Ahora que, por obra y gracia de la AEDAF, se ha conseguido anular la anómala cuantificación de las costas económico- administrativas reguladas reglamentariamente, me permito dedicarle la columna de este mes a algo anecdótico, ligero, una boutade si se quiere.
Mi amigo Carlos y yo decidimos acudir a un seminario en el IEF el pasado año, dedicado a los cuatro reales decretos que habían modificado los reglamentos de desarrollo de la LGT. Como buen valenciano, imitando a su difunta presidenta, Carlos reservó habitación en el hotel Villa Magna, cercano al Congreso de los Diputados. Tras el seminario y pasar noche allí, decidimos acudir a la cafetería más cercana a desayunar, que resultó ser el lugar donde los periodistas que llevan las noticias parlamentarias acuden a descansar sus trípodes, ordenadores y demás parafernalia, mientras toman cafeína para aguantar las soporíferas sesiones de la Cámara Baja.
Fui a pagar. Ya unos meses antes Carlos, encargado -perdón, Presidente- de estudios de la Delegación valenciana de AEDAF, me había invitado a hablar del modelo 720 en su tierra, y con su habitual sorna, puso como precio de entrada por asistente 7,20 euros. Vuelvo a la cafetería madrileña. ¿Qué le debo por esos desayunos?, dije al camarero. Y el señor levanta la mirada y, en lugar de contestarme con una timidez similar a la que denotaba mi tono de voz, alza la cara, me mira a los ojos y grita “SIETE-VEINTE”. Parecía que era una costumbre del lugar el utilizar un tono elevado, pues nadie levantó la cabeza para observar que mi cara iba cogiendo, poco a poco, una tonalidad rojiza.
No acabó aquí la anécdota, claro está. Quien conozca a Carlos lo comprenderá. Al contrario de mi semblante bermejo, Carlos empezó a sentirse cómodo, así que paralizó a todo el local obligando a camareros y clientes a dejar sus quehaceres y escucharle. Señores, ¿saben ustedes quién es este hombre? De rojo pálido pasé a chillón. ¿De verdad que no lo conocen? Sudores fríos. Algún periodista nos debía confundir con diputados, aunque lo cierto es que íbamos demasiado bien vestidos como para compartir pupitre con rufianes y compañía. Este hombre ha escrito un libro sobre el SIETE-VEINTE. Miradas acuciantes acudían a mis pupilas. Quinientas hojas sobre el SIETE-VEINTE, continuaba, sabiendo que nadie entendía nada.
En ese preciso instante agaché la cabeza, recogí mi maleta y, con toda la elegancia que pude -que no fue mucha- esbocé una media sonrisa y salí por la puerta, dejando a Carlos con su monólogo, en el que él se sentía muy cómodo a pesar de saber perfectamente que esa gente pensaba que no estaba bien. Otro tarado más que nos representa, debió pensar alguno. En el fondo, no es una situación tan ridícula, reflexionaba yo. Para vergüenza ajena la del Director General de Tributos, que hacía pocos días defendía ante un auditorio de profesionales reputados, unos trescientos especialistas, las bondades de esa basura reglamentaria que yo ya estaba pensando en recurrir. Eso sí que es hacer el ridículo, pensaba yo, sin saber que a los pocos meses girarían los tornos en la vida de ese caballero, convirtiendo la sorna en pasmo, el drama en vodevil.
La sorpresa de los circundantes del bar era lógica. Para ellos, SIETE-VEINTE no era más que un número, una cifra determinada. Sin maldad alguna. Objetiva. Neutra. Vivían ajenos a otros miles de personas, normales como ellos. Particulares. De toda ideología, credo y color, a los cuales la palabra SIETE-VEINTE les causa inquietud, cuando no miedo. SIETE-VEINTE ha dejado a mucha gente sin dormir, con ataques de corazón. Tomando medicación. Llorando. Histéricos. Yo lo he vivido en muchos casos. Gente que no ha hecho nada más que vivir ajenos a rellenar un formulario. ¡Qué tontería! Algunos me han preguntado si las sanciones que se les han impuesto por no presentar el modelo, o hacerlo mal, se podían sustituir por la cárcel. Las antípodas de un estado de Derecho. Hay personas que han padecido problemas familiares ya irreconciliables, derivados del maldito SIETE-VEINTE. ¿Qué si da para un libro? Por supuesto, y mucho más.
La penitencia dura ya más de seis años. Pero, recientemente, la Comisión Europea ha decidido remitir el expediente resultante del procedimiento de infracción abierto por este modelo al Tribunal de Luxemburgo. Fue el pasado día 6 de junio.
La nota de prensa de la Comisión deja mucho que desear, si bien es de comprender la imprecisión en un texto tan breve. Habla únicamente de sanciones, pero no hay que preocuparse. La base de la demanda será la información que figura en el expediente. Sin lugar a dudas, un texto fundamental para dirimir la discusión judicial es el durísimo dictamen motivado emitido por parte de la guardiana de los Tratados y, en él, se consideran contrarios al derecho europeo tanto las sanciones -formales de 1.500 y 5.000 euros por dato, y material del 150% de la cuota de renta- como la ganancia no justificada en renta prevista específicamente para bienes en el extranjero.
Se acerca el final. En algo más de 720 días tendremos una resolución. El Gobierno tiene en sus manos, todavía, evitar una deshonrosa y negligente responsabilidad patrimonial. Solo tiene que cambiar la normativa. No hace falta eliminar el modelo. Puede leerse mi propuesta normativa al respecto. O cualquier otra. Lo importante es que SIETE-VEINTE vuelva a ser un número más. Cabalístico para algunos. Fútil para otros. Un número más. Y que dejen dormir al ciudadano sin hacerle sentir, injustamente, como un defraudador.
Así Carlos dejará de enviarme fotos de su pantalla del móvil o del ordenador, en las que aparecen 720 mensajes sin leer. Ya no me entrarán sudores fríos cuando al pedir una cuenta vea que debo 7,20 euros. Y, como yo, miles de personas volveremos a nuestra rutina existencial.
Yago tendrá su bicicleta. La que le regala su querido Tito Carlos. Aunque él sepa que detrás está siempre la mano omnipresente de Pilar. Y, pronto, el dominó.
Publicado hoy en Iuris & Lex -elEconomista-.