A cierta edad, a uno le da por hacerse preguntas innecesarias, no porque no tengan su razón de ser, sino por el erróneo momento elegido para formularlas. Es como cuando ves las rocas al fondo del precipicio y entonces te preguntas porqué has decidido saltar desde el acantilado. No recuerdas muy bien qué te ha motivado a hacerlo, pero intuyes que quizás la decisión no es la más acertada. Otra vez será, o no.
Pues, en esas, en plena caída, ando preguntándome yo qué es un fiscalista, o sea, un asesor fiscal. Porque, en el caso de los médicos, bomberos o pastores, la mera alusión a estas profesiones nos permite visualizarlos y comprendemos a qué dedican su tiempo. Están en el imaginario de todos. Pero, un asesor fiscal…
La verdad es que yo no me metí en esto por vocación. Fiscalista por precipitación.
A punto de acabar Económicas, hice mi primera entrevista en Garrigues y quedé deslumbrado. Lo recuerdo como si fuese ayer mismo. Moqueta y madera noble, trajes y mujeres perfectamente arregladas. Hasta el aire viciado resultaba atractivo. Si le añades que mi entrevistadora era una señora elegante como pocas y capaz de sacarte los secretos más oscuros, obvia decir que acabé rendido. Y me prometí dedicarme a lo que fuera que hacían allí, sin saber ni importaba de qué se trataba.
Pasados los años, décadas, debería ser capaz de dar respuestas certeras.
¿Padre, a qué te dedicas? Soy asesor fiscal. ¿Y qué es eso? Pues una persona que ayuda a otros a gestionar sus impuestos y obligaciones tributarias. ¿Y qué son los impuestos? A ver, es complicado, pero las personas estamos obligados a compartir parte de nuestros ingresos y patrimonio con los demás, el dinero se recauda por los Gobiernos y con ello se construyen y pagan los colegios, autopistas y los hospitales. ¿O sea, que le quitáis dinero a la gente? No, no, eso lo hace la Administración, yo ayudo a que las personas paguen correctamente. ¿Qué es pagar correctamente? Bueno, es complicado de explicar, no sé, hay que calcular los impuestos y ayudar a rellenar unos formularios complejos, y hacemos estas cosas. ¿Y por eso te pagan?
Su mirada decepcionada me penetra. Hasta entonces, soñaba que su padre/madre era alguien que hacía cosas interesantes y respetable, pero eso de estar sentado rellenando papeles y escribiendo textos aburridos e incomprensibles, no era algo susceptible ser contado en el patio del colegio.
Eso me permitió, durante un tiempo, pasar inadvertido en las reuniones de padres del colegio. Mi vida profesional era intrascendente para el resto, hasta que, en algún que otro evento u ocasión, fortuitamente, alguien, aburrido de la circunstancia, me preguntó a qué me dedicaba, como un mero formulismo. Soy fiscalista, le confieso.
La sorpresa y avidez asoman. Evidentemente, en el mundo de los adultos, ya saben todos de que va estos de los impuestos. Para Sanidad y Educación, por supuesto.
Ahora bien, en los encuentros de adultos, cuando revelas tu condición de asesor fiscal, se genera una repentina expectación. Caray, asesor fiscal. Entonces, ¿tú seguro que sabrás de no pagar impuestos? Pues, claro, los fiscalistas de verdad sabéis mover el dinero sin que Hacienda se entere. Y te lo dice así, sin pudor, en voz alta, centrando las miradas en ti. Hasta los indiferentes se aproximan, sus cuerpos te rodean atentos. ¿Cómo lo haces para que tus clientes no paguen impuestos?
A ti te lo voy a contar, piensas. No obstante, te sabes acorralado. Es la pregunta que temías. Hagas lo que hagas, acabará mal. Si no contestas o confiesas la verdad, te devolverán la espalda. Fiscalista de pacotilla. Y si acabas cayendo en la tentación de explicar algún cuento tributario, serás el cuñado fiscal por antonomasia, al que todos recurren y nadie paga. Así que, a base de años de experiencia, he desarrollado un síndrome de atragantamiento repentino, con y sin canapé. Mira, la verdad es que, perdona, ahogo, tos, en el despacho tenemos, silencio, tos, tos. Disculpa, me voy a sentar allá. El aire, ya sabes. Tos. Y te vas. Regreso a la opacidad.
Porque, en realidad, los asesores fiscales somos “solucionadores”, somos una subespecie de Señor Lobo, al que todos recurren y nadie quiere escuchar. Resuélveme el problema y no me cuentes los detalles. Así, con el paso de los años, sin ser conscientes de ello, nos refugiarnos en la oscuridad pues, de lo nuestro, de los tributos, como de la muerte, no se habla.
Enseguida aprendí a callar de lo nuestro. Hablar sobre fraude de ley y opción tributaria o el debate sobre las obligaciones conexas, no me captaban la atención de las chicas a las que trataba de engalanar en mis primeros años de profesión. Poco erotismo hay en un sujeto pasivo y un tipo cero, así que, opté por aprender alguna palabra que saliese en Suits® y esperar que la oscuridad de la noche nos confundiese. Al final, el único que acababa confundido era yo, pero como los deportistas que nunca ganan, lo importante era participar.
