Querido amig@,
Si bien he tratado de evitar cuestiones y debates políticos en esta bitácora, en esta ocasión, considero efectuar una excepción a dicha regla dado que la cuestión catalana, la secesión de un conjunto territorial de España, tiene importantes connotaciones de orden jurídico y, sobretodo, aparentemente, se fundamenta en cuestiones de orden tributario o fiscal.
Te escribo con objetivos poco ambiciosos. Lo más probable es que, sabiendo como sabes que discrepo de los postulados secesionistas, no tengas mucho interés en seguir leyendo esta misiva. Estás en tu derecho. Asimismo, soy consciente que, aunque siguieses adelante, por las razones que consideres oportuno (curiosidad, interés, aburrimiento, etc.), tengo serias dudas de que aceptes alguno de mis planteamientos y reconsideres tu opinión. Este escepticismo no se debe a que no confíe o crea en mis ideas o argumentos, al contrario, esta visión poco esperanzadora se fundamenta en la experiencia práctica de que, la mayoría de personas se adhieren a ideas o conceptos políticos de forma acrítica y sobre la base de cuestiones meramente circunstanciales (clase social, ámbito relacional, estatus económico, interés personal, etc.), comportándose como vulgares aficionados de un equipo de fútbol. Por tanto, será un éxito rotundo si consigo que tras la lectura de la presente carta surja en ti algo parecido a una “duda razonable”.
- La coartada intelectual.
Para combatir el déficit intelectual y la pobreza de ideas del nacionalismo, el secesionismo ha buscado razones, presuntamente objetivas, que justifican y legitiman la propuesta de secesión. Entre las cuales, la principal (y casi única) razón que se exponen es el presunto déficit público o fiscal de Cataluña. Se ha expuesto hasta la saciedad de que Cataluña, en su conjunto, no obtiene o dispone de los suficientes fondos o recursos públicos en relación a su contribución al sistema público del conjunto de España. En definitiva, existe un déficit fiscal, una pérdida de recursos del conjunto de la ciudadanía de Cataluña (que, en virtud de la redistribución de la riqueza se reparte en beneficio de otras zonas o territorios de España) que, a la larga, lastran y dificultan la prosperidad económica y el desarrollo social de Cataluña.
Como imaginarás, no comparto esa afirmación como tal:
1.- Los tributos, las contribuciones públicas, se obtienen de las personas, de los individuos. No existen sujetos pasivos que sean los territorios. Por tanto, hablar de territorios en lugar de personas es conceptualmente inaceptable. Además, de forma sesgada, tomamos como referencia las Comunidades Autónomas, en lugar de hacerlo con las provincias, las comarcas, las poblaciones, los barrios, etc. Si la secesión de Cataluña respecto del resto de España se ampara en el “maltrato fiscal”, entonces, entiendo que se debería aceptar que la provincia de Barcelona lo haga respecto del resto de Cataluña, o la comarca de la Vall d’Arán, o el barrio de Sarrià respecto del resto de la ciudad de Barcelona.
La elección en exclusiva de la base autonómica, Cataluña versus el resto de comunidades autónomas de España, tiene una marcada intencionalidad política; es decir, el teórico maltrato fiscal no es la causa de la secesión sino un mero pretexto.
2.- Parte del gasto y servicios públicos, si bien materialmente no se realizan o prestan físicamente en el territorio de Cataluña benefician a la ciudadanía de Cataluña. Nos estamos fijando en la mera localización territorial del gasto público en lugar de atender a la utilidad del citado gasto público. Por ejemplo, la autovía que une Huesca con Lleida, ¿beneficia únicamente a Aragón o por, el contrario, es de utilidad tanto para todos, con independencia de que, el 85% del trazado de la autovía está en el territorio de Aragón?
Pero es que, además, como se ha comentado hasta la saciedad, existe una multiplicidad de órganos, instituciones y estructuras del Estado (red institucional exterior, ejército y fuerzas de seguridad, infraestructuras, administración tributaria, coste de financiación pública, instituciones políticas, etc.) que, de forma indirecta, sirven y benefician al conjunto de la ciudadanía. Por tanto, en caso de secesión, debería asumirse el gasto público correspondiente, de tal manera que, ese presunto déficit fiscal se vería reducido o minorado de forma significativa.
No computar el impacto del coste de las estructuras y servicios comunes del Estado y demás administraciones pone de manifiesto el carácter falaz del argumento. No interesa la realidad objetiva sino crear un argumento con apariencia de verosimilitud.
3.- Como bien sabes, la distribución de la riqueza y renta entre las personas no es uniforme. Ahora bien, para tratar de minimizar las desigualdades sociales, se estableció un objetivo de redistribución de la riqueza y, entre otros principios, en el ámbito tributario, rige el principio de progresividad (el que más tiene, no sólo paga más, sino que contribuye en mayor proporción).
Existen personas que padecen déficit fiscal (aportan al sistema público más de lo que reciben de las distintas administraciones y servicios públicos) y otros que son perceptores netos. Por distintas razones, en proporción, en el territorio de Cataluña existen menos perceptores netos que en otros territorios de España.
