Acerca de nuestra profesión, el Derecho y una buena serie de televisión.

En medio de la vorágine de obligaciones tributarias y el devenir de los múltiples formalismos, quisiera hacer un paréntesis para efectuaros una pequeña recomendación personal y, de paso, reflexionar en voz alta acerca de la realidad de la profesión de abogado, economista o asesor en nuestro país. Aprovechemos que no tenemos gobierno para darnos un respiro y levantar la vista de nuestros tediosos papeles, apartamos y dejamos al lado, por un rato, los modelos y formularios, los recursos, la jurisprudencia o la última novedad tributaria.

En esta ocasión, os quisiera hablar de SUITS ®, una serie de televisión, una brillante producción, bien elaborada, impecable, con personajes maravillosos que, más allá de los previsibles contenidos para una creación televisiva o una serie de ficción, tiene como eje de referencia o trama principal, el propio Derecho y la práctica jurídica profesional.

suits

En la medida que estamos ante una serie de ficción destinada al gran público, por tanto, obviamente se dan las oportunas licencias argumentales así como aquellas concesiones básicas para que los espectadores no desconecten (el típico romance, las tensiones de compañeros o colegas, etc.). Ahora bien, dicho esto, la serie no es el típico producto al uso; ni estamos ante una serie de comedia que toma como referencia un grupo de abogados (como sucedía en Ally McBeal®), ni se sucede una retahíla de casos victoriosos (como en la Ley de los Ángeles® o Boston Legal®), ni pretende hacer el seguimiento de algún caso notorio o específico (tipo Murder One®). Al contrario, contiene algo de todas ellas y sin embargo posee su propia entidad: las dinámicas de los personajes, la convivencia personal y los equilibrios de poder e intereses se entremezclan con los casos de terceros y la práctica profesional.

Dicho esto, la serie se desmarca de los productos más habituales. Como algún compañero me apunta, cuesta engancharse al principio pues la serie tiene un desarrollo bastante equilibrado y no se posiciona o encasilla en alguno de los moldes ya conocidos. Y, por si ello no fuese suficiente, con notoria diferencia a la inmensa mayoría de los actuales productos televisivos, ni recurre a las pasiones humanas más básicas para ganar notoriedad y audiencia rápida ni cae en el sensacionalismo o corrección política imperante. Personalmente, este inicio lento y ese alejamiento de los ingredientes del “fast food” televisivo es una clara declaración de intenciones, pues parece buscar un público determinado, alguien que apueste por algo más que un mero espectáculo televisivo, alguien que esté dispuesto a estar atento, pensar y tratar de seguir las diversas tramas (de personajes, de la práctica jurídica, etc.).

El motivo por el que os hago esta propuesta es porque, más allá de la factura televisiva, la serie nos permitirá hacernos algunas preguntas acerca de nuestro devenir profesional: el trato con los terceros (profesionales, compañeros de despacho, clientes, contrarios, etc.), cuáles son nuestras prioridades personales y profesionales, qué estamos dispuestos a hacer por nuestros clientes, a qué estamos dispuestos a renunciar, cuál es nuestra ética profesional y qué papel juega en nuestra toma de decisiones, etc.

Muchos de los casos o supuestos planteados nos pueden parecer más o menos ajenos, bien por ser temas demasiado “grandes”, por ser estrafalario o “típico americano” (como el simulacro de juicio sobre la custodia de un gato) o sencillamente por tratarse de temas propios de ramas ajenas a nuestra práctica profesional. Sin embargo, en muchos momentos, hay decisiones o situaciones que son más cercanas de lo que nos pueden parecer; por ejemplo, cuando para solucionar un caso, uno de los protagonistas recomienda o planifica con un cliente la operación de compra de una sociedad siendo consciente de que el dinero provendrá de paraísos fiscales, con la consiguiente complicidad en un supuesto de blanqueo de capitales, o bien, por otro lado, cuando el despacho acepta actuar por nombre y cuenta del cliente para eludir una disposición legal o judicial (un “aparcamiento” de acciones, en concreto).

