Llegan las vacaciones y, con ellas, los dardos lingüístico-tributarios que he ido acumulando, apaciguando así mi ira, durante el presente curso académico. Y, hablando de vacaciones, voy a tocar un adjetivo cuyo uso es tan común que mis apreciaciones pueden zaherir a un colectivo muy grande que bien pudiera llegar incluso al de algún lector de esta columna: ¿de verdad todo el mundo piensa que las vacaciones siempre son merecidas? ¿y aquél que ha estado rascándose la entrepierna durante todo el año, también las merece? Pongamos casos concretos: el jeta, el jefe sobón, el maleducado, el hincha del equipo rival con el que desgraciadamente compartes oficina u oficio, el antagónico políticamente hablando, el machista…¿merecen todos ellos un descanso vacacional o, en realidad, lo que les deseamos es un descanso eterno? Venga, no seamos tan políticamente correctos y dejemos de lado la adjetivación superflua.
Lo primero, el lenguaje political correctness es, en palabras de Josef Isensee “la autodestrucción de la libertad con el signo de la moral de izquierdas” (El dilema de la libertad); lo segundo, la adjetivación innecesaria fosilizada en la lengua genera sandeces indestructibles que “ahí siguen, sin que a sus usuarios se les haya pasado por la cabeza que a más de uno de esos fugitivos habría que obligarles a dar algún golpe (o un palo al agua, como ahora se dice donosamente”, como ya denunciara Lázaro Carreter (Lenguaje ortopédico).
Otro tópico de antiguo recorrido es el “largo etcétera”, el cual adolece de un defecto adicional al del asueto veraniego del compañero antes citado, al conllevar un dislate gramatical de gran calado. En efecto, la palabra “etcétera” tiene su origen en el latín “et cetera” que puede significar “y lo demás”, “y demás” o algo similar. Unir al etcétera un adjetivo produce un “y un largo demás” que carece de sentido. A pesar de ello, es expresión de gran fortuna, utilizada por el mismísimo Consejo de Estado en su reciente dictamen acerca de la proyectada Ley General Tributaria –pagina 125, letra J-. Quizás sería hora de exigirles a sus miembros cierta titulación académica, además de un dilatado currículo político.
Y hablando de “adolecer”, éste es un verbo de uso grandilocuente muchas veces desacertado. Como dice el Diccionario Panhispanico de dudas, es impropio usarlo con el significado de “carecer”. Se puede adolecer de falta de coherencia, o directamente de incompetencia, es decir, de algún defecto. Nunca se podrá, por ende, “adolecer de cierta sistemática en la exposición”, como expresó desafortunadamente el Tribunal Supremo en una sentencia de 5 de junio del año pasado.
Un latinajo muy utilizado en el ámbito académico y semejante al “etcétera” es “et alii”, abreviado “et al.”, que significa “y otros” pero referido a personas. Aparece normalmente en repertorios bibliográficos o notas al pie de trabajos de investigación, tras el nombre de un autor, para indicar que la obra en cuestión ha sido realizada, además, por otras personas. Si se cambia la expresión por la de “et alia”, como secularmente hace un inspector de hacienda que escribe con arte en revistas técnicas, estaremos haciendo un pan con unas tortas al confundir cosas con personas o, peor aún, estaremos presuponiendo que los objetos tienen capacidad de escribir artículos jurídicos, cosa que tal y como está la universidad, no sería descartable en un futuro cercano.
En fin, que ya ha llegado el verano y, como me ha dicho un compañero tributarista hace poco en un correo, a modo de despedida, hay que desconectar de la dura rutina del Derecho Tributario. Qué dura rutina, es cierto. Paradigma de esa virtud de la que hablaba Montesquieu –personaje olvidado por el actual ministro del ramo, no se nos olvide-: Virtud significa satisfacción, falta de provecho propio, disponibilidad para el sacrificio, devoción por el Estado, amor por la patria y por las leyes (De l´esprit des lois). Un ideal espartano que requiere que el ciudadano se aparte de sus intereses particulares, para que de esa manera pueda dedicarse con más ímpetu a los de la colectividad.
Todo eso y un largo etcétera (sic) más es la labor de la que no debe adolecer (sic) y por la que recibe unas merecidas vacaciones (sic) un profesional del derecho tributario. Que descansen mucho.
In memoriam, Pedro Martín, maestro difícil de olvidar, amante innato del derecho penal y magistrado grande, que no dejaba indiferente a nadie. DEP.
Publicado en Iuris & Lex el 14 de agosto de 2015.