Hay personas que se sufren toda una vida sin darse uno cuenta. Están ahí. Algunos aparentan o creemos sinceramente que son amigos, pero no son más que invitados en este solitario y trabado camino a ninguna parte que es la existencia terrenal. Otras personas, en cambio, te marcan con una presencia efímera. Es el caso de Juan Galiano Estevan, una persona con un día a día estupendo. Una persona buena, de las que dejan huella para bien. Una persona que se hacía querer. Un pacificador de ánimos. Un ser querido que ya ha dejado de sufrir.
Juan fue un destacado actuario de Hacienda, llegando a ocupar el puesto de Delegado Provincial de la A.E.A.T. en Valencia, habiendo sido con anterioridad Inspector-Jefe y Jefe de la Unidad Regional de Inspección. Los contribuyentes se iban conformados de sus reuniones, aun cuando hubieran sido informados de la cuota a pagar, un caso inédito en esta institución. De la boca de sus secretarias siempre se ha oído “el mejor jefe que hemos tenido”. Más tarde, dejó su labor publicana para colaborar con varios despachos de abogados, hasta que encontró a su alter ego en la firma de Carlos Romero Plaza. Juntos construyeron lo que se conoce como una boutique jurídico-tributaria, es decir, un despacho de renombre en su zona de actuación y altamente especializado en cuestiones de índole tributaria.
De todos modos, si algo amaba Juan –aparte de a su familia y sus amigos -era a su equipo de fútbol, el Valencia C.F., del que llegó a ser director general. Sufría en cada partido aunque fueran ganando y se resistía a ver los contraataques del equipo contrario, hasta tal punto que se marchaba del campo minutos antes de que finalizara éste. Se fue sin conocer Cornellá-El Prat, al que yo le animé a venir, y se fue sin conocer el nuevo estadio ché, cuyas obras auguran un plazo de terminación cercano al de la Sagrada Familia. No solo el fútbol profesional le absorbía, a sus hijos les acompañó tanto en sus primeros toques al balón como en los últimos, liderando a los padres del cole en los desplazamientos que hacían los niños. Con este currículo futbolístico, la Diosa Fortuna quiso que su fallecimiento coincidiera con el óbito de otro mago, de ese balón que a él tanto le gustaba y de su época de plenitud, como era Johan Cruyff. Dos genios destinados a coincidir en algún sitio partieron el mismo día.
Tuvo algo de visionario cuando en los años 90 y a pesar de proceder de un ámbito alejado de los tributos cedidos a las Comunidades Autónomas, escribió un libro de éxito editorial con varias ediciones, denominado “Cómo liquidar una herencia”, que merece mención aparte de otras obras que pergeñó para la editorial CISS como “Todo sucesiones” o “La responsabilidad tributaria”. Como en otras ocasiones de su vida, hizo fácil lo difícil y el libro ha sido referencia de varias generaciones de fiscalistas. Ha sido maestro de muchas de estas hornadas durante casi treinta años. Clases divertidas y con contenido. No se podía pedir más. Tenía amigos de todas las edades, lo que augura que su memoria nos va a acompañar sine die. Y su obra siempre.
Fue compañero perenne en la Asociación Española de Asesores Fiscales, donde desplegó todos sus recursos, tanto como conferenciante como alumno. Cuando él hablaba la sala estaba llena y a todo el mundo contentaba. Asistía a los congresos tributarios le viniera mejor o peor, pues en muchos de ellos ya estaba siendo tratado de la enfermedad que nos lo ha arrebatado. Pero poco le importó su mal, hasta el último día dio la cara como un buen amigo, un buen compañero y un gran campeón. Lo que era.
Ahora se publican libros de todo tipo, con poco valor añadido los más prácticos y con excesos bizantinos los más académicos. Sin un término medio que le pueda servir al profesional interesado en algo más que en minutar. Todos ellos, muy caros para lo que aportan. Pero en aquel momento no existía ningún arma para la praxis liquidatoria del Impuesto sobre Sucesiones y él se atrevió con un tributo muy jurídico y alejado de su dilatada experiencia profesional. Quedará la posteridad, a pesar de que cuando él hablaba de su redacción lo hacía con esa sincera modestia que solo tienen los grandes.
Fue sin duda la primera persona en España capaz de hacer reír a la gente hablando de un tema tan antipático como los impuestos. Los acercó a la población en general.
En fin, podría continuar hablando de las locuras diarias que vivimos en el manicomio tributario como la última pelea entre DGT y AEAT sobre la deducibilidad de los intereses de demora en el Impuesto sobre Sociedades, o la interesante resolución del Tribunal Supremo que ha cambiado su criterio acerca de la consideración como tasa o como tarifa del canon del agua, pero para eso nos queda mucho tiempo, no poca discusión y un gobierno en dis-funciones.
Hoy me quedo con los dos ágapes juntos y con la conferencia que impartí en Valencia sobre la tributación de socios de sociedades profesionales que tuviste el ánimo de tragarte sin rechistar. Y siempre sonriendo. Siempre. Un humor inigualable. Gracias. Qué bueno que viniste, ché.
Publicado en Iuris & Lex (elEconomista) el pasado viernes, 8 de abril.