Además, por el efecto de la progresividad, en la medida que la renta o riqueza media de la población de Cataluña es superior al de la mayoría de regiones de España, esa contribución media se incrementa en proporción.
Como tuve ocasión de exponer con detalle hace unos años (ver aquí), creo que una de las cuestiones a debatir y reformar de nuestro sistema tributario es la elevada progresividad existente. Un simple dato es elocuente: el 40% de los contribuyentes del IRPF de España aportan apenas el 3% de la recaudación del Impuesto, mientras que otro 30% (la clase media y media-alta) proporciona cerca del 55% de la recaudación.
En resumen, si estamos de acuerdo con el principio de progresividad fiscal y la redistribución de la riqueza, seamos consecuentes y aceptemos que unas personas (que no territorios) se beneficien de la mayor contribución de otros. En cambio, si no nos acaba de gustar esta idea o apostamos por limitarla (como es en mi caso), sugiero buscar reformas y medidas que operen en este sentido y que afecten de forma igual al conjunto de la ciudadanía (y no sólo a un colectivo determinado).
4.- Cataluña no es una isla. Por tanto, nos guste o no está conectada al resto del mundo, con crecientes conexiones, debidamente interrelacionada, todo ello, gracias a la movilidad de las personas y las relaciones económicas, sociales y culturales de su ciudadanía. Parte de esa presunta mayor riqueza o renta media de los ciudadanos de Cataluña se debe al comercio y mercado con el resto de España y el exterior. Porque formamos parte de España, nos beneficiamos del mercado y comercio común de bienes y servicios. La prosperidad de Cataluña está ligada, queramos o no, a la prosperidad de nuestro entorno territorial. Por ello, aunque nos cueste, es preciso hacer infraestructuras en el resto de España que permitan mejorar las conexiones, es rentable que existe el máximo de población con un nivel de económico digno para el crecimiento y expansión de nuestras empresas, debe facilitarse la movilidad de las personas, etc.
5.- Una parte significativa de la prosperidad y desarrollo actual de Cataluña se deben, entre otras razones, a formar parte de España. En particular, el crecimiento económico y social de los años cincuenta y sesenta (los años del “desarrollismo económico”) fue posible gracias a la venida de grandes cantidades de mano de obra de otras regiones de España: miles y miles de jóvenes venidos de otras localidades a las fábricas y como empleados de servicios ayudaron y consolidaron la expansión industrial y comercial. Sin esa gran masa de población, seguramente no hubiese sido posible el crecimiento económico y social de Cataluña: aparte de mano de obra y capital humano, ello fue un gran revulsivo para el comercio, la construcción, la creación de infraestructuras y la acumulación de capital financiero. En gran parte, Cataluña (como Madrid o el País Vasco) consiguió una prosperidad sin igual a diferencia de lo que aconteció en otras regiones; o sea, la movilidad social supuso que ciertas comunidades perdiesen gran parte de sus medios y recursos básicos, agravando su dispar crecimiento económico.
Más recientemente, Cataluña es la que es gracias al impulso renovador y al estímulo de los Juegos Olímpicos, ejemplo de proyecto común en el que todos los españoles nos sentimos ilusionados e identificados, consiguiendo un gran éxito y un impacto económico y social sin igual.
Con ello no pretendo señalar que los ciudadanos de Cataluña tengamos que sentirnos en deuda con nadie, al contrario, sino entender que posiblemente ese presunto déficit fiscal trata de paliar un desigual reparto de la riqueza y de la renta con orígenes múltiples y causas diversas. Cuestión distinta es, como siempre apuntado y defendido en esta bitácora, proponer alternativas políticas encaminadas a revisar, reducir y/o anular determinadas medidas de gasto público (básicamente, ayudas y subvenciones) que, con el tiempo, se han revelado ineficientes, ineficaces y, además, son fuente de graves problemas de corrupción.
En conclusión, la alusión del déficit fiscal no es ni más ni menos que la coartada intelectual del movimiento secesionista. Los nacionalismos, aunque prácticamente no han cambiado sus esencias y fundamentos, han aprendido que, para presentarse ante la sociedad y no generar una excesiva animadversión (por el triste recuerdo de las Guerras Mundiales), deben dejar de lado las alusiones a las cuestiones identitarias (raza, lengua, religión, etc.) y buscar argumentos racionales y verosímiles (aunque sean erróneos, equívocos e, incluso, falsos) en los que basar sus pretensiones y fines últimos (que, inevitablemente, siguen siendo identitarios).
- Legalidad y legitimidad.
Una de las cuestiones más controvertidas en vuestros alegatos a favor de la secesión es cuando apeláis a la Democracia, el presunto derecho a decidir y que, antes y por encima de cualquier legalidad, la «voluntad del pueblo» debe prevalecer. Aunque esperable, no deja de sorprenderme que recurráis a dicha argumentación. Sin perjuicio de su atractivo, emotividad y su apariencia de corrección, resulta que estáis empleando ideas, expresiones y lenguajes que rememoran el pensamiento de Carl Schmitt y de sus seguidores. Te sugiero su lectura.
