Según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como emprendedor, aquella persona “que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas”. A su vez, se define como empresario, entre otras acepciones, el “titular propietario o directivo de una industria, negocio o empresa.” Como curiosidad, en el Diccionario del año 1843, la única acepción del término empresario hacía referencia “al que tiene parte en algún empresa, contribuyendo a ella con su capital, sufriendo las pérdidas o reportando las ganancias”.
Pese a que ambos conceptos contienen importantes diferencias, el mal uso del lenguaje y ciertos prejuicios ideológicos, han hecho que, actualmente, ambos conceptos se empleen de forma simultánea y como si de sinónimos se tratasen. Y es que, como George Orwell ya nos anticipara, la simplificación del lenguaje, su empobrecimiento y la subversión de conceptos, son claves para la implantación de cualquier tiranía.
Y en ello estamos.
Pues bien, por aquello de llevar la contraria, quisiera insistir en la necesidad de separar ambos conceptos y marcar las oportunas diferencias. Porque, no sólo estamos hablando de matices lingüísticos, sino porque nuestra sociedad, nuestra economía y, en definitiva, nuestra libertad y ciudadanía, exigen que se diferencien convenientemente ambos conceptos y se reivindique el verdadero papel del (buen) «empresario».
Que el pensamiento único está ganando la batalla se demuestra en que muchos empresarios han caído en la trampa terminológica de abandonar dicho concepto y aceptar que son meros “emprendedores”, sencillamente, porque entienden que este último término es más aceptado socialmente, conlleva resonancias positivas y genera una menor controversia. En palabras llanas, “ser emprendedor” es “guay”, mientras que el concepto “empresario” no sólo es un término que parece haber caído en desuso, sino que se emplea en tono peyorativo y con ribetes insultantes.
No obstante, por mucho que ladren, amigo Sancho, los conceptos de “empresario” y “emprendedor” son distintos, contienen matices diferentes y deben emplearse para designar personas con papeles disímiles.
Si buscamos sinónimos de “emprendedor”, encontraremos que los términos de referencia son: activo, atrevido, audaz, decidido, resuelto, etc. Es decir, estamos definiendo a personas de acción, gente que está dispuesta a sacrificar tiempo y dedicar esfuerzos en pos de una tarea, ni que decir tiene, que el término nos lleva a pensar en “aventureros”, modernos Dr. Jones que ponen una ilusión desbordada en un fin concreto. Ahora bien, el concepto “emprendedor” tiene un punto clave en su definición: es la persona que emprende, empieza, es decir, quien enciende la llama. Y ahí se acaba la cosa.
En efecto, a falta de nuevos territorios por explorar, misterios que resolver y demás enigmas que descubrir, en el mundo posmoderno de los negocios, como subespecie particular, surgen una multiplicidad ingente de seres que, partiendo de una idea original o singular, tratan de ganar fama y dinero de la forma más rápida posible. Ellos idean, ellos promueven, ellos se esfuerzan en conseguir notoriedad y, cuando los astros (y parte de su trabajo y buen hacer) lo estiman conveniente, alcanzan el éxito de su “aventura empresarial”, la versión posmoderna del Santo Grial.
Así surgen los fieles cupertinianos, zuckenbergditos y paginianos que, a imitación suya, se pasan el día, siguiendo de forma escrupulosa los pasos y las guías marcadas por los sacerdotes de la emprenduría: primera ronda de financiación, foros de emprenduría, presentación de business angels, segunda ronda, coeficiente multiplicador por usuarios, etc. En resumidas cuentas, se ha estandarizado la innovación, se busca procedimentar y sistematizar la consecución del éxito.
No obstante, salvo honrosas excepciones, muchos de estos “emprendedores” padecen el mal de la actual posmodernidad: la insustancialidad y la fugacidad del éxito, lo que debilita las bases y fundamentos de la prosperidad de los individuos y las sociedades. En efecto, la gran mayoría de los proyectos o “aventuras empresariales” están basados en la consecución rápida y acelerada de la necesaria notoriedad para conseguir el fin último del “aventurero”: fama y dinero. Y, es que, la “aventura” que emprenden es un mero medio, no un fin en sí mismo. Pasado el tiempo, gran parte de las iniciativas y proyectos o bien caen el olvido (“huérfanos”) o se estrellan con la triste realidad (falta la adecuada sustancia para la viabilidad y sostenibilidad económica).
Mis palabras resultan y resultarán muy duras y polémicas para muchos “emprendedores”. En efecto, ello es así, porque pretendo denunciar que vía la dichosa “neolengua” se oculte y/o enmascare una realidad recurrente: con la promesa de nuevos El Dorados se emprenden miles de iniciativas, consumiendo los escasos medios y recursos de que dispone la sociedad (el talento individual y el capital disponible) basados en el voluntarismo, en una febril actividad y una ambición desmedida. Y, como no podía ser menos, para que completar el atractivo, los nuevos El Dorados se presentan de forma casi inmediata y sin problemas (en X años, vendes y cobras).
Por el contrario, el concepto de “empresario” nos remite a términos como “propietario, titular, capitalista, productor”, aparte de vocablos peyorativos como “amo, patrono, explotador, etc.”. En resumidas cuentas, estamos ante lo que cabría llamar como un “concepto fuerte”, un concepto que impide la indiferencia y con gran significancia.
