Los fanáticos tienen la cualidad de destrozar la realización del ideal al que pretenden servir. Sus excesos, en lugar de silenciar o amedrentar al oponente, consiguen que reaccione con una fuerza hasta entonces impensable.
La verdad es que le estoy muy agradecido al inefable Tezanos que, en su condición servil, haya elaborado y publicado una encuesta de opinión tan abyecta como ridícula, arrastrando consigo el escaso o nulo crédito de la institución que dirige y representa (y con él, todos esos profesionales que al amparo de la obediencia debida consienten y aceptan todo lo que sucede).
Pero, dejando de lado los matices políticos y las capciosas cuestiones planteadas, algunas infames para una Democracia y soeces para un profesional de la Sociología, lo que más me ha animado es que, la publicación ha dado lugar a que esta semana se hable, más que nunca, de uno de los géneros literarios que más me apasionan, las Distopías.
Además, me ha pillado el momento que estoy releyendo «Un mundo feliz» de Aldous Huxley, uno de mis libros preferidos, a instancias de mi hija, a quien se lo recomendaron en el club de lectura del Colegio.
Como bien sabéis, una distopía, término que pretende ser un antónimo de utopía, se trata de la narración de la visión de un mundo futuro, no especialmente lejano, en las que el autor refleja las tendencias sociales, acentuándolas o llevándolas hasta los extremos, en función de su contexto y circunstancias reales. Es decir, a partir de la realidad y de la experiencia vital del autor, desarrolla cómo espera que evolucionará la sociedad o hacia dónde se encamina, si nada cambia.
En palabras llanas, el escritor actúa como un inversor, concreta su previsión del ulterior tiempo, ahora bien, normalmente, hay en la obra una ilusión o la ambiciosa esperanza que, con su lectura, dicha profecía no se cumpla.
Sin embargo, pareciera que la población, en lugar de reaccionar, asuman las creencias y las transformen en hechos, como en la Psicohistoria de la original Trilogía de la Fundación de Isaac Asimov. Una auténtica obra maestra de la ciencia ficción y, a su manera, distópica también.
Pues bien, tras la publicación del trabajo del siervo lisonjero, las redes sociales se han llenado de referencias a otros de esas magníficas obras, «1984» (1948) de George Orwell. Esta obra es de sobras conocida, donde una «sociedad orwelliana» convive con una constante manipulación de la información sometida a una vigilancia masiva («el ojo que todo lo ve») y la represión política y social del disidente; en definitiva, un sueño húmedo y la lúbrica tentación de la Agencia Estatal de la Administración Tributaria.
Ahora bien, si bien es de sobras conocido que George Orwell (un brigadista internacional que había combatido en la Guerra Civil española en el bando republicano) escribió esta novela junto con su otra gran obra «Rebelión en la granja», precisamente, para denunciar la deriva totalitaria y sanguinaria de las izquierdas; en cambio, su inspiración fue una de las primeras novelas expresamente distópicas, como es la pionera «Nosotros» (1920) del escritor ruso Evgeni I. Zamiátin.
Aunque cuando se publico la novela, el régimen soviético aún estaba en su fase inicial de su consolidación, Zamiátin, que había sido un simpatizante revolucionario poco ortodoxo, tuvo el honor de que su obra fuese prohibida por el Goskomizdat (el órgano de revisión y censura de publicaciones del Partido Comunista de la Unión Soviética). Precisamente, su «muerte» como escritor le hizo rogar a Stalin, a través de Gorki, su exilio fuera de la URSS (aquí tenéis una de las dramáticas cartas que remitió).
En la obra, encontraremos ideas o pasajes que, nos recordarán a los mundos de Huxley y Orwell.
Dentro de las novelas distópicas, aparte de las conocidísimas «Fahrenheit 451» de Ray Bradbury, la «La máquina del tiempo» de H.G. Wells o «La naranja mecánica» de Anthony Burgess (sacada del olvido gracias a la película Stanley Kubrick), quisiera mencionar dos obras singulares.
La primera de ellas, es «Los quinientos millones de la Begun» (1879) de Julio Verne, una novela simple y divertida, una antecesora de las modernas distopías por su recreación de las ciudades Estado de Stahlstadt y France-Ville, maniquea y claramente orientada en su visión tras la guerra franco-prusiana. Recuerdo leerla en una versión cómic hace algunos años y me impresionaba la fabulación de Verne. En todo caso, es una novela que rehúye o deja de lado la profundidad sobre la condición humana y se limita a vislumbrar un final tan simple como utópico.
La otra es «Señor del Mundo» (1907) de Robert H. Benson. Es una gran y bellísima obra que, por la condición del autor, ha sido objeto de desprecio y olvido. Estamos hablando de un pastor anglicano que se convirtió al catolicismo, en la Inglaterra postvictoriana, algo especialmente mal visto en la sociedad de su época.
La novela, muy bien escrita, narra un mundo futuro, inconcreto en tiempo, donde una suerte de buenismo y humanitarismo se impone de forma totalitaria anulando cualquier discrepancia del ámbito público, en definitiva, la (actual) implantación de la dictadura de lo «políticamente correcto». La novela es sencilla y no se recrea en los escenarios físicos y el contexto tecnológico, sino que contiene una gran carga de profundidad moral, lo que la convierte en manifiestamente irreverente y peligrosa para las delicadas mentes de los lectores actuales.
Seguramente hay muchas más y espero vuestros comentarios, para ampliar mis lecturas y contribuir que lo que nos queda de confinamiento, sea más ameno y reflexivo.
Gracias Tezanos. No sólo nos has ayudado a abrir los ojos a algunos cegados, sino que, encima contribuirás a que rememoremos y disfrutemos con grandes obras de la literatura para poder interpretar las derivas políticas, económicas y sociales de estos complicados momentos que nos hacéis vivir.
«No tengo ninguna intención de presentarme como imagen de la inocencia injuriada. Yo sé que tengo el inconveniente hábito de decir lo que considero que es la verdad antes que decir lo que puede ser conveniente en el momento. Específicamente, nunca he abandonado mi actitud hacia el servilismo literario, la adulación y los cambios camaleónicos de color: yo he sentido y todavía siento que eso es igualmente degradante para ambos, el escritor y la Revolución.»
Evgeni I. Zamiátin. («Cartas a Stalin: Mijail Bulgakov y Eugeni Zamiatin«, Editorial Veintisiete Letras. Madrid, 2009).
Muchas gracias por compartir tan buenas lectura y reflexiones