Personalmente creo que uno de los grandes progresos políticos es la consolidación de la idea liberal de que las personas aceptamos someternos, libre y voluntariamente, al Imperio de la Ley y al establecimiento del Estado de Derecho. Residiendo en el conjunto de la ciudadanía la soberanía nacional, la gran mayoría, aceptamos darnos unas leyes y normas que nos permitan la convivencia pacífica, la seguridad y la estabilidad necesaria para nuestro desarrollo vital. Como es obvio, seguramente no estamos de acuerdo con la totalidad de las leyes, sin embargo, para conseguir la convivencia y un cierto grado de consenso, aceptamos y respetamos la legalidad vigente. Ese respeto a la Ley emanada del pueblo (entendido lisa y llanamente como el conjunto de ciudadanos) por medio de las instituciones políticas de que nos hemos dotado es crucial para la pervivencia de la “nación política” (es decir, la convivencia pacífica y la estabilidad).
En las democracias modernas y liberales, las mayorías respetan y tienen en consideración a las minorías, a la vez que, las minorías deben aceptar que las decisiones se correspondan con los deseos de las mayorías. Ese es un principio de funcionamiento básico. Para que ello sea así, en conjunto, se buscan unas normas mínimas de consenso que garanticen esos difíciles equilibrios, a fin de lograr la ansiada convivencia de las personas.
Creo que hemos confundido el respeto a las minorías con un presunto derecho de las minorías a exigir aquello que desean o aspiran. Los regímenes democráticos nos compelen a que en lugar de imponer la decisión de una minoría, busquemos alianzas y consensos con otras minorías para conseguir una mayoría en la toma de decisiones. Cuando nuestros representantes políticos fueron claves o tenían un papel fundamental en las tomas de decisiones (formando parte de las mayorías) no se planteaba la secesión, al contrario. Ésta se ha puesto encima de la mesa, precisamente, por la incapacidad de tejer y lograr consensos mayoritarios para los cambios democráticos.
Cuando tenemos una opinión o idea que no es compartida por la mayoría de la población, el ser demócrata, nos obliga a aceptar la voluntad de la mayoría, a respetarla y someternos a las normas que de ella se deriven, sin perjuicio de nuestro derecho (e incluso, obligación cívica) a expresar nuestra contrariedad, oposición y razones contrarias.
En cambio, cuando aludimos a una presunta “legitimidad” de origen, cuando apelamos a la “voluntad del pueblo” y nos dejamos llevar por la peligrosa pendiente de la “desobediencia civil”, estamos, de alguna manera, violentando el principio democrático del respeto a la Ley. Y lo que es más relevante, no se está apelando a una teórica “legitimidad” sobre la que no existe un consenso político y social, sino que es únicamente compartido por un colectivo determinado.
No hay nada de democrático cuando se pretende amparar la superación o la elusión de la legalidad para conseguir un fin determinado, al contrario. Se abre una caja de Pandora de incierto final pues todos y cada uno podemos encontrar “legítimas” justificaciones para no someternos a aquellas normas que no sean de nuestro agrado.
De hecho, el concepto de “legitimidad”, entendida como la fuente y justificación del poder y de las instituciones políticas, se ha empleado en muchas ocasiones como ariete contra la Ley y la Democracia, destrozando el principio de consenso pacífico del cuerpo político de la nación, y sirviendo de amparo para la adopción de regímenes y sistemas políticos de naturaleza autoritaria, especialmente, cuando esa supuesta legitimidad es de carácter tradicional (cultural) o carismática, en terminología de Max Weber.
Te recuerdo que la deseable “legitimidad” racional no deriva de la voluntad de la mayoría, sino por el consenso tácito del conjunto de la ciudadanía. Y es que, si bien las mayorías permiten tomar decisiones no son un indicador de verdad o razón. Ten presente que, en la Historia contemporánea, muchos sistemas políticos poco democráticos son el resultado de mayorías democráticamente elegidas. No siempre el “pueblo” tiene la razón.
Dejando de lado el debate de filosofía política, y en el terreno más práctico y banal, se me antoja muy complicado o cínico que, por un lado, se hable de “superar la legalidad vigente” y se promueva la desobediencia civil y, por otro lado, se exija a la ciudadanía que acepte la decisión de la mayoría y se someta a la nueva legalidad. ¿De qué democracia estamos hablando?
A mí personalmente, gran parte del corpus legal actual no me gusta, sin embargo, creo que obviarlo, negarlo y no respetarlo me sitúa en el terreno de la barbarie y de la intolerancia, en resumen, en comportamientos antidemocráticos. Además, en garantía de mis derechos y libertadas, si deseo que los demás cumplan y respeten la legalidad, debo someterme a la Ley y al Estado de Derecho.
- El sentimiento como eje político.
