Ha fallecido Nicolás Maurandi Guillén. Lo ha hecho, como quien dice, al pie del cañón, con las botas puestas. Hasta que su fulminante enfermedad le impidió proseguir, estuvo deliberando por videoconferencia con nosotros, sus compañeros de la Sección Segunda, hasta hace solo unas semanas. Paradójicamente, hacía planes para estar con su familia, sus hijas y sus nietas a partir de la próxima jubilación a la vista -habría sido en abril de 2022-.
Se nos va una buena persona, un compañero excepcional y un dialéctico de fuste. No era fácil convencerle de lo contrario si sustentaba una tesis. Con una muy larga y fecunda trayectoria en el Tribunal Supremo, vinculada al enjuiciamiento de asuntos, digamos, de Derecho Administrativo, en la vieja Sección 7ª, se encontró, tras la reducción de las secciones de la Sala Tercera que motivó la puesta en marcha del nuevo recurso de casación, afrontando una materia bastante nueva para él, la tributaria, en la sección que pronto pasó a presidir, tras la jubilación de Manuel Garzón. Sólo muy remotamente hubo de vérselas con ella en su época como magistrado, luego presidente, de la Sala de nuestra jurisdicción en Murcia.
En este prestigioso blog tributario, dirigido por personas sensatas y sensibles, no me parece inconducente que se rinda un sencillo pero cálido homenaje a quien durante unos años particularmente difíciles ha sido la máxima autoridad judicial de España en materia fiscal. En este tiempo ha sabido aceptar consejos de sus colegas, gestionar múltiples recursos de casación, conjugar los autos de admisión con la justicia del caso -tarea no siempre fácil-, llevar prácticamente sin retardo el señalamiento de asuntos y recuperar y poner al día el enjuiciamiento casacional tras los dos meses iniciales de la pandemia. La doctrina creada estos últimos años ha sido muy abundante y, creo, muy fructífera, debido en muy buena parte a su aportación.
Padeció, de forma especial -pero no fue el único-, los sinsabores de aquella malhadada historia del pleno judicial de la Sala Tercera sobre el IAJD, que todos conocen, y en él mantuvo firme su posición y la de la Sección Segunda que presidía y que, con plenitud, ya había emitido juicio. Él era ponente, al igual que yo, en los asuntos de este singular pleno, de suerte que teníamos ambos la misma perspectiva visual, atónita, de cuanto acontecía en ese viscontiano salón. Como presidente de la Sección sufrió un cierto mal trato personal, totalmente injusto, porque se le imputó que había ocultado lo que nunca dejó de estar totalmente a la vista. Mis compañeros estaban allí y no me dejarán mentir.
Los recuerdos de una persona, muy a menudo, se sintetizan en una imagen y yo la de Nicolás la tengo asociada al porte de la toga -sus puñetas eran de muy notable factura-, en la ahora inútil Sala de vistas, tras la celebración de alguna de éstas -escasas han sido, pero suficientes para imprimir esa imagen- o en las arduas deliberaciones de asuntos, que veníamos haciendo allí hasta febrero de 2020.
Quizá con injusticia le reprochábamos a veces que no ejerciera la autoridad presidencial de una forma más primaria o más imperativa -tal vez la tónica dominante en la casa-, porque el orden de las intervenciones o muchas otras decisiones menudas o de trámite puramente interno nos las consultaba a todos.
Supo hacer de la necesidad virtud y, creo que esto acredita su humildad -la primera prenda del jurista- afrontaba los asuntos tributarios con cierta mirada naïf sobre ellos. Así, a falta de una dilatada experiencia en los complejos entresijos del pleito tributario, ascendía con frecuencia a los principios generales de las instituciones como elementos comunes del sistema. Todos recordamos su insistencia -entonces bromeábamos sobre ella hasta donde nos es permitido- en una interpretación de las normas basada en la capacidad económica -incluso en casos impensados- que no vendría mal incorporar a nuestro acervo judicial como pauta de exégesis lógica.
