Entremés tributario (sobre la degradación de las inspecciones de Hacienda)

Se alza el telón y aparece la barra de un bar a la derecha del espectador, con tres amigos vestidos con traje, con sus corbatas sueltas tras una larga jornada en la oficina, y atizándole a sendas cervezas, sentados acodados en la barra. La acción transcurre en un día cualquiera de una capital de provincias cualquiera de nuestro país. Uno de ellos ojea, extrayéndose las gafas de miope, su teléfono celular. Otro come maníes mientras se dispone a dar un sorbo a su vaso de birra. El otro, se dispone a hablar.

LARRA: Oye, ¿habéis leído “lo” de los inspectores?

GANIVET: (devolviendo sus lentes al tabique nasal, con una sonrisa meliflua) Uf.

(DON) JUAN: ¡Tan largo me lo fiais!

LARRA: Pues yo creo que deberíamos hacer algo.

GANIVET: (su mirada ha pasado a ser insidiosa): ¿Qué?, ¿qué?, ¿qué?

JUAN: ¡Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad!

LARRA: Joder, Juan, deja ya el arte de Thalía…y de apurar la cerveza. Y, ya que lo dices, y siguiendo tu rollo, como le contestó Hilarión a Sebastián: ¡Es una brutalidad!

JUAN: ¡Es una bestialidad!, le contestó a eso Sebastián. ¿Recuerdas?

LARRA: Joder, Juan, si utilizaras la memoria en otros menesteres, hoy serías cajero, digo ministro, y no un vulgar asesor.

JUAN: Eso también es verdad. La limonada purgante no la pide nadie ya.

LARRA: Y dale con el teatro. Bueno, bah, al tema. ¿Tres cañas más? Yo quiero un doble, que necesito entonarme para hablar bien de la Inspección. ALMUNIAS, por favor, ¿nos traerás tres más?

(Aparece en escena un hombre macilento, encorvado y mirando mal al respetable que, sin decir palabra, se limita a entrar en escena, servir la bebida y apuntar el pago en una caja registradora situada a la izquierda del espectador).

GANIVET (ojiplático): Mira que te ha dado fuerte con el temita.

JUAN: A ver, Larra, explícate, que yo no leo más que cosas del siglo XIX hacia atrás y, en aquella época, los inspectores eran otra cosa. Si Cervantes levantara la cabeza.

LARRA: Y Jesucristo, ¡nos ha jodido! Vamos a ver, Juan, que el Gobierno ha vuelto a hacer de las suyas. Así de claro. Ha promovido un acuerdo para asimilar a los de gestión tributaria con los inspectores.

JUAN: ¡Albricias!

LARRA: Sí. Una degradación en toda regla. Por un lado, van a facilitar la entrada masiva en el cuerpo de savia nueva, a través de unas oposiciones light, con una reducción del temario y un examen tipo test.

JUAN: ¡Anda! Como cuando me intenté sacar las de cartero. ¡Tan largo me lo fiais!

LARRA: Mira que llamo a Almunias, Juan, que interpreta mejor que nadie el papel de convidado de piedra…

JUAN (susurrando y mirando de soslayo al -supuesto- barero): Dicen que, antes de darse a la bebida, tuvo un cargo en Hacienda… ¿no habéis visto con qué sutileza toca la caja registradora? A mí me da muy mal rollo este hombre, la verdad. Deberíamos cambiar de garito.

GANIVET: Sí, joder, pero sirve tapa con las cervezas. Y eso ya no se ve por esta ciudad…

LARRA: Bueno, poca broma. Si ya eso del test da miedito, resulta que van a instaurar una fase de concurso y un curso selectivo. Vamos, ¡barra libre!

GANIVET (cariacontecido y serio): No, hombre, no. Eso no va a poder ser.

LARRA: Mira, las noticias son demenciales. Las cojas por donde las cojas. Es cierto que hay un problema generacional en la inspección pero, introduciendo un sistema aparentemente tan subjetivo para solucionarlo, el que va a resultar perjudicado de todas todas, es el contribuyente. A mí no me jodas.