En mi experiencia personal, cuando he tenido la ocasión de dialogar y hablar de forma razonable con una persona que, como tú, aboga decididamente por la secesión de Cataluña y tiene una concepción nacionalista o identitaria, siempre he llegado a un punto en que, por cansancio, aburrimiento o falta de argumentos, recurrís a vuestro sentimiento de pertenencia, a vuestra identidad, a vuestro derecho a ser respetados por como sois y os sentís que sois (“me siento catalán y no me siento español”). Este recurso es (teóricamente) infalible pues sólo cabe una opción: compartir o no tus sentimientos, y, en caso de no compartirlos (con independencia de que tengamos más o menos vínculos), mi forma de pensar, me obligan a respetarlos y no inmiscuirme en ellos.
En cualquier caso, esta infalibilidad pone de manifiesto la pobreza intelectual del nacionalismo: se abandona el terreno de las ideas y la razón para refugiarse en los sentimientos y las emociones, terreno en el que no cabe el diálogo y la confrontación de ideas.
Siendo que tenemos sentimientos distintos, ¿cómo se construye, cómo se consigue la convivencia y la pervivencia de una comunidad, una nación política, en la que cada uno de los individuos o miembros tienen sentimientos distintos y no siempre coincidentes? Pues bien, la respuesta a esta pregunta ya está resuelta desde los orígenes del pensamiento político: existen dos modelos básicos, bien sea primando la fuerza/coerción o bien primando la razón.
Aunque no quieras creerlo, el eje político del sentimiento y la emoción al que tú aludes siempre acaba vinculado con el primer modelo, la fuerza y la coacción, porque el sentimiento es la contraposición de la razón. Se trata de primar las sensaciones personales, la visión personal, la identidad, la pertenencia, las vinculaciones afectivas y emocionales, en definitiva, el subjetivismo. Ello no significa que en la construcción de una comunidad política fundada en sentimientos de pertenencia no se utilice la razón; al contrario, lo que sucede es que la razón, tiene un papel meramente instrumental: la razón o la inteligencia o bien se pone al servicio del sentimiento del colectivo dominante (clase social, raza, grupo, etc.) o bien del sentimiento del más fuerte (monarquías, dictaduras, teocracias, etc.).
Por el contrario, cuando el modelo de comunidad se funda y basa en la razón, la reflexión, el diálogo y el equilibrio son los ejes básicos, se busca el nexo de unión o el punto de equilibrio que permita la convivencia y el desarrollo común, a la vez que, cada uno de los partícipes, acepta, tácita o expresamente, renunciar a una parte de sus ideas y dominar sus sentimientos. En este segundo modelo, más complejo y menos estimulante, cada uno de los individuos se obliga a dejar de lado sus sentimientos personales en favor de las razones objetivas, se busca lo correcto, lo óptimo, aquello que será mejor para el mayor número de personas y que, en conjunto, el beneficio sea mayor, sin perjuicio de establecer un marco general de respeto y convivencia de las distintas subjetividades.
Como ves, de nuevo, retorna el viejo debate entre los modelos colectivistas (nacionalidad, clase social, grupo familiar, tribu, religión, etc.) o los modelos individualistas. ¿Quién debe primar, el colectivo, la identidad común, la pertenencia, la vinculación grupal, o bien, el individuo, la persona, el ciudadano, ese ser político que anhela la convivencia y cohesión con un conjunto de iguales?
A la larga, como lo demuestra la Historia, los modelos colectivistas tienden a anular o segregar a los distintos (evitando recurrir a los habituales ejemplos, te recuerdo el exilio de los judíos y musulmanes con los Reyes Católicos y los Austrias, el genocidio de los armenios con ocasión de la configuración de la Turquía moderna, la segregación política y social de los serbios en Kosovo, la persecución de la disidencia en la actual Venezuela, etc.). En definitiva, en los modelos colectivistas, se exalta el grupo, la comunidad, en definitiva, el “pueblo”; su eje central es la confrontación nosotros – otros (enemigo), es una ideología maniquea (buenos y malos). Al final, el colectivo se siente legitimado a actuar, en mayor o menor medida, respecto de aquellos individuos diferentes o que no comparten el sentimiento común.
En el caso que nos ocupa, la pretensión de secesión de Cataluña a la que tú aspiras, aunque esté guiada por nobles sentimientos y pretenda ser un desarrollo pacífico, se basa en una idea o modelo colectivista, el sentimiento catalanista, con unos ejes marcados por la lengua y la cultura catalana. El elemento clave es “Catalunya”, “el poble de Catalunya”, la comunidad de hombres y mujeres que conforman un ente colectivo con una vida propia, la Gemeinschaft. En vuestro discurso, implícitamente estáis confrontado vuestra idea de “comunidad” con el concepto de “sociedad”.
Se habla de una forma de ser catalán, de un estilo propio, una visión particular, una forma de hacer. Con ciertos matices y diferencias, pero con un patrón único. Surgen y se han creado manifestaciones y rituales para la masa, en la que se espera la participación activa del conjunto de vuestro colectivo. En Cataluña, nos hemos pasado los últimos cuarenta años hablando de qué nos hace diferentes y distintos al resto de personas de España: más europeos, con tradiciones propias y singulares, con formas de hacer política distintas (mejores y más honorables), más afanosos, más serios y formales, etc. Al final, aunque pretendas negarlo, en el imaginario colectivo se ha establecido y consolidado la idea de qué es un (buen) “catalán”, como si de una suerte de estándar de catalanidad se tratase.