Van pasando los años, acumulas estudios y conocimientos, pero la experiencia del día a día te demuestra que, adquieres saberes irrelevantes. ¿De qué sirve conocer la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria o el principio de neutralidad del IVA, si a la hora de la verdad, la Administración tributaria hace por ignorarlos y a tus clientes no les interesa? Así pues, se suceden los días, entre formularios y campañas, resoluciones judiciales y requerimientos intempestivos, aparte de las sesiones de confesionario incluidas.
Afortunadamente, no estamos solos, y los raros acaban reconociéndose entre sí. Y para dar rienda suelta a nuestra condición de fiscalistas, creamos blogs temáticos que sólo entendemos nosotros y organizamos Congresos. ¡Ay los Congresos! ¡Qué maravillosas experiencias! Ahí florecen los asesores como amapolas en los campos de opio.
Los congresos tributarios son como los de los terraplanistas, pero con debates más aburridos. Al fin y al cabo, hablar de una relación cooperativa con la Administración tributaria es tan fantasioso como defender que la Tierra es un disco plano. Pero poco importa la temática, por absurda que sea, lo esencial es encontrarnos, reunirnos, olernos y reconocernos. Sintiéndonos libres y entre iguales, afloran nuestras bajas pasiones; hablar de la reformatio in peius, debatir sobre la deducibilidad fiscal de la remuneración del administrador o analizar el principio de íntegra regularización. Obviamente, después de tanto desenfreno tributario, los deseos mundanos, incluidos los carnales y alcohólicos, se nos antojan prescindibles.
Por supuesto, en los congresos y eventos, siempre hay alguien que expone. Son los cinco minutos de gloria que se le conceden a los elegidos. Si puedes lo escuchas, pero si la emoción te vence y cierras los ojos, basta con decirle al ponente que lo ha hecho bien, bien, muy bien. Palmadita en el hombro y al refrigerio. Me encantan estos encuentros porque la mayoría es gente fina y muy educada y saben decirte las cosas. Oye, gracias por tu ponencia, no obstante, entiendo que has efectuado una interpretación que no se ajusta muy bien al sentido de la norma. O sea, que no tienes ni idea, pero, incluso así te ha hecho sentir querido.
Con independencia de cuál sea tu papel, ponente, organizador o asistente, los congresos y eventos tributarios nos permiten reconciliarnos con nuestra profesión, son encuentros clandestinos a la luz del sol, terapia de grupo. Y una vez concluyen, volvemos renovados a la soledad del día a día. No estamos solos.
En el sufrido devenir diario cuesta encontrar un sentido a nuestra profesión. Algún que otro iluminado (como el TaxFree®) va por ahí diciendo que es asesor fiscal por vocación e hiperventilando con lo de los derechos y libertades de los ciudadanos, pero la maravillosa realidad es que, a pesar de que no lo reconozcan y valoren, el común precisa que existan personas que sean capaces de bracear en el inmenso lodazal normativo y superar la maraña burocrática que se ha tejido para apresar a las personas. Así como la muerte es inevitable y las funerarias facilitan vivirla con normalidad, los impuestos requieren fiscalistas para aligerar las cargas.
Así que, ahora que ya no me quedan ramas a las que asirme, en pleno descenso, ya sólo me queda recibir el impacto final con algo de dignidad. Si ello es posible, claro está.
* * * * *
Dedicado a todos mis compañeros de profesión. Gracias por acompañarme en este salto al vacío. Un fuerte abrazo y mucho ánimo en la enésima campaña.
Emilio, cuando dejas llevar tu pluma más allá de los procelosos mundos técnicos de la fiscalidad, tus escritos son inigualables. Me he reído un buen rato. Me imagino la cara de Emilio o de Clara al exponerles nuestra m… de profesión. Y lo de «cuñado fiscal por antonomasia» me ha llegado al alma… En fin, por poner un pero he de decirte que eso de que la gente es fina en los congresos tributarios hay que ponerlo en cuarentena: da igual el nivel intelectual y cultural de la gente que siempre habrá alguno que, con el micro abierto, te pueda llamar impresentable simplemente por plantear una duda técnica o la desazón que supone la nefasta técnica legislativa ;))
Muchísimas gracias, Esaú. Me sonrojan tus palabras porque, además de ser un amigo muy querido y un gran profesional, eres un estudioso y un fino estilista de la lengua común. Aprendo, entre otros, de personas como vos. Dicho esto, esperemos que en los próximos Congreso disfrutemos de grandes recuerdos, a pesar de los micros. Un fuerte abrazo.
Excelente artículo por las tribulaciones de un fiscalista, ahora bien, a la pregunta de a qué te dedicas, tenías que haber contestado con rotundidad, soy funambulista. No se sabe cuál de las dos es más peligrosa, a la derecha la Administración Tributaria y a la izquierda el cliente, y el alambre es cada vez más fino.
Muchas gracias estimado Ricardo y muy acertada apreciación. Un abrazo.
Buenísimo….lo de «cuñado fiscal» compro la expresión para hacerla mía….tras 35 años de profesión entre familia y amigos lo que yo digo es que en materia fiscal solo sé que no sé nada que diría Platón….una pena pero profesión desacreditada si.
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Me he sentido dolorosamente retratado. Intentar ligar explicando las deducciones aplicables en el IRPF a una chica está sólo al alcance de gente muy entusiasta, que cree que la gente que se acuerda de él entre abril y junio es gente que le quiere.
Yo añadiría también nuestra condición de asesores «geisha»: cantamos, bailamos y por determinadas tarifas, hacemos otras cosas…