JUAN: Pero, Larra, tío, ¿y qué más dará si las actuaciones las lleve Agamenón o su porquero? ¿O no es lo más natural, en nuestro quehacer diario, que el que instruye el procedimiento sea un subinspector?

GANIVET: Ahí le has dao, Juan.

LARRA: Eso es cierto. La degradación puede que se la hayan ganado a fuerza de una praxis mal llevada. Al final, como la instrucción la pueden llevar los tirios y los troyanos, pues hay que reconocer que ellos mismos han podido generar el problema o, cuando menos, tienen parte de culpa. Pero, ¿desde cuándo la tradición es fuente del derecho?

JUAN: Bueno, la costumbre lo es desde el tiempo de los romanos, amigo.

LARRA: Vale, pues vamos a los romanos: ¿Cui prodest, querido Juan? Cui prodest?

JUAN: Es coña, Larra, que tienes toda la puta razón. Los inspectores son un cuerpo súper preparado. Te harán las putadas que quieras, pero hablamos el mismo idioma. Están altamente cualificados, eso nadie lo duda. También para darte por el saco, pero lo están. Y no se dejan llevar por veleidades económicas ni ideológicas, aunque utilicen el tradicional principio in dubio te arreo.

GANIVET: Son independientes, ¡qué carajo! Pero también lo son los técnicos.

LARRA: Hombre, si Ganivet se nos ha despertado. Pues claro. El problema está en el acceso. Ese es el principal riesgo que veo yo. No solo la pérdida de conocimientos, que generará peor calidad en el servicio. Sino los posibles sesgos ideológicos, flujo de datos hasta ahora protegidos de contribuyentes. Si ya los hay que retuercen los códigos ahora, saltándose la jurisprudencia si hace falta y hasta a la sagrada Dirección General, pues imagínate si lo hacen sin conocimiento. El panorama es desolador.

JUAN: Parafraseando a ya no recuerdo, “prefiero el balazo de un inspector” o ¿cómo era?

LARRA: Pero, Juan, ¿tú no leías solo hasta finales del diecinueve?

JUAN: Coño, Larra, hago mis excepciones. Uno tiene su corazoncito.

LARRA: Bueno, dejaos de coña. Vamos a hacer algo.

(Se hace el silencio. Larra se toma su tiempo, alargando la mano a la barra para darle un sorbo al líquido elemento).

JUAN: Y, ¿qué podemos hacer nosotros, in hac lacrimarum valle?

LARRA: Pues, para empezar: Tú, Juan, que tienes más contacto con la Academia, vas allí y lo cascas.

JUAN: ¿A los cutredráticos, como decía mi amigo FRAN? Jajaja. Tan largo me lo fiais. Como no viven guerrillas entre ellos, como para sacar un comunicado conjunto están. Que esto no es Granada, ni 1998, hombre. ¡Viva la muerte! (esto último, agarrando fuertemente la cerveza y alzando los brazos). Estamos muertos, tío. Asúmelo. El contribuyente no tiene quien le escriba. Y, si las visitadoras son otras, pues ya nos apañaremos, Lituma.

LARRA: De verdad que no te conozco, Juan. No solo te importa todo tres carajos, sino que demuestras que lees a Vargas Llosa, que es siglo XX. Eres más falso que un duro sevillano.

JUAN: Lo que quieras. Y yo haré el gesto. Hablaré con mi maestro y con el sursum corda. ¡Y dos huevos duros!

LARRA: Ganivet, ¿y tú qué?

GANIVET: Uf. Mira, Larra, yo soy un descreído de este mundo, ya lo sabes. Además, me han dado más palos que a un galgo. Mi carácter librepensador me pasa facturas que estoy obligado a pagar y que bien conoces. Ya sabes el affaire con la directora aquella, por un artículo que yo estoy convencido de que ni siquiera se leyó. Y, luego, el otro alto cargo al que le sienta mal que ponga una transparencia suya en internet, ¡mira qué ofendidito! Y, en cambio, hay que aguantar sus puñeteros comentarios sobre los jueces sin rechistar. Por no hablar de esos letrados públicos que me maldicen a mis espaldas, cuales viejas trotaconventos. Y ya no entro en lo que vivo en las inspecciones. Es, francamente, desalentador. Todos tan susceptibles cuando les tocan a ellos un dedo y tan hirientes cuando acuchillan a los demás. Parafraseando a Montoro: “vayamos a lo práctico”, ¿qué contrapartida le saco yo a esto? Vamos a ver.

