digo con orgullo—, Nuestro Señor no podía ir sin mí a ninguna parte porque su dignidad continuamente le exigía sentarse en el trono y no lo podía hacer sin el cojín, y el porta-cojín era yo. Yo dominaba a la perfección todo un protocolo especial al respecto, al igual que poseía un tan vasto como útil conocimiento del tamaño de los diferentes tronos reales, lo cual me permitía escoger rápida y certeramente el cojín idóneo, de forma que no se produjera un desajuste escandaloso: que a pesar de todo quedase un resquicio entre él y los zapatos del Emperador. (…)”.

Acerca de Gloria Marín Benítez

Gloria Marín Benítez es socia del departamento de Derecho tributario de Uría Menéndez desde 2015. Doctora en Derecho, combina el ejercicio profesional con la investigación, enseñanza y divulgación jurídicas. Especializada en la dirección letrada de todo tipo de procedimientos tributarios y litigios, su experiencia y sus líneas de investigación incluyen la lícita planificación fiscal y sus límites y el asesoramiento fiscal en materia retributiva, empresa familiar y cliente privado y mercado del arte.

8 pensamientos en “Carta a los Reyes Magos Tributarios

  1. Javier

    Sigue siendo el carbón, como expresión del gasto público, el regalo que recibiremos cada año y que alimenta la implementación del Plan de Control Ttibutario, el régimen sancionador, las Notificaciones Electronicas Obligatorias, el Plan de intensificación de actuaciones.
    Gracias Gloria, por compartir tus deseos. Ojalá se hagan realidad

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    1. Gloria Marín Benítez Autor

      Gracias a ti, Javier. Sí, la falta de aplicación de los criterios de eficiencia y economía, amén del de asignación equitativa del gasto público, es el gran problema que se encuentra detrás del «carbón» que recibimos como presente todos los años… Pero de ilusión también se vive. Decía Martín Caparrós en un artículo reciente que si le preguntaran cuál es la palabra más bonita de la lengua suele pensar que ojalá. Yo estoy de acuerdo con él. Así que, como bien dices tú también, ojalá.

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  2. Ricardo Narbón Lainez

    Un placer leer una carta a los Reyes Magos Tributaros tan conmovedora, aunque me temo que al final sólo te van a dejar carbón.

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    1. Gloria Marín Benítez Autor

      Jajaja. ¡Y eso que me he portado bien! Pero bueno, tengo tropecientos quilos de azúcar ya listos para endulzar el carbón que venga, y ya haremos el pan con la torta, y del roto un descosido… Muchas gracias por tu comentario.

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  3. Pilar

    Tienes razón Gloria. Sólo con pedir proporcionalidad y un poquito de sentido común estaríamos todos el 6 de enero por la mañana dando saltos de alegría…
    Pero estos Reyes Magos me temo que no son los padres que tanto te quieren y buscan lo mejor para ti. Son otros más oscuros y retorcidos… más como Maléfica de la Cenicienta diría yo.

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    1. Gloria Marín Benítez Autor

      La de la Cenicienta, no sé, pero acuérdate que la de La Bella Durmiente, en la piel de Angelina Jolie, no era tan mala y tenía su corazoncito… Así que, por lo menos hasta el 6 de enero, no me quites la magia de la ilusión…;-)

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