Un cuento tributario de Navidad

Barcelona siempre ha sido una ciudad luminosa, incluso en pleno invierno. Sin embargo, en los últimos días, unas espesas brumas acompañan los amaneceres, intensificando aún más la nostalgia y los recuerdos. En el centro de la ciudad, sentada en su despacho, Marta contemplaba extasiada la vaharada que desprendía su taza de té. Se había despertado con una inquietante sensación de contrariedad y extrañeza.

Aunque intentaba centrar sus pensamientos en la cena que se había propuesto preparar, no lo conseguía. Al mediodía, antes de comer, acudiría a buscar a su hermano Lucas al taller ocupacional y, de vuelta, recogería las viandas encargadas. Nada complicado.  Para la noche, aparte de Lucas, sólo esperaba a su mejor amiga, Isabel, en un intento desesperado de combatir las ausencias. Sus padres los habían dejado solos hace unos pocos meses; primero, su padre, víctima del maldito bicho durante la segunda oleada, y, un poco más tarde, su madre, sumida en la tristeza, sin ánimo para afrontar el maligno cáncer que la consumía. Un vacío que sólo lograba olvidar cuando su Lucas la abrazaba sin decir nada o cuando, con sus ojitos almendrados, trataba infructuosamente de guiñarle un ojo. Lucas tenía el don y la prodigiosa capacidad para darle ese cariño que añoraba.

Sin embargo, desconocía porqué en lugar de dejarse llevar por la melancolía, su mente le martilleaba rememorando la comparecencia de ayer ante la Inspección de Tributos.

Hace unos meses, a finales de septiembre, le notificaron el inicio de actuaciones de comprobación e investigación en relación con su actividad económica. En lugar de buscar ayuda o apoyo externo, como asesora fiscal que era, creyó que ella misma podría representarse y gestionar personalmente las actuaciones. Sin embargo, ahora se reconcomía y maldecía por no haber seguido sus propios consejos y recomendaciones. Estúpida arrogancia la suya, pensaba.

En su última comparecencia, ayer, 23 de diciembre, el actuario le anticipó que no le aceptarían la deducción fiscal tanto de las inversiones y como de una gran parte de los gastos del despacho porque, a criterio del Inspector-Jefe, siempre el Inspector-Jefe, no quedaba claro que estuviesen afectos a su actividad profesional. Y todo porque, como el actuario le insinuó, no tenía un espacio diferenciado al de su propia vivienda.

«¿Cómo osará este zascandil cuestionarme la existencia del despacho? ¿Dónde se piensa que trabajo? ¡Será idiota! Estos niñatos recién salidos de la Escuela de la Hacienda Pública que no han visto mundo y no saben nada, fanático adoctrinado. ¿Dónde coño piensa que trabajo? ¿No lo pone en todos sitios, en los modelos censales, en Internet, en mi página web, en todos lados?». Esto se iba diciendo Marta a sí misma mientras el Inspector se explicaba, o por lo menos, creía recordar que así había sido. «No puedo entender que este pardillo que, apenas, sabe hacerse el nudo de la corbata me venga con estas tonterías y se atreva a cuestionarme el despacho. Me lo dice por culpa de esta mierda de conexión vía Zoom, si fuera en persona, estoy segura de que ni osaría planteármelo…».

Sea como fuere, tras la exposición del Inspector, se quedó tan desconcertada y contrariada que, más allá de algún gruñido o sonido incomprensible, calló, firmó la diligencia y finalizó abruptamente la conexión. Sin venir a cuento, de repente y lentamente, las lágrimas surcaron sus mejillas.

Era incapaz de verbalizar sus evocaciones, había algo de humillación e indefensión, con un sensación de abandono y soledad, unido todo ello a una infructuosa y angustiosa necesidad de arropo.

¡Ring, Ring!

El desagradable estruendo del timbre consiguió que se desperezara, dejara sus recuerdos, retornándola al inconsciente presente.

«¿Quién llamará un día como hoy?» pensaba Marta mientras se encaminaba al interfono. «No espero ningún paquete o compra.»

  • ¿Diga?
  • ¿La señora Marta Betania? – Contestó al otro lado del interfono.
  • Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?
  • Mateo de Alfeo, de la Agencia Tributaria.
  • ¿Disculpa?
  • Sí, perdone, soy el Inspector de Tributos.

El silencio se adueñó del tiempo y, pese a que, apenas fueron dos o tres segundos, ambos tuvieron la sensación de que un abismo se había abierto entre ellos.

  • Suba. – Y mientras lo decía, pulsaba para facilitar el acceso al portal del edificio.

La curiosidad había vencido todos sus recelos y, en su interior, surgía la necesidad de plantarle cara a ese joven insolente e intuía una oportunidad sobrevenida para recuperar algo de su dignidad herida. Mientras esperaba que subiese las escaleras, se situó en el umbral de la puerta, erguida, tensa, mayestática.

  • Buenos días, Marta. – Saludaba Mateo, extendiendo su mano, mientras que, con la otra agarraba una ajada cartera negra.

Vestido con un traje de un gris indefinido y una corbata que suplicaba pasar al olvido, el actuario, con gesto cortés y sencillo, se aproximó a la puerta y se detuvo, guardando una prudente distancia. Sin ser especialmente apuesto, tenía un porte que le confería cierta prestancia, no obstante, su falta de experiencia y algo de inmadurez pesaban, por lo que, enseguida flaqueaba el aplomo y la seguridad que había tratado de aparentar.