LARRA: ¿Contrapartida? Ninguna. Se trata de hacer algo por la sociedad futura. Yo solo soy un humilde asesor de provincias, como tú, pero hay que tener cierta inquietud social, leñe. Aunque solo sea por nuestros hijos. Cuanta peor calidad, menos derechos y garantías para el contribuyente. Ya vamos cuesta abajo, sí, pero no es plan de dejarse caer por una garganta de iniquidades. No hace falta recordar el tan traído poemilla de Niëmoller cada puñetero día para…

JUAN (con una sonrisilla endiablada): Yo, a Ganivet, lo veo más como Schopenhauer.

GANIVET (levantándose de su taburete, mientras Juan retrocede): Mira, Juan, que te la ganas.

LARRA (entrometiéndose): Paz, hermanos. Ganivet, no seas tan cenizo. Tú tienes una gran ascendencia en la profesión, que yo no tengo. A mí me llueven los navajazos y el fuego amigo, que es el peor de los enemigos, pero, ya sabes, va en mi signo zodiacal y en mi naturaleza. Lo asumo con agrado y hasta con hilaridad. Como no tengo ambiciones. Lo que no entiendo es cómo todavía me aguantáis. Si me paso la vida poniendo frente al espejo a churras y a merinas.

GANIVET: No, hombre, no, Larra. Si todo el mundo te respeta y haces una labor cojonuda por la depuración del ordenamiento jurídico, con las pocas armas que tenemos.

LARRA: Bah, paparruchas, Ganivet. Intentemos que el foro, el consejo, los colegios y otras hierbas pacten un comunicado conjunto de apoyo a nuestros queridos publicanos. Pienso en el futuro, sin ser Huxley u Orwell, y entro en modo pánico, la verdad. Si ya la mierda de la pandemia se ha cargado el arma de la dialéctica, de la presencialidad, en aras del Dios digital y de la comodidad administrativa, ¿qué será lo siguiente?

JUAN: A ti lo que te falta es soma, Larra. (Alzando la voz). ¡Almunias, ponte aquí otra ronda, que vamos a solucionar el mundo!

(Llega Almunias con las cervezas heladas y las deja en el mostrador. Los tres amigos las cogen y se disponen a brindar. Ellos saben que es el momento de Juan quien, alzando la voz, dice así…)

JUAN: Brindemos, queridos. Por un cuerpo de inspectores de prestigio. Por su alta cualificación. Por su objetividad manifiesta, a pesar de los pesares. Por unas oposiciones libres, objetivas e iguales. Por una democracia social, en definitiva. Por la oportunidad de derechos de todos. Por el estado social, democrático y de derecho que creíamos tener, ilusos de nosotros.

LARRA: Por dejar de lado ese corporativismo rancio y mal entendido tan propio de nuestra santa patria. Por apostar por la excelencia en la medida de nuestras posibilidades. Por intentar evitar la degradación de nuestra profesión y, sobre todo, del ciudadano.

JUAN: Por España, coño, a la que amo aunque no me guste, como dijo aquel poeta.

GANIVET: Pues va a ser que sí, amigos. ¡CiudadaNO súbdito!

JUAN: Parafraseando al conde de Montecristo: ¡Esperar y confiar!

LOS TRES: ¡Esperar y confiar! ¡CiudadaNO súbdito!

(Se va cerrando el telón, mientras Almunias lava una copa entre bambalinas. En el reflejo del cristal, proyectado en el fondo del escenario, se puede observar su dentadura, poco corregida, con una sonrisa pícara y como su mirada, abyecta, se dirige hacia nuestros tres protagonistas, mientras entre dientes masculla): Pobres diablos. ¿Quiénes se han pensado que son? Verás mañana cuando les llegue la comunicación…

FIN

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