Nicolás era visceral, apasionado, bienhumorado y amante de la buena mesa y mejor charla -todo ello debido tal vez a su condición mediterránea- y, como he dicho antes, un dialéctico difícil de doblegar. Tenía una ventaja estratégica a tal fin, la de que vivía por y para el Derecho, pero admitía razones y argumentos y respetaba ideas ajenas. En una etapa bastante pródiga en votos particulares -algunos de ellos, no es de descartar, tal vez evitables- hemos vivido el fenómeno con cierta naturalidad, como fruto de visiones irreductibles, pero tras el intento suficiente de la concordia. Pero recuerdo, en muy recientes ocasiones, llamadas suyas insistentes a una solución común conciliadora, para desatascar algún asunto de esos que se enquistan.
El último año, en que nos veíamos en el Tribunal Supremo sólo los jueves para firmar las sentencias -gracias a que el sistema de firma electrónica no estaba aún listo-, solíamos demorarnos por lo general, los que nos congregábamos -Jesús Cudero, Esperanza Córdoba, el propio Nicolás y yo-, y discutir infinitamente sobre lo divino y lo humano, conscientes de que era una mañana en cierto modo perdida. Nos hablaba de la notaría de su padre, de los libros de Derecho civil o hipotecario que albergaba -nombres que parecen remotos, Recasens, Manresa o Puig Brutau-; o de la famosa carta que don Eduardo García de Enterría le escribió -no hay otro caso parecido- para felicitarle por su celebrada jurisprudencia sobre los límites a la llamada discrecionalidad técnica, disciplina en la que destacó muy particularmente. Guardaba esa carta, y el recuerdo de esa carta, como oro en paño.
Nos deja un juez de una pieza, de los de antes. De los que patearon juzgados de pueblo e hicieron el cursus honorum en pequeños pero firmes pasos. Especialista de la jurisdicción contencioso-administrativa, no quedan ya apenas iguales suyos, en el mérito profesional y en la ética judicial, dentro de la Sala Tercera del Tribunal Supremo en que juzgó durante más de veinte años, haciendo honor al juramento prestado, y que hoy queda un poco huérfana sin su presencia.
Parece mentira que esté hablando en pasado.
Sic tibi terra levis.
A partir de esta colaboración, el firmante de esta necesaria y entrañable necrológica, pasa a formar parte del grupo de autores de este espacio tributario, agradeciéndole mucho la deferencia e interés en formar parte de esta bitácora tan libre como humilde.
Sino fuera por la pérdida, que gusto da leerlo!!!
En los tiempos que vivimos y la sociedad que hemos construido no es frecuente, desgraciadamente, leer un comentario tan afectuoso, lleno de cariño y respeto hacia un compañero. lo dicho, DA GUSTO.
Descanse en paz Nicolás y enhorabuena por la incorporación de Francisco Navarro y el interesantísimo funcionamiento del blog
Puedes estar ciertamente orgullosa de tu padre. Yo me he limitado a resaltar algunos rasgos de su persona y de su labor judicial que merecen ser conocidos como ejemplo. Gracias a este blog tributario, esto ha sido posible
Querido Jose Navarro, muchas gracias por esta necrológica, en la que a los que solo le conocíamos como firmante de sentencias, nos das una semblanza entrañable y honesta, de la magnífica persona que era este magistrado.
Me enorgullece leer esta necrológica como hija suya!
Como hija pequeña suya, me enorgullece su comentario afectivo hacia mi padre. Un hombre sencillo, humilde e inteligente. Siempre dispuesto a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Pocas personas como él me he podido encontrar en la vida y he tenido la suerte de que pudiese ser mi padre. Siempre conmigo.
Efectivamente, puedes sentirte orgullosa. De las personas queda siempre el buen recuerdo que dejan a su paso.
Pingback: Nicolás Maurandi Guillén, In Memoriam delaJusticia.com El rincón jurídico de José R. Chaves
Nico , ya te echamos en falta
Buen amigo
Te has ido demasiado pronto
Has dejado un grato recuerdo
Te recordaremos junto con tú familia
Los buenos se van, siempre,demasiado pronto. DEP.