Polidoro, en el horizonte

Este artículo ha sido publicado en la revista Iuris&Lex de elEconomista el 3 de enero de 2014:http://www.eleconomista.es/ecoley/

Cuando salga publicada esta tribuna ya habrá pasado el Adviento y se habrá entrado en un nuevo año ilusionante. Es tiempo, pues, de reflexionar acerca de las necesidades y deseos a los que queramos dar alcance.

En el ámbito impositivo, 2014 está llamado a ser, por parte de los gobernantes, un año de reformas fiscales. La primera cuestión que cabe plantearse de forma inmediata es cuál no lo ha sido, en este último lustro preñado de decretos leyes de contenido parcial o totalmente tributario.

El poder ejecutivo ha nombrado una comisión de expertos para plantear una reforma global del sistema impositivo, si bien parece ser que su pretensión no es mejorar el deslavazado, impreciso y desarmonizado marco normativo fiscal patrio, sino conseguir un mayor aumento de la recaudación. Si la Sagrada Familia se hubiera comenzado con semejantes cimientos, ahora mismo sería digna de un estudio paleontológico.

Con toda probabilidad esta reforma ni pasará a la Historia, como la del añorado García-Añoveros, ni pasará de un mero parcheado que no servirá para contrarrestar las carencias actuales del mundo tributario.

Se necesita un cambio de mayor calado, que aporte la tan deseable seguridad jurídica que es la que, de alguna manera, hace sentir cómodo al ciudadano para que pueda afrontar el desarrollo de una actividad económica, profesional o laboral sin sufrir los vaivenes impositivos y las cargas indirectas que sesgan cualquier voluntad de iniciativa propia. El “emprendimiento”, utilizando la errónea terminología del boletín oficial, no surge de las normas, sino de la educación, la libertad y la seguridad del hombre.

En el Diálogo de Mercurio y Carón (1541-1545), obra cumbre de Alfonso de Valdés, hombre de confianza del Emperador Carlos V, podemos encontrar el claro reflejo de la actuación de un buen gobernante, a partir de las sabias palabras que el ficto rey Polidoro le dirige a Carón, el barquero que lleva con su galera las almas al infierno: “Nunca dejes de pensar medios con que sobrellevar el pueblo y cargarlo (de impuestos) lo menos que fuere posible.”

Esa enseñanza parece que no está en la mente del actual Ejecutivo, cuya actuación durante la presente legislatura se ha limitado a dictar disposiciones de urgencia con un carácter eminentemente recaudatorio, que han transitado desde una errática amnistía fiscal, hasta la limitación injustificada al empresario de la deducción de amortizaciones y gastos financieros y de la compensación de pérdidas, pasando por consolidar unos tipos de gravamen incrementados que nos convierten en uno de los pueblos más sojuzgados fiscalmente del orbe.

Algunas de esas medidas, como el nuevo régimen de pagos fraccionados que se ha elucubrado para anticipar impuestos a las arcas públicas, no es que sean de poco recorrido sino que, y aquí tomo la palabra de Antonio Durán-Sindreu, se encuentran “cada vez más desconectado(s) de la capacidad económica del presunto obligado tributario. En efecto, de su triple función –anticipo del ingreso al Tesoro, fuente de información para el fisco y graduación del esfuerzo tributario del contribuyente, asistimos a una diminución notable de la última y un progresivo incremento de la primera”. Cuadrar el presupuesto del Estado a través de una tributación ficticia, que deberá ser objeto de devolución futura, es una política legislativa lamentable.

Con el tiempo, se observará que esta supraimposición de urgencia solo habrá servido para espitar los agujeros presupuestarios que la clase política y los poderes fácticos –entre ellos, señaladamente, la banca y la construcción que, curiosamente, continúan dando beneficios en sus cuentas- han dejado como legado a una sociedad cada vez más depauperada, aletargada ante una televisión que a pesar de la quiebra sigue dando la Champions League o escorada hacia posiciones cada vez más reaccionarias.

Es muy probable que el objetivo de la reforma fiscal en ciernes no sea otra cosa que continuar cargando al ciudadano de una forma más sibilina, más anestesiante.

Por todo ello, ha llegado el momento de dejar de transitar por lo urgente e iniciar el camino, menos visible y más afanoso, de lo importante. Con esto no es que un humilde profesional sectorial que se dedica a la escritura, como el buen Alfonso de Valdés, en los ratos que mi oficio me deja, intente coadyuvar a las instancias de poder, sino más al contrario, advertir de errores que ya se cometieron en el pasado y que revertirán, sin dudas, en las generaciones futuras.

Y en este aristotélico empeño de enseñar deleitando, me permito recurrir nuevamente a Polidoro, con alguno de sus consejos de buen gobierno que tomo como propios a modo de desiderátum para afrontar el año entrante:

Aparta de ti los que andan inventando nuevas formas con que peles –robes– tus súbditos, y acuérdate que no pagan pechos –tributos– o servicios los ricos, mas los pobres.

Inclínate antes a poner sisas –gravámenes– o imposiciones sobre la seda que sobre el paño, sobre las viandas preciosas que sobre las comunes, porque aquello compran los ricos, y esto otro los pobres.

Honra más a los buenos e virtuosos que a los ricos y poderosos, y harás que todos sigan la virtud.

No admitas en tu reino hombres ociosos y evitarás una fuente de males.

Lo que vieres ser provechoso a tus súbditos, hazlo sin esperar que te lo rueguen ni que te lo compren.

¡Felices Fiestas a todos!

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