Hace unos días, disfrutaba con un documental de Netflix® acerca de los «terraplanistas» denominado «La Tierra es Plana«. Me resultaba cautivador y, hasta cierto punto, tentador creer que la Tierra es plana, sencillamente, por la simpatía que despiertan los personajes que aparecían a lo largo del documental y la duda que cala en tu interior, el comprobar que hay personas de buena fe dispuestas a desafiar al orden y pensamiento establecido.
Tranquilos, no he caído (aun) en sus redes, no obstante, es interesante escuchar sus argumentos y sus teorías, por erróneas y descabelladas que sean, porque son capaces de revestirlas de una verdadera apariencia de verosimilitud. Además, con el tiempo, han ido recopilando y elaborando una suerte de doctrina aparentemente científica para contrarrestar al saber acumulado.
Pues bien, este tipo de personas y su postura, son una prueba de que la racionalidad es limitada o, cuando menos, padece de sesgos o errores que impiden una uniformidad a todos los seres humanos. Esta es una de las máximas de la Economía del Comportamiento o conductual que ayer os explicaba (aquí).
Uno de los elementos esenciales de esta corriente de pensamiento económico es el estudio y determinación de los principales sesgos cognoscitivos que afectan a la toma de las decisiones económicas.
Se definen como sesgos cognoscitivos, aquellos prejuicios cognitivos, predisposiciones o «atajos» mentales que afectan tanto a la captación de la información, el procesamiento (o interpretación) como a la generación de juicios o conclusiones, de tal forma que, el resultado de nuestro proceso mental nos lleva a acciones o ideas ilógicas o irracionales.
Lo que nos demuestran los sesgos es que la irracionalidad es producto de un ejercicio defectuoso de la razón, la mayoría de casos, de forma inconsciente o involuntaria del propio sujeto.
Hay una multiplicidad de sesgos o errores cognoscitivos como, por ejemplo, la disonancia cognoscitiva, el sesgo de confirmación, la ley de los pequeños números, sesgo de confianza, de conservadurismo, el efecto ancla, el sesgo de presente, la ilusión de control, etc. Es decir, una auténtica batería de trampas del pensamiento. En su obra, «Pensar rápido, Pensar despacio» Daniel Kahneman efectúa un auténtico recopilatorio, aunque algo caótico y deslavazado, que nos permite descubrir que, cualquier apariencia de racionalidad es más aparente que real.
La verdad es que, de entre los distintos sesgos, hay dos de ellos que, combinándose, explican que personas, debidamente formadas y con un bagaje de conocimiento técnico y cultural amplio, tengan creencias u opiniones que calificaríamos de irracionales u objetivamente erróneas.
Me refiero a la disonancia cognoscitiva y al sesgo de confirmación.
La disonancia cognoscitiva (término introducido por Leon Festinger en 1957) hace referencia a la resistencia mental del sujeto a adquirir una nueva información que entra en conflicto con sus creencias preexistentes. Ante esta incomodidad, el sujeto se «rebela» y modifica la cognición para adaptar la nueva información (incluso la lleva a eliminar) a sus creencias y así restaurar su armonía o paz mental. Es decir, en lugar de adaptar las creencias preexistentes al nuevo conocimiento, el sujeto prefiere condicionar o desechar la información adquirida.
Por su parte, el sesgo de confirmación es la tendencia del sujeto a filtrar la información a la que accede, seleccionando las fuentes y el origen de la misma a fin de que se acomoden a sus creencias o ideas preexistentes. Asimismo, es la habilidad natural de las personas para corroborar los resultados deseados y descartar toda evidencia que los ponga en cuestión (Nickerson, 1998). En definitiva, ante nuestras propias inseguridades, nuestra mente se aferra a nuestras creencias y buscamos una constante reafirmación de las mismas.
Como os explicaba ayer, estos sesgos explicaban parte de los fallos o irracionalidad en la toma de decisiones de mercado o por los agentes económicos. Ahora bien, no son exclusivos del ámbito económico, sino que podemos trasladarlos a otros ámbitos, por ejemplo, la práctica jurídica (en las decisiones y resoluciones judiciales) o en política (para explicar las actitudes de los votantes y la polaridad política).
Pues bien, la combinación de ambos sesgos unidos a una falta de voluntad (o inseguridad) son los que explican, en gran parte, que personas, presuntamente, sensatas, formadas y cabales tomen malas decisiones y, encima, sean incapaces de rectificar o modificar su conducta.
En todo caso, hay que diferenciar una actitud involuntaria (la tendencia natural de nuestro cerebro a preservar la armonía y la tranquilidad mental) a aquellas actitudes que, ante la debilidad de nuestras creencias o nuestra inseguridad, optamos por un auténtico confinamiento mental.
Recuerdo, como durante los meses de septiembre y octubre de 2017, en ciertos sectores del movimiento secesionista (una suerte de «terraplanismo» político), corrían mensajes y consignas que recomendaban a sus partidarios que limitasen los medios de información y comunicación a aquellos que eran claramente favorables y partidarios al secesionismo. Aquí tenemos una prueba práctica de que, ante el temor a que existan ideas o hechos que cuestionen nuestras creencias, evitamos su contacto y, en el caso de que alguna consiga penetrar, entonces, o bien se interpreta acorde a nuestros fines o, sencillamente, se ignora.
En honor a la verdad, el problema del confinamiento mental (la combinación letal de la disonancia cognoscitiva y el sesgo de confirmación) es un mal recurrente y muy extendido, imposibilitando cualquier tipo de diálogo y consenso entre las personas. Es esa situación tan típica, en la que, una persona insiste en una idea, creencia o decisión y, por más argumentos (racionales, objetivos y bien fundados) que se le presenten, no sólo es incapaz de plantearse una mínima duda razonable, sino que puede llegar a utilizarlos, de forma sesgada, para reafirmarse. Afirmaría que, a todos nos afecta, en mayor o menor medida.
Dicho esto, intuyo que ser un confinado mental no debe ser tan malo pues, en ocasiones, como les sucede a mis amigos «terraplanistas», este cierre les permite sentirse especiales y tejer una red o comunidad singular. En mi caso, personalmente, cada vez más, prefiero descubrir cosas nuevas y convivir con la duda permanente como estímulo para afrontar el día a día. Así que, hacedme un favor, no insistáis en la mentira de la esfericidad terráquea y dejadme contemplar la cúpula de estrellas…
Muy interesante tu artículo, Emilio. Fíjate a qué nivel de irracionalidad hemos llegado en este país, que a la mitad de la población se le puede privar legalmente el derecho fundamental a la presunción inocencia contenido en el artículo 14 de la CE, por el mero hecho de ser hombre, y a todo el mundo le parece normal. ¿Se imagina alguien que priváramos a las personas de color del derecho fundamental a la presunción inocencia por el mero hecho de ser negros? A este nivel de putrefacción intelectual hemos llegado en este país. Un saludo y buen confinamiento.
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