En mi experiencia vital he comprobado que el principal condicionante para afrontar cualquier desafío es la incertidumbre. El hecho de no saber a qué atenerte, la falta de certezas que dificultan cualquier toma de decisiones, el desconocer la situación real en la que nos encontramos, generan mayor angustia y daño que la propia dificultad en sí.
Creo que es un sentir compartido que la gran mayoría de personas, nos encontramos, a estas horas, preocupados porque no sabemos a qué atenernos. Creo que, salvo el colectivo de personas estúpidas (al que hice referencia hace un par de días, aquí), el resto de la población aceptamos con una gran dosis de tranquilidad y serenidad la responsabilidad de quedarnos en casa y afrontar los problemas y restricciones que conlleva la alerta sanitaria.
Ahora bien, si hay algo que nos está dañando y perjudicando, tanto a nivel personal como en el ámbito profesional, es la demora en la toma de decisiones económicas y sociales. Que, aún ahora estemos pendientes de saber qué harán las Administraciones públicas y las Instituciones políticas en materia económica para paliar los efectos del confinamiento y el parón empresarial es mucho más dañino y perjudicial para todos que los efectos directos de la alerta sanitaria.
¿Se aplazarán las liquidaciones tributarias del día 20 de abril? ¿Los autónomos deberán afrontar el pago de las cotizaciones económicas pese a estar en casa confinados? ¿Quién compensa el lucro cesante a los comerciantes y empresarios que han tenido que cerrar sus negocios por necesidad u obligación? Y múltiples preguntas más.
Tengo el buzón lleno de preguntas. De dudas, de preocupaciones. Denoto que la gente no está especialmente atemorizada por la enfermedad, sino por el eventual escenario económico y social que nos quede. La gran mayoría tenemos aún muy presente en nuestra memoria las imágenes y los efectos de la reciente recesión.
Porque una cosa es estar en casa mentalizado para afrontar las dificultades y problemas que este Cisne Negro está provocando en un escenario de relativa certidumbre, y otra muy distinta es seguir con una angustia e inquietud innecesaria ante tantas alternativas abiertas que ninguna es verosímil.
Estos pensamientos me traen a la memoria un magnífico libro de reciente publicación «Por qué fracasan los países» de los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson. La tesis de los autores es relativamente sencilla y, adecuadamente, contrastada con los datos empíricos: la prosperidad de las naciones, más allá de cuestiones climáticas, culturales, ubicación física y demás circunstancias objetivas, se debe al papel de sus instituciones políticas y económicas.
El ejemplo paradigmático que presentan en el libro y con el cual inician su ensayo, es la diferencia existente entre las poblaciones de Nogales, a un lado y otro de la frontera, entre los habitantes de Nogales (Arizona – Estados Unidos) y Nogales (Sonora – México). Un mismo pueblo, dividido por una valla, con la misma identidad cultural, historia, tradiciones, sin diferencias físicas, de clima o medio ambientales. Sin embargo, una parte de la población goza de una situación privilegiada a diferencia de las que vive unos cientos de metros más allá. Los distintos desarrollos políticos e institucionales a un lado y otro de la frontera jurídica son las causas principales de las diferencias económicas y sociales.
Pues bien, en el contexto actual, tenemos una crisis global que, a priori, se extiende y afectará a todos los países. Ahora bien, la incidencia sanitaria y el impacto económico y social dependerá, en gran parte, de disponer de unas instituciones políticas y económicas que sepan estar a la altura de su nación.
Como vemos, cada nación y sociedad está decidiendo sus modelos y opciones. Las decisiones que se tomen hoy tendrán su eco en el futuro.
No obstante, a pesar de la trascendencia del momento, creo que la única incógnita que resta por despejar es si para salir del atolladero podemos contar con las actuales instituciones políticas (Gobierno, Comunidades Autónomas, Unión Europea, básicamente) y económicas (Banco Central Europeo, entidades financieras, CNMV, etc.) o, por el contrario, desisten de su responsabilidad. Personalmente, dada mi creciente tendencia ácrata o libertaria, tengo escasa o nula confianza en las instituciones y poco espero de ellas. Es más, creo que es una buena oportunidad para que la población ganemos la suficiente autoestima y madurez para darnos cuenta que, en conjunto (y todos juntos, sin estúpidas diferencias y mezquindades), tenemos la suficiente capacidad, alegría y fortaleza para afrontar este y cualquier otro reto que se nos presente. Así, y sólo así, quizás valorándonos algo más, en el futuro, seremos más exigentes con nuestras instituciones y gobernantes.
Gracias, Emilio, por tu comentario, por todos tus post, por compartir tus inquietudes y reflexiones, por hacernos pasar un rato unidos por la lectura de lo que piensas. Gracias por dar luz. Un abrazo
Gracias Nuria por tus palabras y ánimos. Espero seguir hasta que todos podamos regresar a la máxima normalidad posible. Un abrazo.