  • ¿Qué desea? – Le espetó Marta, sin hacer el más mínimo además de franquearle el paso.
  • Venía a verificar y documentar de que dispone de un despacho afecto a su actividad económica como ayer comentamos. Creo que ayer no me expliqué bien… – carraspeó. Ahora era él el que se sentía intimidado ante la hermosa fortaleza que emanaba su interlocutora. – Lo que quiero decir es que, seguramente, tendrá un espacio que le sirve como oficina, como despacho, ya sabe… y me gustaría acreditar lo que usted dice, recogerlo en diligencia y cerrar el expediente. Sólo eso.

Un respiro y una bocanada de aire.

  • No tengo autorización para acceder a su oficina o vivienda. No la he pedido ni lo haré, me he acercado simplemente porque he sentido la necesidad de saber si lo que estaba haciendo era lo correcto. Si no quiere…

Sin decir nada, Marta dio un paso atrás y ladeó, para permitir la entrada. Con su mirada lo invitó a aproximarse.

En pocos minutos, Marta lo guío y paseó por las escasas estancias que conformaban su pequeña oficina. Un recibidor de incierta decoración que servía para conectar la vivienda, a mano derecha, con la zona de despacho, a mano izquierda. En esta última, una pequeña habitación, ahora vacía, acumulaba papeles, carpetas y expedientes, recordando que, en algún momento, había sido utilizada por un colaboradora o secretaria. Más adelante, una sala de reuniones, con una gran mesa de madera y unas sillas escrupulosamente situadas a su alrededor, con un gran ventanal opaco y, por último, el despacho de Marta.

Marta se apoyó en su mesa de trabajo, de espaldas a la puerta del balcón. La luz de ese sol de diciembre la enmarcaba y confería un aura magnífica, como si de una visión se tratase. Frente al actuario, Marta decidió aguardar a que él rompiese el silencio.

  • Mire, si le parece, daré por comprobados los gastos del despacho.
  • Bien. Gracias.

Marta se movió tratando de que él se diese aludido, como una evidente invitación a salir. Sin embargo, al ver que permanecía estático, atisbó que parecía querer decir algo. Expectante, decidió ofrecerle una nueva oportunidad para ello.

  • Le quería preguntar una última cosa.
  • Hable.
  • Entre sus gastos, en el año 2019, figura una compra de decoración navideña. No es que sea mucho importe, aunque es un pico, no mucho, pero una cantidad llamativa… Según mis notas, la factura asciende casi a 400 Euros y en el texto de la descripción se menciona la adquisición de figuras de Belén y demás cosas. Y, la verdad, no he visto nada en su oficina, a pesar de que mañana será Navidad.

Marta se quedó momentáneamente atónita y, de repente, sin decir nada más, salió de su despacho y se fue por el despacho hasta la habitación del olvido. En escasos segundos, volvió a aparecer con una gran caja de cartón, bellamente decorada con grabados de rollizos angelitos.

  • ¡Aquí está! – Dijo Marta alzando la voz y extendiendo los brazos.
  • ¿Cree usted en la Navidad?
  • Sí, soy creyente. Pero ¿a qué viene eso ahora? ¿Qué tiene que ver con la Inspección?
  • Nada.

Marta vio cómo Mateo escondía su rostro y tuvo nuevamente la certeza de que había algo más. ¡Vaya con el Inspector de marras! ¡Un fisgón de primera! Así que, acercándose con calma, prolongaba el silencio con la esperanza de que se animase a hablar. Finalmente, Mateo, sin alzar la cabeza y con una apagada voz, dijo,

  • Le quería preguntar si puedo ayudarle a montar el Belén y poner la decoración.
  • ¿Cómo?
  • Como se había olvidado de ponerlo, pensaba que, a lo mejor, le podría ayudar a poner el Belén y dar algo de ambien….
  • Ya, ya, eso ya lo he entendido. ¿Por qué quiere hacerlo?
  • Yo,… – Mateo inspira profundamente. Sentía que la mascarilla lo ahogaba.  – Yo soy de Jaén y apenas llevo un par de años en Barcelona, es mi primera plaza. Aunque no soy muy practicante, en mi familia tenemos la tradición de montar el Belén y preparar nuestra casa para el día de Navidad. Es un momento muy especial, donde nos reunimos todos, abuelos, padres e hijos, como una celebración previa de la Gran Noche. Mi abuela materna prepara unos dulces y mi madre canta, mientras mis hermanos y yo nos peleamos por colocar las figuras. Este año, asustados por las noticias del COVID, me han pedido que no vaya a Jaén, que pase la Navidad aquí y evitar riesgos. Es una tontería, pero por un momento había pensado de que, si la ayudaba a montar el Belén, quizás,…
  • Con una condición.
  • ¿Cuál?
  • Que esta Nochebuena compartas la cena con mi hermano Lucas y mi amiga Isabel. Confío en que nos harás sonreír y nos darás  conversación amena. Te anticipo que Lucas no soporta la gente aburrida. ¿Ok?
A Mateo, por supuesto, se le cayó la cartera. 

 * * * * *

Queridos amigos lectores, desde Fiscalblog os deseamos una Feliz Navidad y, de todo corazón, ojalá, el año 2022 les traiga esperanza, algo más de paz, serenidad y renovadas ilusiones. 

 

7 pensamientos en “Un cuento tributario de Navidad

  1. José Navarro Sanchís

    Precioso cuento, Emilio. Ejemplar al modo cervantino, como todo cuento de Navidad. Supongo que en la AEAT habrá algún publicano como este Mateo. Marta, me parece adivinar, tiene cosas de María, que no sale en el relato. Conmovedor y tierno. Un fuerte abrazo y Feliz Navidad

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  2. Antonio García Trasobares

    Muchas gracias. Que necesidad de tener más momentos cercanos. Me has hecho llorar. Un abrazo

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