Estaba finalizando el año. Afortunadamente, después de varios años con caídas de ventas y dificultades de cobro y pago, José percibía que su actividad se recuperaba y estaba esperanzado de que pudiera seguir adelante con su pequeño negocio. Habían sido años duros y complicados, y ya sólo sobrevivían unos pocos que conociesen el oficio. La crisis, la dichosa crisis, no era más que una profundización del proceso de cambio y transformación de la sociedad: las familias y las relaciones personales son distintas, los consumidores demandan nuevos productos y estilos, las mejoras tecnológicas y la aparición de nuevos materiales, etc.
Como no puede competir con los Ikea y demás monstruos de la fabricación, había apostado por centrarse en hacer lo que mejor sabía, hacer pequeño mobiliario artesanal, a la vieja usanza, singular y de alta calidad. Manejaba el cincel y tallaba la madera como pocos y creaba piezas que sorprendían y, afortunadamente, aunque fuese con cuentagotas, tenía una constante e, incluso, creciente demanda. ¡A ver si la tendencia o moda Vintage le estaba dando ese empujón definitivo!.
La verdad es que José necesitaba algo de ánimo para sobrellevar las cargas que llevaba a cuestas. Especialmente, tras sus últimos cambios familiares…
En su pueblo todos murmuraban cómo podía haber sido que se hubiese ajuntado con una chiquilla a la cual casi triplicaba de edad. Él que ya estaba para pensar en Planes de Pensiones y crearse un fondo de jubilación, de repente, se empareja con una jovencísima María. La cuestión es que, mientras María, sin entrar en los cánones de la mujer despampanante, era una mujer muy agraciada y dotada de un aura especial, José más bien era normal, tremendamente normal, incluso me atrevería a decir que a nadie le extrañaba su larga soltería. Resultaba una pareja excepcionalmente llamativa.
Por si no fuese suficiente, al poco de emparentar, María se quedó encinta. Eso supondría una boca más que alimentar y, tal como habían ido las cosas, se añadía algo de presión al ya justo negocio de José.
En estos momentos, el ginecólogo del Centro de Salud les había recomendado que María estuviese en reposo. El bebé que esperaban parecía que estaba bien, pero daba muestras de una especial inquietud por salir y revolver este mundo, y un nacimiento prematuro siempre es un riesgo innecesario.
Sin embargo, hace unos días, José recibió la llamada de su asesor tributario, apremiándole para que se acercase a la Delegación de Hacienda que le correspondía para obtener el correspondiente certificado electrónico para poder operar con las Administraciones, en especial, la maldita Agencia Tributaria. Resultaba que, desde hace ya unos meses, la normativa exigía que todos los ciudadanos que desarrollasen una actividad económica, aunque fuese a título de empresario individual, como era su caso, cumpliesen sus obligaciones tributarias, laborales y administrativas de forma electrónica.
Para una persona como él, un simple autónomo, habituado a trabajar con las manos, en un negocio artesanal y con un conocimiento muy limitado de las nuevas tecnologías, esta exigencia legal le superaba y había prolongado, de forma innecesaria, este trámite con la esperanza que desapareciese. Vana esperanza. La Administración es fría y no atiende a resistencias humanas, es más, ante cualquier conato de rebeldía, dispone de una amplia batería de procedimientos para desgastar y agotar las voluntades.
Maldita sea. No podía esperar más, y a punto de finalizar el año, o bien se tenía que poner en camino antes de que naciese el bebé o con el bebé recién nacido. Finalmente, habló con María y ésta le propuso ir hasta la capital de la provincia para cumplir con los trámites censales y administrativos lo antes posible.
Cogieron su vieja Seat Inca. Una furgoneta que había dado un excelente resultado, sobretodo para su quehacer diario, sin embargo, distaba mucho de ser un vehículo muy adecuado para llevar una madre a punto de dar a luz. En cualquier caso, el viaje no sería más de tres horas.
Para evitar demasiado cansancio, optó por ir de mañana. Craso error.
Llegaron a la capital de la provincia. Una pequeña ciudad, pero lo suficientemente grande para desorientarse y perderse. Y es lo que pasó. Había previsto llegar en tres horas a la Delegación de la Administración Tributaria, pero como no llevaba GPS, en la ciudad no atinó con la dirección correcta y se retrasó. Además, se llevó la sorpresa de que el centro de la ciudad ahora era peatonal y no se podía circular con vehículos. Las incomodidades de la modernidad.
Por momentos, desesperó y rabiaba en silencio. Estaba perdido, con una mujer encinta y a punto de dar a luz, cansada y agotada del viaje, una ciudad poco amable, y por si fuese poco, con la presión del tiempo encima. Dejó el coche, mal aparcado sobre una acera, le rogó a María que esperase unos minutos y salió a la carrera con los papeles, como podía. ¡Eran las 13:56!