Por cierto, cuando un grupo o un colectivo destaca y resalta aquello que comparten sus miembros y los hace diferentes respecto de los contrarios (los otros), normalmente, no se centra en cuestiones meramente objetivas o circunstanciales, sino que, de forma más o menos sutil, la comparación suele tener un sesgo favorable para el grupo o colectividad. Es decir, cuando decimos que los catalanes somos distintos a los asturianos, no hablamos de diferencias en el color del cabello sino que aludimos a un presunto mayor nivel cultural o un mayor desarrollo económico. Buscamos aquel elemento diferencial donde, como colectivo, obtenemos un mejor resultado comparativo. En resumen, decimos que, como colectivo somos diferentes, pero en realidad, estamos diciendo que somos mejores.
Retomando el ideal de catalán o la pertenencia a ese colectivo común, ¿qué nos sucederá con aquellos a quien ese modelo de “catalán” no nos interesa, no queremos formar parte o bien siendo tan diferente a nosotros no nos sentimos identificados? No pierdas el tiempo buscando la respuesta en las múltiples manifestaciones de distintos actores de este circo político o en presuntos documentos escritos, pues, con independencia de lo que se diga, ello carece de toda relevancia. Esto es así porque una cosa son las palabras y otras las dinámicas político-sociales. Como te comentaba, a pesar de lo que tú me digas que deseas o sueñas, el conjunto o el grupo necesitará mantener un nivel constante o creciente de tensión en el colectivo para superar los momentos de crisis y dificultades venideras, y para ello, no hay nada mejor que reforzar los vínculos afectivos y emocionales comunes mediante contraposición al diferente.
La primera crisis grave sería la propia construcción del Estado y la necesaria consolidación de la citada secesión. Creo razonable pensar que el mero hecho del inicio del proceso de secesión generará un alto grado de incertidumbre, inseguridad, preocupación y tensión en el conjunto de la población que vive en el territorio de la actual Cataluña, con el consiguiente impacto a nivel político, económico y social. Por otro lado, no hay nada más frustrante y destructivo para un grupo que, una vez iniciado un gran reto común deba abandonarse a la primera dificultad. Por tanto, para evitar el retorno al pasado, los líderes del movimiento seguramente optarán por adoptar cuantas medidas especiales y, en algunos casos, excepcionales sean precisas para asegurar el éxito de su construcción nacional. Sin caer en demagogias o alarmismos, dando por sentado que vuestros guías o líderes son “europeos”, te presento algunas posibles medidas a adoptar:
– la construcción de las estructuras administrativas de un nuevo Estado necesita recursos económicos y financieros, seguramente, existirán “razones de Estado” que justifiquen adoptar medidas especiales contra determinados colectivos o individuos que no colaboran de forma decidida en dicho proceso;
– en el caso de la selección y búsqueda de los nuevos responsables y órganos de gobierno y administración, o bien se primará a los manifiestamente vinculados al nuevo orden o bien se negará el acceso a los discrepantes;
– lógicamente, y más en un escenario de incertidumbre y tensión, parece razonable pensar que existirán determinadas limitaciones a los derechos políticos de aquellos individuos claramente opuestos al nuevo Estado;
Y podría seguir con otros muchos ejemplos. En definitiva, la dinámica político-social del proceso tiene una marcada tendencia: favorecer los propios, para reforzar la adhesión, y contener, coartar, separar o anular los ajenos o diferentes. En definitiva, amigo secesionista, aunque no dudo de tu buen corazón, cuando se construye sobre fango, el edificio acaba derruyéndose.
Anticipo que me dirás que vuestro movimiento es una reacción ante una España (como ente propio) que no ha aceptado vuestra particularidad o identidad propia o singular. Pues bien, aunque es cierto que en España (y los españoles) no siempre se ha actuado de forma correcta y con la debida inteligencia, esta afirmación es un nuevo pretexto que busca meramente el impacto emocional:
– En primer lugar, se habla de una tensión entre España y Cataluña, es decir, me estás hablando de confrontación entre nacionalismos o colectivismos. Yo no sé quién es España ni quién es Cataluña. Es más, no me interesa. Yo lo único que conozco son ciudadanos españoles, cada uno distinto e individual, con formas de ser, afortunadamente, muy distintas y variopintas, con una riqueza cultural y lingüística diversa.
Evidentemente que existen personas en el conjunto de España que tienen unas ideas o creencias de carácter nacionalista o colectivista, con lo que compartís el mismo ideario político, aunque basados en identidades distintas.
La cuestión es que, pudiendo optar por ayudar a construir y mejorar un sistema político basado en la razón y en criterios objetivos, integrando identidades diversas, habéis optado por imitar a vuestro “enemigo” buscando un refugio territorial y social para vuestro particular reducto identitario, en confrontación y oposición otro (presunto) modelo identitario. Habéis renunciado a la razón y al diálogo y estáis optando por la confrontación y el confort de la uniformidad. En definitiva, estáis practicando aquello que decís combatir.
