Asesor fiscal en confinamiento. Día 21.

Leni Riefenstahl, aparte de pionera, fue una de las mujeres cineastas con más talento que ha existido en la Historia del Séptimo Arte. Una avanzada de su tiempo y una innovadora. Su obra, aunque relativamente escasa, supuso un hito y le dio al género documental una relevancia, hasta entonces, inédita.

Tras la producción fallida de «La victoria de la fe» (1933), se consagró con la monumental «El triunfo de la voluntad» (1935) y alcanzó el cénit con «Olympia» (1938) en la que testimonia las vivencias y el desarrollo de las Olimpíadas de 1936 en Berlín. Si somos capaces de abstraernos de la abyecta ideología, el contenido visual y narrativo es espléndido, una auténtica obra de arte, un auténtico deleite para los sentidos.

Sin embargo, su éxito artístico supuso su estigma personal y su defunción creativa. Aunque no fue condenada ni se demostró una conexión definitiva con el régimen nazi al que había retratado, su carrera profesional se truncó definitivamente y no se recuperó, viviendo olvidada, despreciada, condenada a penar en una larga vida de silencio.

Sus dos grandes pecados fueron, por un lado, contribuir decisivamente en la exaltación de unas ideas y creencias que, como el tiempo puso de manifiesto, se revelaron funestas para el conjunto de la Humanidad. Su obra artística fue tan perfecta que consiguió cautivar, engañar a muchos y, tras ese halo de belleza estética, ocultaba la siniestra verdad. Por otro lado, no vio o no quiso ver la realidad que se presentaba ante sus ojos, un triste ejemplo de esos sesgos cognoscitivos a los que hacía alusión (aquí) hace unos días.

La desdichada historia de Leni siempre me ha servido como advertencia de que, la colaboración con el error y/o la simple negación de la evidencia, es el camino más rápido y directo para destruir nuestro legado personal y profesional.

Recomendaría que en todas las escuelas y facultades de Periodismo y Comunicación Audiovisual, entre otras, la última clase magistral que se impartiese, previa la conclusión de los estudios, fuese un repaso completo y exhaustivo del auge y desgracia de Leni, siquiera sea, como una especie de recordatorio, antes del verdadero ejercicio profesional.

Lo digo, porque a día de hoy, salvo contadas excepciones, los periodistas (incluidos los intrusos y advenedizos, los autodenominados «comunicadores») están demostrando una calidad humana y profesional, francamente, detestable. Sin matices o eufemismos.

Tradicionalmente, la profesión de periodista siempre ha sido controvertida. Es más, en todas las épocas, los narradores y el poder han mantenido una lasciva relación que se retroalimenta, pues todo tirano necesita de profesionales de la adulación para seguir embaucando a las masas, a la vez que, parte de los escribas, encontraban en la lisonja a los mandatarios de turno un medio para obtener algún engrudo para sus hambrientas bocas.

Asimismo, también es cierto que, ningún periodista u observador de la realidad puede abstraerse totalmente de su propia subjetividad, de sus gafas y filtros de pensamiento, de sus experiencias y conocimientos previos. Pero es que, una cosa es buscar la objetividad con el normal sesgo subjetivo de cada uno y, otra muy distinta, es que, el objetivo sea falsear, sesgar u ocultar la verdad en interés personal (bien sea, para defender unas ideas propias, o bien sea, por el mero lucro individual).

En los últimos años, la expansión de los medios de comunicación, la aparición de nuevos canales y fuentes de información, lejos de contribuir a la mejora de la profesión, un aumento de la calidad periodística y transparencia, han traído una multiplicación de basura informativa, un auténtico lodazal comunicativo, el principal agente contaminador de las mentes de los ciudadanos, en mi opinión, una peligrosa amenaza para las libertades y derechos de los ciudadanos.

Y no hablo de las noticias falsas o la creación de bulos y mentiras, sino en toda esa cantidad de reportajes, testimonios, crónicas y narraciones que llenan los distintos espacios (prensa, radios, televisiones, etc.) con claras y evidentes finalidades de servir para cualquier cosa, menos para explicar la verdad.

Todos nos podemos equivocar o cometer errores. Es entendible e, incluso, comprensible que, por la competencia por conseguir la máxima audiencia posible, uno sacrifique parte del rigor que sería deseable a cambio de facilitar la comprensión del mensaje y su consiguiente adaptación (sin alterar o modificar la esencia del contenido).

Asumiendo que todos podemos equivocarnos, me sorprende en el mundo del periodismo, la falta de humildad y de valentía para reconocer abiertamente los errores cometidos.

Pero, es que, aún admitiendo las limitaciones humanas, los errores, la falta de capacidad, lo que resulta inexcusable y del todo intolerable es cuando, a conciencia, un periodista (o comunicador) falta abiertamente a la verdad o la sesga con una clara intencionalidad (por ejemplo, al jugar con el encuadre de una foto, al cortar una frase, cuando se presenta una expresión sin contexto, etc.), renuncia a su condición de contrapeso del poder y se convierte en colaborador voluntario o tácito de la dominación y la tiranía.

En estos días tan trágicos y tristes, con miles de muertos ennegreciendo nuestros hogares, me resulta desolador comprobar como muchos periodistas (y/o comunicadores), en lugar de ejercer su profesión con un mínimo de dignidad, se convierten en agitadores serviles e instrumentos de propaganda, añadiendo aún más dolor si cabe a las heridas.

Leni se dejó abrazar por el poder y disfrutó de las mieles de los palacios de cristal. Aunque llegó a conocer que en los sótanos había oscuras mazmorras, renunció a visitarlas para seguir gozando de su situación privilegiada. Esa renuncia le condenó al destierro personal, confinada socialmente de por vida. Que algunos tomen nota.

2 pensamientos en “Asesor fiscal en confinamiento. Día 21.

  1. Beatriz

    Explicas perfectamente lo que muchos pensamos. Sobre todo si conoces ciertas situaciones y ves como las “informan” en radio o televisión.

    Tristes días por todo.

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  2. Carlos Río

    Es evidente que el personal sanitario, policía y otros colectivos están mostrando una dignidad inmensa y un compromiso social aún mayor, en cambio el papel servil de los medios de comunicación es vergonzoso, veremos que pasa cuando llegue el tiempo de jueces y la Justicia.

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