El pasado martes 29, concluía mi último post afirmando que, “cuando veamos que nuestras instituciones degeneran y pierden legitimidad, lo más probable es que estemos cerca de nuestro precipicio social«. Nunca pensé que, ese mismo día y en los sucesivos, asistiría en directo, al total y precipitado colapso de nuestro conjunto institucional. Fin. No derramaré una mísera lágrima por ellas.
Mis lágrimas me las reservo íntegramente para todos los fallecidos y sus familiares, amigos y vecinos, para los enfermos y abandonados, para todos aquellos que se han visto golpeados por lo fatídico y han perdido esperanzas e ilusiones, aparte de bienes, propiedades y negocios. Para los voluntarios y todos aquellos que, movidos por el corazón y el coraje, se han prestado y movilizado por los pueblos afectados. Días tremendos que tanto ofrecen desconsuelo como esperanza, donde tanto se vive la rabia y la ira, como la caridad y el cariño.
Han transcurrido varios días y aún no se han contabilizado las defunciones ni se han recuperado los cuerpos de todos los fallecidos. No hay nada más desolador ni nada más humillante que ver familiares y amigos desesperados a la busca angustiosa de noticias y, en último término, de recuperar los cadáveres para poder dar la debida sepultura. Sencillamente, es vergonzante.
Han transcurridos días y aún tenemos muertos sin contar, calles llenas de lodo y sin limpiar, espacios anegados, problemas de salubridad, suministros sin normalizar, infraestructuras sin rehabilitar y todo ello, mientras asistimos atónitos a un Estado (léase, administraciones estatales, autonómicas y locales) ausente, que arrastra los pies y es incapaz de reaccionar a la magnitud de la tragedia.
Ahora bien, el fango que ha arrasado en el Levante peninsular no es sólo el producto de las lluvias, sino que, sobre todo es el resultado de la miseria moral y personal de las instituciones políticas de nuestro país, inoperantes y obsoletas, donde estúpidos, mediocres y psicópatas colonizan los puestos de poder y responsabilidad, mezquinos y bellacos de todos los colores.
Pero no se trata sólo de esas miserables sabandijas que ocupan parlamentos y los gobiernos, sino de toda esa morralla que fagocita el abrevadero público, incluyendo los medios de desinformación y demás redes clientelares, que únicamente sirven al tirano de turno.
Los ciudadanos tenemos que soportar cargas y más cargas para el sostenimiento de un Estado que, cada vez que hay una crisis, bien sea sanitaria, civil o migratoria no es capaz de dar respuestas adecuadas. Un Estado que no garantiza la seguridad ni el respeto a la integridad de las personas y las propiedades. Un Estado que sólo se preocupa de su bienestar y de su pervivencia a costa del perenne sacrificio de los ciudadanos de la Nación. Si alguna vez hubo algún contrato, el Estado lo ha roto y lo ha incumplido gravemente. Resolución contractual y exigencia de responsabilidades.
Las aguas han golpeado con crudeza al pueblo, el Estado ha derramado sal en las heridas, pero del barro está emergiendo la Nación, un pueblo herido y orgulloso que nos permite ver un atisbo de esperanza. Voluntarios y todos esos héroes anónimos que dan algo de luz entre tanta oscuridad. Una movilización social sin precedentes al margen del Estado que inspira y nos ayuda a restablecer la confianza.
Hasta aquí hemos llegado. Debe producirse una profunda catarsis.
Los muertos, nuestros muertos, deben ser honrados. Su muerte debe ser germinal y dar frutos.
La basura que nos gobierna debería acabar en algún oscuro calabozo, los activistas de los medios de desinformación e intoxicación deberían verse obligados a limpiar con sus lenguas el lodo de las calles de los pueblos de Valencia, los sindicalistas, los vividores del cambio climático y esos “intelectuales” de erario público que osan sermonearnos deberían desbrozar con sus delicadas manos nuestros ríos y bosques, y todos los tibios y pusilánimes que han consentido que esta tiranía nos gobierne, debería, de rodillas, clamar por el perdón del pueblo.
Deben retirarse los muebles y los vehículos destrozados, los enseres rotos, el lodo y la suciedad física para recuperar la plena dignidad de nuestros pueblos y ciudades afectados del Levante español. Pero, a su vez, debemos retirar los restos putrefactos y amorales de este Estado fallido y construir un nuevo marco de relación social.
Si nada de esto sucede, entonces, es que estamos más muertos que los que moran ya al lado de Dios o, en su caso, han cruzado la laguna Estigia.
Perfecto!
Se puede decir más alto, pero NO más claro.
Comparto en LinkedIn.
Muchas Gracias Emilio
Muchas gracias de un valenciano.
No puedo estar más de acuerdo, Emilio. Muchas gracias por tus palabras, y mucho ánimo a todos los valencianos, y voluntarios de todos los lugares de este gran país, que es España, que muestra la grandeza de lo que somos, y la miseria de los políticos que nos malgobiernan. DEP Valencia.
Totalmente de acuerdo, lo puedo compartir
Muchas gracias. Por supuesto que lo puede compartir. Un cordial saludo
Buenos días Emilio.
Primera vez que escribo aquí llevado, cómo bien dices, por la rabia y la desesperación de un valenciano que está viendo de primera mano la desesperación de sus allegados, vecinos y amigos.
Esperemos que esta gran catástrofe produzca una profunda catarsis en la sociedad y resurjamos cómo la nación que somos. nunca representada las últimas décadas por los «gobernantes» que tenemos.
Un abrazo
Estimado Roberto, muchas gracias por dedicarnos su tiempo y participar. Creo que hay fundados motivos para la esperanza, siempre y cuando no caigamos en el conformismo de no cambiar nada. Le deseo lo mejor a usted y a la querida «terreta». Un fuerte abrazo