– En segundo lugar, porque es una idea errónea o equívoca. Salvo pequeñas excepciones, en España, la práctica totalidad de la ciudadanía respeta y acepta aquellas “singularidades” propias de Cataluña: lengua, tradiciones, cultura popular, etc. Aún en las épocas más oscuras, la mayoría de la población han querido, respetado e incluso defendido las singularidades. Cierto que no siempre ha sido así por distintas razones (básicamente, la ignorancia y falta de educación), pero la realidad es que, hoy en día, no existe ningún problema en hablar y escribir en catalán, en bailar la sardana, en participar como castellers o en “correbous”, etc. Afirmar lo contrario es, lisa y llanamente, una mentira.
Cuestión distinta es si las “singularidades” propias de Cataluña tienen más o menos aceptación en el resto de España, a nivel popular o comercial. Y es que, si la sardana como baile se pierde (como los Toros o las Jotas) no se deberá a un problema de desprecio o ataque al acervo cultural de Cataluña, sino a que, en la sociedad actual, este tipo de tradición popular ya no tiene el mismo atractivo o interés que en años pretéritos. La cultura y la identidad de un territorio cambia a medida que lo hacen las personas y evoluciona la sociedad.
– En tercer y último lugar, porque esa es la solución del que no quiere afrontar los retos; huir hacia adelante. Es más fácil buscarse un rincón propio y particular, hecho a medida, lo más uniforme posible y sin distorsiones, que continuar trabajando en un marco más amplio y disperso, promoviendo el cambio y la reforma desde dentro para solucionar aquello que no funciona.
Personalmente, la idea de España no me apasiona pero me siento que formo parte de ella (por ello digo que me siento español), porque es el entorno político, económico, social y cultural en el que he nacido y he convivido. Aunque pretendáis negarlo, tenemos una tradición e historia común, un ámbito territorial colectivo muy amplio en el que nos podemos mover, cohabitar, con ambiciones económicas y aspiraciones sociales parecidas.
La España actual es una consecuencia histórica, fruto de los éxitos y fracasos de muchas personas. Existen periodos de luces y sombras, como en cualquier devenir o fenómeno humano. Ahora bien, creo que, en total, el resultado es muy positivo, sin perjuicio de que existen muchísimas cuestiones a mejorar.
España es un proyecto inacabado. Personalmente, el sistema político actual deja mucho que desear, existen graves problemas económicos (paro, desigualdad social, altas tasas de pobreza, etc.), deberíamos trabajar por mejorar las infraestructuras y crear nuevos proyectos comunes que nos vertebren, se necesita reformar el sistema educativo, etc. En definitiva, España dista mucho de ser perfecta y por eso no me entusiasma ni creo que deba hacerlo.
Lo que sí me motiva es conseguir un espacio territorial lo más amplio posible, con el mayor número de ciudadanos, en un marco político, económico y social favorable para el desarrollo de sus ciudadanos y, donde, con los debidos matices y formas diferentes, consigamos convivir en paz y prosperidad.
La alternativa es, si no tengo lo que yo quiero, me lo hago a mi medida. Esa es vuestra elección.
En definitiva, si has apostado por el secesionismo es porque necesitas del colectivo para tu identidad personal, por tu incapacidad de afrontar los retos de la globalización y la búsqueda de un entorno que te garantice comodidad y seguridad, por conseguir un marco social y cultural lo más parecido a tu forma de ser, a tus valores y tus gustos, porque no te sientes cómodo en las diferencias y porque, en el fondo, sientes que aquellas singularidades compartidas son “diferentes” a las del resto y ello te hace “especial”.
- La fractura de la amistad.
Por último, querido amigo, debo confesarte que, aunque nos cueste reconocerlo, este proceso ha supuesto una quiebra y fractura en nuestras relaciones personales.
Seguramente tú quieres pensar que no es así, pero basta con comprobar que, en las ocasiones en las que hemos coincidido (trabajo, familia, amistades, deporte, etc.), de forma tácita, hemos optado por rehuir las cuestiones políticas y ya no comentamos nuestras preocupaciones, inquietudes u opiniones relativas al tema del secesionismo. Hemos callado para evitar una eventual confrontación o tensión que, a ambos, nos dañaría. Y lo sabes.
Estoy convencido que, tanto tú como la mayoría de las personas que apoyan la secesión actúan de buena fe y con voluntad pacífica. Sé que no te debo temer, que no quieres hacerme daño ni a mí, ni a mi familia ni a mis bienes. Sin embargo, por el contrario, salvo en contadas excepciones, he perdido la confianza en ti y los tuyos para el supuesto en que os pongan en el compromiso de elegir entre el “pueblo de Cataluña” y mi persona y los míos. Lamentablemente, ha anidado en mí la desconfianza y temo que ante eventuales situaciones críticas prefieras mirar para otro lado y callar, el silencio, llegando al extremo que, en algunos casos excepcionales, vislumbro que eres una potencial amenaza para mi persona y los míos gracias a nuestro conocimiento mutuo. Sinceramente, habiendo depositado tu fe y entregado parte de tu persona al colectivo, tengo serias dudas que, llegado el extremo, estés dispuesto a luchar por mis derechos y libertades.