Al llegar a la puerta de la Administración, comprobó con estupor que la puerta estaba cerrada. ¿Cómo? No podía ser. Miró el reloj. Las 13:59. Buscó el horario por la pared o la fachada y comprobó que, teóricamente, estaban abiertos hasta las 14:00h. Llamó al timbre. Esperó. Y como veía que nadie venía, comenzó a golpear la puerta violentamente con la palma abierta. Al poco rato, apareció un guardia de seguridad malhumorado y, sin abrir la puerta, le pregunta con gestos qué hace. José le chilla que quiere entrar para el condenado certificado. El guarda le mira con extrañeza, consulta su reloj y le muestra a través del cristal a José que son las 14:02. Se gira y, dándole la espalda, se marcha.
José, atónito, se queda paralizado con los papeles en la mano. No da crédito. ¿Y ahora qué va a hacer?
Poco a poco, con un paso especialmente cansino se acerca al coche. María lo ve venir y siente que las cosas no van bien. Algo se mueve en su interior, mejor dicho, algo se revuelve en su útero. Está preocupada y hace un esfuerzo para no darle mayores muestras de preocupación a José.
– No he podido entrar, María. Lo lamento. – Confiesa José.
María sonríe o hacer por mostrar un gesto cariñoso. Realmente, la frustración y decepción que siente José ya es penitencia suficiente y lamenta que sufra por ella. José, se recupera y le comenta:
– Creo que sería mejor que buscásemos algún alojamiento por aquí, a la espera de que, mañana, a primera hora, podamos volver, hacer los trámites y regresar a casa.
– Sea. No hay problema. – Responde María.
Así pues, van a aparcar el coche y buscar algún alojamiento, de forma precipitada.
El problema es que, la ciudad es relativamente pequeña, poco turística y con escasos establecimientos. José se acuerda ahora que, recientemente, un compañero suyo le había hablado de una aplicación para móviles que permitía buscar alojamiento de forma rápida. Pero claro, José tiene un móvil un poco desfasado y no sabe muy bien cómo van estas cosas, y a María se le ha quedado sin batería, entre otras, porque se ha pasado el viaje enviándose mensajes con su prima Isabel.
Es invierno y comienza a oscurecer. A medida que la luz del sol desaparece se acrecienta el nerviosismo y José se da cuenta que está haciendo caminar a María en exceso. Un auténtico despropósito.
Finalmente, una pareja les ofrece dejarse un bajo mínima y sencillamente amueblado, sin licencia, poco confortable y escasamente decorado. Sin embargo, tiene una cama, una pequeña kitchenette, un simple aseo y unas sillas y mesa para pasar el rato. Suficiente. Después del día que han pasado, aquella humilde morada se les antoja un fabuloso palacio.
Silencio.
La noche ya es oscura. No es que sea especialmente tarde, pero el sol se ha puesto muy pronto pues estamos en los días próximos al solsticio de invierno.
José se deja caer sobre una silla y cierra los ojos momentáneamente. Cuando levanta la cabeza y los vuelve a abrir, ve a María frente al aseo, de pie, hierática.
José observa y comprueba que María está sorprendida y su mirada denota inquietud.
– ¿Qué sucede, María?
– He roto aguas, José. Creo que el Niño ya está aquí… – Contesta María con extraordinaria serenidad.
¡No puede ser! ¿Y ahora qué hacemos? ¿A dónde llamamos? José se levanta apresuradamente de la mesa, tropieza con la pata de la silla y se precipita al suelo. Cuando se va a izar, la mano de María se posa en su hombro y le dice,
– José, tranquilo, levanta y prepararemos las cosas para ayudar a que este niño nazca bien. Yo te indicaré. Recuerda que el hijo que he concebido en mi seno ni es tuyo, ni es mío, sino que es Hijo del Padre. Confía en Él.
José se alzó. Y, como si estuviese tallando la madera, dejó de lado sus cuitas y se puso a trabajar en silencio, siguiendo las instrucciones de María. Aquello le dio Paz.
Pasadas las horas, en aquel improvisado hogar, lejos de su casa, de su taller, de su familia y los rumores de su pueblo, abrazaba con una manta al pequeño bebé. Rosado, pequeño, pero distinto. Miró a los ojos del Niño y, cuando de forma instintiva el bebé levantó las cejas, se turbó. Era la mirada de Dios, Dios le estaba contemplando…
* * * * *
Y así, como hace ya más de dos mil años, la noche del 24 de diciembre el Niño Dios vuelve a nacer, para seguir regalándonos Esperanza y Paz para las mujeres y los hombres de buena voluntad. Con mis mejores deseos,
Feliz Navidad y que el 2017 sea un año de renovadas ilusiones y esperanzas.
Ay José… si tu asesor te hubiera dicho que podrías haber realizado todas esas gestiones con tu DNI electrónico, en el DNI (electrónico) del pequeño Jesús hubiera figurado como lugar de nacimiento el pueblecito donde residíais.