Dejemos de lado matices ideológicos, pues lo que, aquí interesa es que ateniéndonos a la definición literal, definamos quién es “empresario”. Personalmente, respondería que debería calificarse como “empresario” a aquellas personas que cumplan los siguientes requisitos:
– Aporta medios y recursos propios para llevar a cabo una empresa, es decir, aporta el capital (empresario-capitalista);
– Es el titular de la empresa, no sólo por la aportación inicial, sino por la permanencia en la titularidad y propiedad de la empresa (empresario-propietario);
– Asume el riesgo y ventura de la empresa, lo que, en terminología marxista sería como hacer suyas las plusvalías y asumir los costes o minusvalías (lo que curiosamente, Marx olvida o no tiene en cuenta), así como las eventuales responsabilidades que del propio desarrollo de la empresa se deriven (empresario-responsable).
– Administra, lidera y gestiona la empresa, lleva la iniciativa y asume la dirección, sin perjuicio de la eventual delegación y colaboración de terceros (empresario-administrador).
Como veis, el concepto no está ligado al tamaño ni al sector. Es más, algunos pensadores llegan a cuestionar que los grandes complejos societarios o estructuras capitalistas sean susceptibles de calificarse como “empresas”, en la medida que, estamos ante instituciones que llegan actuar como partes del sector público, diluyen y distribuyen entre multiplicidad de personas las distintas facetas del empresario (accionistas, directivos, financieros, etc.) y lo que es peor, nadie asume la responsabilidad de los errores, con la consiguiente socialización de los riesgos. Por mi parte, me resisto a emplear la palabra “empresa” a estos conglomerados semipúblicos.
Asimismo, en mi intento de dar un concepto objetivo de “empresario”, como puede verse, tanto quedan fuera de dicho término personas (o personajes) que su papel se limita a tener una posición muy significada en empresas de gran magnitud (los Aliertas, Galanes, González y demás) como una gran parte de los autodenominados “emprendedores”. En efecto, en relación a estos últimos, la gran mayoría ni son capitalistas, ni mantienen la titularidad de la empresa o negocio más allá de las primeras fases de creación y/o expansión, y, con una gran habitualidad, mantienen una importante aversión a cualquier riesgo o responsabilidad que deban asumir personalmente más allá de su propio esfuerzo y desempeño individual.
Y es que, una de las grandes diferencias entre el “empresario” y un “emprendedor”, es que para el primero, su “aventura empresarial”, su negocio individual o su empresa, es un fin en sí mismo, es su criatura y es parte de sí mismo. Para lo bueno y lo malo.
En estos momentos de crisis profunda, de desasosiego, de falta de esperanza, etc. creo que lo que nuestra sociedad, nuestro país y territorio, necesita son “empresarios”: personas que estén dispuestas a liderar proyectos con permanencia en el tiempo y con la debida asunción de las responsabilidades. Con ello no quisiera que se entienda que rechazo o desprecie a los “emprendedores”, pues toda iniciativa o proyecto precisa un importante empuje inicial y una mentalidad aventurera para su realización, no obstante, la perdurabilidad y, a la postre, la prosperidad, vienen con el liderazgo sostenido en el tiempo.
Al contrario, este post pretende ser una reivindicación de los (buenos) “empresarios”, en su sentido pleno del término, pues cualquier sociedad que quiera ser próspera necesita de un colectivo importante y abundante de personas que estén dispuestas a liderar de forma sostenida en el tiempo, independiente y responsable una multiplicidad de organizaciones e instituciones, denominadas empresas. El (buen) “empresario” deviene en un gran freno y contrapeso a cualquier tiranía o ambición desmesurada de poder pues se rebela ante cualquier intromisión e injerencia. Y cuantos más (buenos) “empresarios” existan, no sólo más rica y estable es una sociedad, sino más libre.
Por eso, aunque se pongan nerviosos los funcionarios del Ministerio de la Verdad y los miembros del Partido o Pensamiento Único, un “emprendedor” no es lo mismo que un “empresario”, y sería conveniente rehabilitar y apoyar decididamente a aquellas personas que están dispuestas y capacitadas para asumir el rol de “empresario”.
Enhorabuena por el «post», plagado de sentido común y de reivindicación de lo nuestro pues -recuerdo- que, además de todo lo que muy acertadamente apuntas, el término «emprendedor» (que aborrezco) es un genuino galicismo («entrepreneur») cuya elefantiasis amenaza con llevarse por delante a nuestro clásico y genuino «empresario».
Opino que la diferencia está en el objetivo de la actividad a Emprender. El Empresario agrega como objetivo obtener Rentabilidades temporales de la actividad.
Muy bueno Emilio, se podría resumir en todo empresario es un emprendedor, pero no todo emprendedor es un empresario
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Gracias por vuestros comentarios, Javier, Jose Gabriel y Pablo. Por cierto, Pablo, con tu comentario has bordado y sintetizado el ladrillo de post que he efectuado.
Muy buen artículo. Estoy de acuerdo en lo comentado, todo empresario es un emprendedor, pero no todo emprendedor es un empresario.
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Hola Emilio, muy bueno el artículo. Te cuento un poco, por experiencia personal, que en muchos casos hay personas que tienen el coraje de lanzarse a comenzar con una empresa o emprendimiento nuevo. Con el tiempo se dan cuenta que no todo es tan divertido como al comienzo y ahí es donde debe aparecer el empresario de adentro.
Si este no aparece el emprendedor suele aburrirse y mucho con el día a día de las obligaciones de ser empresario.
Nuevamente en base a experiencia personal y luego de fundar y llevar adelante una empresa durante 8 años no hay día en que no tenga ganas de «empezar» algo nuevo!.
Saludos y seguí con el buen trabajo.
Nicolás
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