El problema de la agitación de las masas es como el agua que se desborda: conocemos el origen pero el final y las consecuencias son inciertas. Ahí está la semilla de la fractura.
Por ello, no te extrañe que ya no me sienta tan alegre, confiado y dispuesto. Las amistades, la verdadera amistad, se pierden y deterioran cuando en ellas anida la sombra de la desconfianza y el temor. Sin confianza mutua no existe amistad y sin amistad y/o fraternidad no es posible la convivencia. ¿Es eso lo que quieres?
* * * * *
Con gran pesar y, sin embargo, con la fe y esperanza de volvernos a reencontrar y construir algo mejor que lo que tenemos, me despido.
Un abrazo.
Emilio, agradecerte -aunque sea ex post facto- que hayas dedicado tu tiempo a algo que, bien sabes, sólo te puede traer problemas -no vas a convencer a nadie- pero que es una de esas pocas cosas en la vida por la que vale la pena luchar.
Me permitiré añadirte un matiz histórico que pasa, habitualmente, muy desapercibido y que tiene su correlato en esa emigración de la que hablas en los años 50 del pasado siglo. En efecto, esos emigrantes -cuyos hijos y nietos en parte se han convertido ahora en «charnegos agradecidos» que ahora palmean alegre e inconscientemente a la burguesía feudal de siempre- hicieron grande a Cataluña.
Pero es que, antes, en el siglo XVIII, quien hizo gran de Cataluña fue el régimen borbónico que ahora detestan, empezando por el tan denostado Felipe V.
En efecto, los terratenientes catalanes de la época obtuvieron el privilegio del comercio del textil durante mucho tiempo, monopolizando el comercio con las Indias, lo cual combinado con una prohibición de importación de tejidos hizo que las ahora clases elitistas de la sociedad catalana tuvieran la situación social de la que se benefician y desde la que miran -como en una atalaya- a los extremeños o murcianos o, yendo al territorio dialéctico que utilizan ellos asimilando personas con territorio, hizo que «Cataluña» -o sea, unos pocos catalanes- fuera rica.
En fin, deconstrucción de la Historia, que unida a la insolidaridad ante la reciente crisis y, sobre todo, al odio inculcado en la educación, nos ha llevado a este camino sin retorno.
Abrazo,
Esaú
¡Enhorabuena por la reflexión y por poner en palabras lo que muchos pensamos!
alucino. No he sido capaz de pasar del primer párrafo.
No soy catalán, no vivo en Cataluña, ni siquiera en españistan desde hace más de dos décadas. Pero empiezas esta entrada indultando dos veces a los separatistas.
Esa es una de las razones por las que los hay y si seguís insultando lo que haréis es crear más
Cuando se necesita tanto texto para convencer de algo significa que hay poco argumento.
No entro en la fiscalitat porque ya lo toca ud de una forma muy curiosa, por cierto.
Yo solo haré referencia a unos hechos irrefutables:
¿Porque el Ave ha llegado a Catalunya después de haberse desplegado por toda España, siendo ésta última línea la más rentable?
¿Porque en toda España hay autovías y en Catalunya todo son autopistas?
¿Porque se maltrata al aeropuerto de Barcelona y se prima al de Madrid?
Quiere más razones? Tengo muchas más…
Llego a tu blog, después de leer con estrepito tu ritual activitista de cada mes en «Iuris». Utilizando terminos como «hijo de la g….p» te haces muy grande Esau.
Puedo compartir alguno de tus criterios, porque aunque piense diferente que tu, no soy una persona ciega o que piense únicamente en mis verdades. No hay ninguna verdad absoluta.
Pero, me refiero al punto número 1 de tu blog:
1. Los tributos, las contribuciones públicas, se obtienen de las personas, de los individuos.
No es cierto lo que dices, porque haces trampas. Pagamos los individuos, sean personas físicas o jurídicas, pero quien recibe la aportación del EStado es la Comunidad para que se pueda invertir en carreteras, sanidad, escuelas públicas.
Si los individuos de una Comunidad pagamos mucho y luego recibimos muy poco, es normal de que hayan menos profesores, menos ordenadores, menos inversiones por persona que en otras comunidades.
Es más, el punto 1 se explica sólo con la existencia de los conciertos vasco y navarro. Pagan los mismos individuos (personas fisicas o juridicas) y con ese dinero (Navarra o el Pais Vasco) lo invierte en carreteras, escuelas, sanidad. Y como su solidaridad es infima, a tomar por c….
Y en cuanto al tema del odio y el victimismo, olvidelo. No odiamos a nadie, tan sólo queremos hacer las cosas a nuestra manera, tal vez sea peor o sea mejor, pero será diferente.
Sin acritud
Gracias por tu comentario, Manel.
