Haber elegido como destino estival la provincia de Cádiz durante todo el mes de agosto, me ha dado la posibilidad de vivir en primera persona la irrupción del cíclico conflicto con Gibraltar, a cuento del lanzamiento de bloques de hormigón, de la construcción con arena española y en aguas españolas de una zona residencial de lujo en la colonia británica y de la eterna reparación de un buque altamente contaminante en aguas españolas.
La prensa de la zona vive el conflicto con hastío y la gente, con fastidio. Los gaditanos son conscientes, más que nadie, de los intereses económicos que hay debajo de esa enorme roca, muy distintos de la conservación de esos simios que parece que son connaturales a sus peñascos: contrabando de tabaco, !de pan¡, de drogas, unos sueldos muy apetitosos para los españoles que cruzan la verja para trabajar, los campos de golf gaditanos a tope de llanitos adinerados, etc. Todo ello da a entender la doble moral con la que actúan ciertos políticos andaluces de las zonas limítrofes a la colonia, dicho sea de paso.
De lo que no se habla tanto, aunque se conoce, es de la condición de paraíso fiscal que de facto tiene la Roca. Para empezar, las personas jurídicas duplican a las físicas, algo que ya muestra su tejido «industrial». Los ciudadanos residentes en Gibraltar no pagan gran parte de los tributos británicos y, lógicamente, tampoco pagan los españoles pues no es su lugar de residencia. Las empresas tienen una tributación casi inexistente, lo que ha hecho que las grandes corporaciones del juego on line se hayan instalado -por decirlo de algún modo- allí.
Lo curioso del caso es que ni a los ciudadanos de a pie británicos ni a los españoles esta situación parece hacerles puñetera gracia, pero nadie se atreve a solventar el desaguisado.
La actitud española es, si se quiere, la más patética. Parte de unas ínfulas nacionalistas frustradas, que derivan de un Tratado internacional -el de Utrech- que se dejó de cumplir en sus términos hace ya muchos años, pues el Reino Unido ha ido ampliando la colonia lo que ha querido, por tierra, mar y aire. De todos modos, esa explosión de irascibilidad que surge de vez en cuando por actos como los que han ocurrido este año, suele acabar en la nada, pues los sucesivos Gobiernos parece que recuerden lo que le ocurrió a la Armada Invencible, con lo que explotan las «vías diplomáticas» hasta los límites de la desfachatez y la vergüenza ajena. Tal desaguisado tuvo un clímax de indecencia difícil de igualar cuando la cartera de Exteriores la ocupó el ministro Moratinos, momento en el cual los llanitos -viendo el patetismo del representante español- aprovecharon para ampliar sus zonas limítrofes a todo trance.
La muestra más palpable, actualmente, de esa actitud tan ibérica la encontramos en los antedichos bloques de hormigón: son unos trozos de cemento que se lanzan en aguas españolas y que, según expertos buceadores, se pueden sacar del agua utilizando bombas de achique con enorme facilidad, siempre y cuando ello se haga con celeridad. Pues nada, nos hemos pasado todo el agosto con portadas de prensa, declaraciones cruzadas, amenazas diplomáticas, llamadas gubernamentales…y los bloques siguen allí. Uno no aspira -ni desea- que se enarbole la bandera a lo Perejil en el momento en que se lleve a cabo tal tarea, sino que simplemente se haga, y punto.
Por lo que respecta a los británicos, los llanitos son ciudadanos de segunda clase para los residentes en la pérfida Albión. Están mal vistos por el pueblo porque no pagan impuestos y tienen mejor color de piel. Eso sí, y ahí radica la diferencia con la actitud pusilánime de las autoridades españolas: que no les toquen sus privilegios, porque entonces toda la fuerza de Su Majestad la Reina se cernirá sobre el enemigo.
Y es que el Reino Unido es el campeón europeo en la titularidad de refugios de dinero negro: Caimán, Islas Vírgenes, Bermudas, Man, Jersey, Gibraltar, son territorios opacos que le van muy bien a las finanzas de la City y sus regímenes privilegiados son intocables para el Gobierno británico.
Se podrá decir que para la OCDE, a día de hoy, ya no existen los paraísos fiscales, porque se han firmado por parte de todos estos territorios acuerdos de intercambio de información. Ahora bien, todo el mundo sabe que esos acuerdos son papel mojado o, como ha escrito recientemente un inspector de hacienda, «una auténtica burla» -José María Peláez, Expansión de 1 de agosto de 2013-.
¿Cuál es la conclusión que podemos extraer? Pues que, dada la temorosa actuación de los representantes españoles y la numantina defensa de los británticos, todo seguirá como hasta ahora. Las denuncias a la Unión Europea van a servir de poco. Ya sabemos cuál es la actitud del Reino Unido con el resto de Europa: no nos engañemos, Inglaterra no «pertenece» a la UE, sino que la «utiliza» a su antojo. Si la moneda común no le interesa, sigue con la suya. Si los acuerdos del Consejo no le favorecen, pues no hace ni caso, y si llegara una resolución de Luxemburgo desfavorable en este asunto, pues directamente los Lores la imprimirán en papel Scottex o Colhogar para darle buen uso en la intimidad.
En este punto, me remito a la conclusión del profesor Arce en El Economista del 9 de agosto: «Conviene a la mala conciencia europea, a los mecanismos financieros internacionales, al sistema establecido, que en mitad del agua de un océano cualquiera, despunte una isla donde el dinero pueda descansar de las normas comunes, un refugio para el producto del negocio legal o ilegal, una de esas islas donde los robinsones de otra época han puesto una oficina bancaria debajo de cada palmera. Y conviene Gibraltar aunque no convenga a los intereses españoles. El recreo no se acabará tocando en el patio la campana, sino tocando la ética política del G-8».
¿Qué se puede hacer al respecto? A mí lo de la ética política del G-8 me produce cierta hilaridad,, pero en la Tacita de Plata he podido oír, y leer, varias soluciones, alguna de ellas digna de chirigota: desde que La Línea de la Concepción -población principal beneficiada por la Roca- se convierta en una zona franca, hasta un «apagón» eléctrico que haría que las empresas de juego desaparecieran de allí de forma inmediata.
No se tomen a broma esta última opción porque, lo más lamentable del caso es que ¿adivinan de qué país procede la fibra óptica que tiene Gibraltar? Pues del mismo del que procede la arena de las urbanizaciones de lujo…
¡Bienvenido! Echaba de menos tu aguerrida pluma. Con relación a Gibraltar, es un asunto que me produce ya pura sensación de hartazgo nada más nombrarlo. No puedo, sin embargo, dejar de pensar que este tema ha sido dilatado y puesto en las portadas de los periódicos nacionales al más puro estilo «bomba de humo» que distraiga a los ciudadanos de otras materias más espinosas y, bajo mi punto de vista, importantes. Difícil solución la del problema gibraltareño por una cuestión sencilla que bien reflejas: poderoso caballero es Don Dinero. Mientras tanto: ¡pan y circo!