Contrariamente a lo que cabría pensar, la serie nos presenta los problemas y las dudas pero no nos da respuestas claras o soluciones. Como mucho, pone en escena una posible consecuencia de los hechos, pero sin ánimo aleccionador o sin deslizarse por esa pendiente de la moralina ejemplarizante. Y ahí está la gracia del asunto, porque cada uno de los espectadores nos podemos identificar con posiciones u opiniones distintas e, incluso, enfrentadas.

A lo largo de los capítulos y temporadas, se abordan múltiples temas y cuestiones: la identidad del despacho, los problemas entre socios, los conflictos de intereses, la lealtad, las vinculaciones personales y los conflictos, la compatibilidad entre relaciones personales y laborales, etc.

Pero dejando de lado los aspectos más humanos, una de las cuestiones que de forma sutil refleja la serie y me sigue llamando la atención de la sociedad americana, pese a todos sus vicios y defectos, es su respeto por el Derecho, es decir, el respeto a las leyes, a sus derechos y obligaciones como ciudadanos. A diferencia de lo que sucede en estas latitudes, la población en general, sean profesionales del Derecho (abogados, jueces, profesores u otros) o sea un ciudadano común, se mantiene latente la idea de que las leyes deben ser respetadas y obedecidas, aunque no sean de agrado o conveniencia, es decir, a pesar de todo, el Imperio de la Ley sigue vigente.

En la sociedad americana aún permanece viva la idea liberal y demócrata de que la Ley es la Ley y si no nos gusta, los ciudadanos tienen el derecho y la obligación de organizarse y movilizarse dentro de los cauces previstos legalmente para su cambio y adaptación.

Mientras, lamentablemente, en nuestro país cualquier individuo se siente soberano y legitimado para hacer lo que considere oportuno, sin respeto alguno al ordenamiento vigente, haciendo uso de la retórica y el lenguaje más burdo para enmascarar su burla a la Ley. Dejando de lado el triste entorno político, a diario comprobamos cómo muchos de nuestros clientes y/o conciudadanos no sólo actúan de forma contraria a la normativa vigente, de forma consciente y voluntaria, sino que pretenden que su actuación sea aceptada y tolerada sobre la base de presuntas legitimidades de origen o cualquier otra falacia argumental. No estamos hablando de ignorancia de la Ley, es decir, de una eventual falta de conocimiento o competencia técnica para su interpretación, que si bien no es eximente para que se apliquen los efectos y consecuencias jurídicas, al menos, permiten atenuar el grado de culpabilidad y mitigar la exigencia de responsabilidades. Estamos hablando del desprecio y la indiferencia hacia la Ley y al ordenamiento, estoy hablando de esa idea nociva de que existen legitimidades de origen (clase social, raza, cultura, creencias religiosas, etc.) que permiten justificar o amparar que las personas no tengan porque someterse y respetar el ordenamiento común.

Esta idea tan sibilina que ha calado en nuestra sociedad nos conduce a que, en muchas ocasiones, como profesionales, debamos escoger o bien amparamos y compartimos los actos y comportamientos incorrectos de alguno de nuestros clientes, a cambio de una adecuada retribución, o bien le debemos contrariar y buscamos opciones que le permitan conseguir un resultado lo más satisfactorio posible dentro de los cauces legales, con el consiguiente riesgo de perder su “confianza”. ¿Dónde nos situamos?

Retomando el tema del respeto a la Ley, aunque sea ficción, la serie refleja que este respeto no sólo se vislumbra en el ciudadano de a pie, sino también en las personas que forman parte de la acción administrativa o gubernamental. Impresiona ver cómo la Administración (la Fiscalía o la SEC, en la serie) y la persona responsable de una acción incorrecta o ilícita pueden asumir las eventuales consecuencias de sus actuaciones, más allá de la merecida reprimenda. De hecho, un funcionario (un fiscal de distrito) es expulsado o removido por haberse excedido en su celo profesional ¿Acaso sucede esto en nuestro país? ¿Os imagináis qué sucedería si los funcionarios de la Agencia Tributaria debiesen responder o fuesen inmediatamente despedidos en caso de haber efectuado actuaciones declaradas incorrectas por los Tribunales?