Dado que el autor del artículo soy yo y no mi amigo Esaú, quisiera darte una mínima respuesta sin mayor interés en continuar polémicas estériles. Veo que no te gusta mi argumentación, lo acepto, pero contrariamente a lo que me manifiestas, no efectúo trampa alguna, al contrario. Como claramente pones de relieve, eres presa de tus creencias e insistes, de forma tácita, en las balanzas fiscales de las Comunidades. Como he intentado exponer (con escasa fortuna, por lo que veo), la trampa argumental está en poner el acento en una mera delimitación administrativa (la Comunidad autónoma) y obviar cualquier otra delimitación o criterio para reflejar los desequilibrios en la distribución del gasto e inversión pública. Insistes en reclamar un mejor trato fiscal para Cataluña, algo que podría llegar a compartir, sin embargo, silencias los desequilibrios fiscales dentro de Cataluña. Para no extenderme más allá de lo escrito ya, mi tesis es que ese presunto «déficit» o mala distribución fiscal es una mera añagaza o, como he definido, la coartada intelectual. En el fondo, os importa poco los desequilibrios fiscales, cómo se producen, cómo se computan y calculan, cuál es el origen, causas, efectos, etc. Asimismo, he intentado apuntar dos ideas adicionales que, directamente, obvias o no te interesan: cómo determinar la localización del gasto/inversión pública (por ejemplo, en el caso de infraestructuras) y la territorialización de la recaudación fiscal de las personas jurídicas (¿acaso es posible defender que la recaudación de La Caixa o de Telefónica es únicamente imputables a Cataluña o Madrid, exclusivamente?).
Por cierto, en cuanto al tema del concierto vasco y navarro, tengo escrito por esta misma bitácora mi oposición al mantenimiento de dicha «singularidad tributaria». Personalmente siempre he defendido que ya va siendo hora de madurar y, por el bien de todos, tener un sistema tributario uniforme: o todos concertados o ninguno. Entre las dos opciones, prefiero la de tener un único sistema fiscal, sin perjuicio de mantener y ampliar la (actual) descentralización administrativa.
Por último, otro motivo más para oponerme al experimento secesionista es porque no quiero que se hagan «las cosas a nuestra manera». La expresión en sí ya me resulta preocupante y denota una presunta «diferencia». Y si me atengo a la experiencia práctica de gestión de las administraciones catalanas, te costará convencerme. En cualquier caso, lamentablemente, aparte del informe de Joan Iglesias (un hermoso brindis al sol), que para eso le han pagado muy bien, no he escuchado a ningún político exponer qué principios, fundamentos y propuestas tienen en materia de fiscalidad, qué sistema fiscal, qué tributos, etc. Eso dice mucho…
Atentamente,
Bona tarda Manel. Encantat de la teva participació al blog. En primer lloc, m´agradaria indicar-te que la paraula de la que parles està entre cometes, el que vol dir -suposo que ho vas estudiar al col·legi- que és una referència explícita i exacta de les paraules d´altra persona. Concretament, d´en Arturo Pérez-Reverte. En segon lloc, no crec que llegir «con estrépito» sigui el més addient en un post com aquest. Primer, perquè és un tema suficientment tècnic com perque li dediquis temps a la lectura. Segon, perquè sembla que és un tema que t´interessa i fins podria dir que et genera certa inquina, amb lo que per contraargumentar el més addient -sota la meva humil opinió- seria llegir abans atentament. Si quan et refereixes a «con estrépito» et refereixes als meus escrits, t´he de dir que t´has expressat malament i, per altra banda, t´he de contrariar perquè jo mai escric amb estrèpit ni em crec activista de res. Simplement dóno la meva opinió sobre temes d´actualitat, d´una forma heterodoxa i divertida i seguint els dictats d´Aristòteles en la seva Poètica.
Pel que fa al teu comentari sobre si els impostos es paguen als territoris, sembla que no vols veure que el que fa un territori són persones i si persones com, per exemple, La Caixa, guanyen calers a la resta de l´Estat i Catalunya fos un país diferent, La Caixa tributaria per aquests ingressos a l´estranger -a Espanya, en la ficció que t´he indicat-. Són regles bàsiques de fiscalitat internacional o, millor, de la tributació sota el principio de residencia que s´aplica a gairebé tots els impostos. Catalunya no és rica per ser un país ric, sino perqué té moltes empreses i persones que obtenen rendes elevades a tot el territori. Sense anar més lluny, Catalunya exporta més a Aragó que als Estats Units.
Pel que fa al comentari sobre l´odi, no estic d´acord però no entraré a valorar-ho.
Rep una forta abraçada,
Esaú
Impecable. Lo suscribo de principio a fin. Gracias.
Demasiada argumentación para justificar un déficit de cultura democrática. A democracias consolidadas como UK o Canada se argumenta, contrargumenta pero finalmente se vota. Antes bombardeaban Barcelona cada 50 años, ahora simplemente nos insultan. Nosotros respetamos a quien quiere continuar siendo español, pero también deberías respetar a quienes nos queremos ir, entre otros, por la manipulación y el insulto permanente que estamos recibiendo.
Buen hilo argumental, pero peregrino ante quién va con los ojos y las orejas tapadas autocreyendose su propio engaño.
La base racista, el cultivo del odio, la falsedad histórica, el engaño masivo, la manipulación dirigente ( adoctrinamiento) y el encubrimiento de la corrupción sí son los motivos reales de esta “espontánea” petición de independencia.