Hoy debiera ser un día muy especial. En condiciones normales, para un catalán de nacimiento y que ha pasado la mayor parte de su vida en Cataluña, hoy, es la verdadera Diada, el día grande, en el que salíamos con la alegría primaveral a ocupar las calles, a hojear libros, pasear al sol, con rosas para nuestras amadas, un gesto costumbrista, romántico y evocador, donde se concilia una inocente galantería con la modernidad del momento.
Pero, por encima de todo, para mí, este es el día del Libro, el de las Letras.
Confieso que, de los bienes materiales que poseo, los Libros son los que siento más próximos y más apreciados. Podría prescindir de gran parte de mis posesiones y menguadas riquezas, incluso no veo problema alguno en renunciar a la mayoría del ocio y del entretenimiento, pero creo que me resultaría complicado vivir sin libros.
Para mí los libros encarnan la civilización y son el nexo entre los hombres y la divinidad. Gracias a la escritura (y los libros), el hombre descubrió la fórmula secreta para conseguir el progreso y el desarrollo humano. La escritura (los libros) permitieron la acumulación de conocimiento, que el saber no se perdiese y quedase atrapado en la finitud del hombre. Con la escritura (los libros) se venció la trampa de la perennidad del aprendizaje y permitió algo, que todo poderoso teme, y es que se pudieran conocer nuevos horizontes, ideas, formas de pensar, etc.
Precisamente, de esta confrontación de ideas, pensamientos, escritos u opiniones, surgieron los avances, las revoluciones, las crisis, la liberación, la expansión de las mentes. El poder de los Libros es tan grande que siempre ha sido temido, por más que se hayan prohibido, por más hogueras que se hayan encendido o piras ardido, por más raptos y destierros, requisas, al final, los Libros siempre han sobrevivido. Hay algo extraordinario en los Libros.
No es de extrañar que, para gran parte de las religiones, los Libros, aparte de los Libros Sagrados (Biblia, Torá, Corán, etc.), la Revelación escrita, sean expresión de la divinidad, permitiendo compartir el mensaje divino a lo largo de sucesivas generaciones. Los libros es una de las pocas obras humanas que se han convertido en trascendentes. De las cuevas al nuevo entorno digital, hay una continuidad, un vínculo único que los une.
Recuerdo cuando, en medio de unas fiebres, entre sudores y temblores, se me hizo cognoscible que los Libros representan el misterio de la divinidad, son la verdadera fuente de conocimiento, nos abren la puerta al pasado, son nuestro presente y nos permiten trascender al futuro, dejando nuestro legado de ideas, trabajo y sentimientos.
«En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.» (Juan 1, 1).
No hace falta ser creyente para reconocer que los Libros representan a toda la humanidad. Son los testigos mudos de nuestros logros así como de nuestras miserias. Desde siempre, los seres humanos hemos ambicionado dejar nuestra huella inmortal, nuestro legado de cultura y saber, porque hay algo inherentemente humano y exclusivo, compartido con la divinidad, que es el uso de la palabra, la expresión, el lenguaje. Por ello, no es casual que la escritura acompañase a la consolidación de las ciudades, al surgimiento de las primeras civilizaciones. Las letras se unieron a la humanidad y desde siempre nos ha acompañado, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas.
Los libros narran, explican, cuentan, expresan, manifiestan, reflejan, revelan, relatan, detallan, describen, relacionan, constatan, exponen. En los Libros encontramos una de las principales expresiones de la Belleza y, quizás, la más duradera, porque a través de nuestro intelecto se graba en nuestra alma y nos configura. Nos hacen humanos, inmensamente, humanos.
Las noticias, las redes sociales, este blog, todo ello son futilidades, expresiones volátiles, nada comparables con la grandeza y hermosura de los libros. No los abandonéis. En ellos encontraréis una de las principales fuentes de verdadera felicidad.
Con cariño, disfrutad del día del Libro.