Cambiando de tema. Se dice que la sociedad americana es muy hipócrita y muy preocupada por la apariencia, con importantes contrastes entre la apariencia y la realidad. Y algo de cierto hay, pues en su sociedad se comparte la idea de que debe separarse claramente entre la vida privada (con sus vicios y defectos) respecto de la vida pública (con sus vicios y defectos). Sin embargo, pienso que la hipocresía no necesariamente es un mal sino que, posiblemente, es un elemento necesario para garantizar una convivencia pacífica y armónica en sociedad. Al final, como resulta complejo buscar un consenso total, debemos buscar un equilibrio mínimo que, aparentemente, nos satisfaga a todos y nos permita obtener un respeto de los terceros en la medida que nosotros lo hagamos. Ahora bien, existe un elemento altamente penalizado en la vida americana, y en especial, en su Derecho: la mentira, el perjurio, en su versión jurídica.

Si bien la hipocresía no deja de ser una mentira institucionalizada, el hecho cierto es que, en la sociedad americana, cuando se descubre que una persona miente o mintió públicamente es seriamente penalizada. En el ámbito jurídico, la mentira trae consigo importantes efectos jurídicos; desde la posible nulidad de una prueba o la afectación de un testimonio hasta la imposición de sanciones penales por ser incurso en un delito (perjurio), y no sólo en el ámbito penal, sino también en los procesos civiles ordinarios. Este hecho, como se pone de manifiesto en la serie, en muchos momentos, limita el campo de acción y las vías de actuación en la práctica profesional. De hecho, uno de los ejes de la trama de la serie es la mentira de uno de los protagonistas: aparentar ser abogado cuando no tiene la titulación y habilitación necesaria. Y esa mentira, lo ensucia, contamina y condiciona su vida profesional.

Quizás nuestra sociedad no sea tan hipócrita como la americana, sin embargo, lamentablemente, tenemos una gran tolerancia y aceptación hacia la mentira. Aquí, en nuestro país, como comprobamos a diario, la mentira no sólo tiene escaso reproche social sino que apenas tiene efectos o consecuencias jurídicas (ni políticas), lo que afecta gravemente a la calidad de nuestra práctica jurídica o la calidad de nuestra clase política, por ejemplo. Es más, tristemente, la mentira se ha convertido en un elemento cotidiano de la práctica habitual de los ciudadanos, de nuestros clientes, de los profesionales y, por supuesto, de nuestra clase política.

Por último, un último apunte. Como podréis comprobar y así sucede en las distintas series parecidas, el profesional del Derecho en la sociedad americana goza de una posición y reputación social (así como económica) que, salvo excepciones, no existe en nuestro país. En mi opinión existen dos factores claves: por un lado, la formación, la gran exigencia de conocimientos, capacidades y competencias técnicas (para poder ejercer de abogado, no sólo debe conseguirse un título académico sino que deben completarse periodos de formación y obtener la oportuna certificación u homologación por el Colegio correspondiente) filtra y limita el acceso y, por otro, en la medida que la posición y la reputación del ejercicio profesional es tan beneficiosa, el coste que supondría la pérdida del estatus y de la capacidad económica es tal que los profesionales, por sí mismos, cuidan sus actos y ponderan sus actuaciones, lo que retroalimenta, en términos generales, el prestigio del conjunto.

Deberíamos tomar nota y darnos cuenta que, nuestros actos y comportamientos actuales condicionan y comprometen nuestro futuro, nuestro prestigio y reputación profesional, y por ende, la del conjunto. Pero para ello, como tratan de demostrar los personajes, hay que amar y querer la profesión.

Ojalá disfrutéis de este paréntesis.

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