Venciendo la desesperanza.

Ruego me perdonéis, pero me siento en la necesidad de escribir como terapia para superar la tristeza, derrotar la ira y afrontar la decepción de estos días. Sobran las palabras.

Barcelona, y en general, Cataluña, se ha convertido en un territorio depresivo y agobiante, en la que la máxima esperanza es que el día de mañana, luzca el sol o diluvie, con total normalidad. Ojalá mañana sea posible pasear mirando los hermosos escaparates sin que algún indeseable se sienta legitimado para perturbar el ruido del tráfico, tomar un café en un bar con los amigos y que las discusiones sean acerca de la última serie de Netflix o ir a una función de teatro sin sobresaltos.

Pero eso, a día de hoy, se ha convertido en una aspiración, un deseo.

Esta agitación no es nueva. Llevamos muchos años así. Sencillamente, ahora se ha agudizado pues una parte de la población se ha arrogado la facultad de molestar, incordiar y perjudicar, en cualquier lado y a todas horas, al resto de la ciudadanía.

Que no os confundan. Esto no es un problema de unos pocos, como aparentan.

Es cierto que hay unos pocos muy activos y que son los que vemos en los medios, pero hay otros muchos que, con sus silencios y sus sonrisas, les dan permanente cobertura y aplauden las constantes faltas de respeto y la continua perturbación de las normas básicas de convivencia.

Sí, si eres independentista y me lees, que sepas que me dirijo a ti, a título personal. Me importan una higa las lamentables élites políticas de las que nos hemos dotado. Son corruptos y necios porque toleramos la mediocridad y olvidamos la excelencia. Yo no espero nada de las instituciones y de los poderes públicos, soy un ácrata que trata de vivir alejado y en permanente tensión con ellos.

No me hables de si los gobiernos y los políticos tienen que buscar una solución negociada, porque el que me está cortando la calle es hijo de un amigo tuyo, porque el que me pinta mi casa es con quien compartes excursión de fin de semana, porque el que enturbia la conversación hablando de colonos en la cena eres tú.

No me hables de diálogo, porque en estos últimos años, salvo alguna excepción muy concreta, nunca me habéis preguntado que pensaba, que sentía, si mi familia y yo estábamos preocupados, cómo los vivíamos en el trabajo. Sencillamente, me has ofrecido tu clamorosa indiferencia, me has mostrado tu evidente falta de aprecio, en definitiva, me has enseñado, una y otra vez, la espalda.

No me hables de democracia y libertades cuando sigues dando apoyo a los que nos ningunean, sean quienes sean, cuando en tus sueños y aspiraciones no hay lugar para las personas como yo, cuando me obligas a elegir entre la lealtad a tus ideales o el olvido, cuando miras para otro lado mientras otros desprecian o insultan la memoria de mis padres venidos de fuera.

No me hables de respeto y de gestos a la vez que me haces sentir un extraño en mi propia casa, que apoyes que la cultura, el deporte, las tradiciones y la vida social sólo sirvan a tu causa, que creas y colabores en que el idioma no sirva para la comunicación y el acercamiento, sino para separar nuestras identidades. 

No me hables de sentimientos, porque la única diferencia entre los tuyos y los míos es que, en tu caso, optas por alimentar la diferencia, el resentimiento y te dejas deslizar de forma más o menos suave por la pendiente del odio. Y si te sientes víctima es por tu falta de coraje para ser un verdadero héroe, es porque prefieres ser querido a querer, prefieres ser comprendido a comprender y porque prefieres la división a la unión.

No me hables de dos bandos, porque yo, en ningún momento, he pretendido alterar tu cotidianidad sin tu consentimiento. Eres tú y los tuyos, gracias a esa enfermedad moral que es el nacionalismo, el que habla de bandos, el que exige adhesiones y busca aceptación. Sencillamente, soy un irredento que, junto con otros muchos, no estamos dispuestos a seguiros y, menos, a cualquier precio. Yo no tengo un Gobierno ni institución ni medios públicos que hablen de mí o se preocupen por mí y los míos.

Yo estoy aquí tirado, como otros muchos, abandonado a la buena de Dios, pero que, no está dispuesto a renunciar a sus derechos y libertades a favor de ningún colectivo, y mucho menos, por unos que ven en su sacrosanta nación el último refugio de sus frustraciones y debilidades individuales.  

Nada se construye con el desamor y la sinrazón. Si deseas precipitarte al abismo, hazme un favor, déjame en paz.

Ya el día está próximo a su fin. Y en el ocaso, tras el esfuerzo diario para mantenerme en pie, la soledad y la tristeza se ciernen sobre mí.

Afortunadamente, cuando llegue a casa, como haré en unos minutos, me reencontraré con mi mujer y mis hijos y te olvidaré. Recuperaré la serenidad y redescubriré que el amor es mucho más potente que el odio, rencor y resentimiento. Reconfortado con los abrazos de mi familia y amigos (de verdad), la razón seguirá imponiéndose y me fortalecerá para volver a saludarte y recibirte mañana. Ahora bien, quiero que sepas que, cuando lo haga, aunque reconozco temeros, no conseguiréis nunca que me doblegue, os sirva, ni permanezca callado.

Pase lo que pase, mañana, gracias al poder del amor y de la razón (y mucha ayuda divina), mi mano seguirá tendida y abierta, sin condiciones. Ahora bien, sólo te pido que cruces tu umbral y seas capaz de ver que el camino es mejor andarlo juntos que por separado y que los «otros» también somos personas.

«Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos para dormir.

Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada y en cada canción.»

Esos locos bajitos. Joan Manel Serrat

 

3 pensamientos en “Venciendo la desesperanza.

  1. José

    Magnífico artículo.

    Viví allí hasta 1989 y aunque ya aparecían vestigios no se había llegado a la degradación moral de ahora. Espero que no te amarguen más la vida

    Tristemente, me temo que aquello no tiene solución y ganarán los indecentes aunque en un futuro próximo habrá muchas lágrimas pero será tarde

    Ánimo y un abrazo

    Responder
  2. Chema Gómez

    Magnífica reflexión, en la que me siento muy identificado.
    Ánimo.
    Que este torbellino de porquería y denigración, o el enjambre de descerebrados y aquiescentes que lo desencadenan, justifican o legitiman NO consigan apagarte.
    Un Abrazo

    Responder

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