Entiendo -es una percepción personal y, como tal, más que probable que del todo equivocada- que los temas objeto de los “posts” de este “blog” son expuestos desde el absoluto desapasionamiento político y, como tal, con una vocación -si se me permite la expresión- transversal.
Lo digo porque, amén de estar medianamente seguro (la edad ya me impide la certeza) de mis propias creencias y convicciones, creo conocer razonablemente bien a mis muy queridos coautores de esta “criatura”, y dudo que me equivoque si afirmo que todos ellos comparten conmigo un descreimiento total en la política -hoy y aquí- y, aún más si cabe, en los políticos. Nuestros comentarios, entiendo, se hacen siempre desde el prisma de la libertad y del respeto al derecho. Por ello, las críticas que aquí puedan hacerse a una determinada idea (o, incluso, “genialidad”), nacida de un concreto partido, no suponen necesariamente que abracemos al contrario, y, ni tan siquiera, que hagamos una enmienda a la totalidad a su propio emisor. Nuestra ideas -así conceptuadas- son pues asépticas (en eso, creo, coincidimos todos los que estamos bajo este paraguas tan peculiar -y libre- que es FISCALBLOG).
Digo esto, que puede sonar a autojustificación pero que es una mera constatación de un estado de cosas, porque los últimos tiempos (semanas) han sido prolijos en “ocurrencias” y/o “genialidades” (léase en tono irónico), sin duda fruto del peculiar momento político que en España nos toca vivir, con un Gobierno formado en exclusiva por un partido parlamentariamente en minoría y que, como tal, se ve obligado a vertebrar acuerdos; y ya se sabe que “el sueño de la razón, produce monstruos”.
Son tiempos, así, en los que se cuestiona el alcance penal que pueden llegar a tener los piropos callejeros, el género en el que la mismísima Constitución se expresa (“españoles” nos llama a todos -sí, he escrito “todos”, conscientemente, para referirme a hombres, mujeres, niñas y niños, etc-) o importar de Suecia -por supuesto, a golpe de Telediario, que es como en Españistán se estila el legislar- la idea de la “violación negligente”… Soy, evidentemente, de otro siglo (el XX) y eso -me temo- ya es irremediable, pero, además, últimamente empiezo a creer que soy de otra galaxia y, ésta, debe de estar ubicada a años luz de este mundo.
Y ha sido, precisamente, en este ambiente de las “ocurrencias” donde la materia fiscal no ha sido capaz de mantenerse al margen y, contaminada por esa atmósfera “líquida”, ha parido la idea del umbral mínimo del 15% en el Impuesto sobre Sociedades (IS). Que todo esto se “cocine” mientras el actual Director General de Tributos le hace un “Lopetegui” al Ministerio de Hacienda para irse a una “big 4” … ¡ejem! Es un obvio síntoma más de que en este país algo se torció hace tiempo, y que, mientras no logremos enderezarlo, difícilmente podremos avanzar en la dirección correcta. No todo lo legal es admisible, y esto -evidentemente- no lo es; no puede serlo bajo ningún concepto.
¡Qué cansino es todo! ¡Qué pereza!
En fin, el tema pudiera dar para mucho más, pero me limitaré a apuntar unos flashes (eso sí, con luz roja):
-. Ese pretendido “suelo” de una tributación efectiva del 15%, lo es sobre el resultado contable, matiz que obliga a replantear todo el esquema de tributación basado -desde décadas- en la base imponible.
-. Ítem más: ello supone, por tanto, que las diferencias temporales (perdón, lapsus: “temporarias”, ese palabro que el PGC nos trajo y que a nadie parece extrañarle), y sus consiguientes impuestos diferidos (pasivos) y anticipados (activos) se van -o corren el riesgo de irse- por la alcantarilla.
-. Esa imposición mínima del 15% pretende predicarse de las empresas “grandes”. La cuestión es que ya saben que por estos pagos la grandeza viene midiéndose -y esto ya ha adquirido la categoría de clásico- por el tamaño -que, aquí, sí que importa- de la facturación y no del beneficio. Que sea el beneficio, precisamente, la magnitud sobre la que gira el IS es un detalle “menor” (y/o “pejiguero”) que ahora no debe despistarnos de nuestro objetivo clave: recaudar. ¿Alguna vez ha habido otro?
-. El método (léase “artículo 33”) mediante el que se velará por ese umbral mínimo de tributación del 15% es la limitación (i.e.: imposibilidad) de aplicar aquellos créditos fiscales (ya sean deducciones o compensaciones de pérdidas) que ubiquen esa presión fiscal efectiva por debajo de ese “suelo”.
-. Pero, keep calm, pues “los créditos fiscales no desaparecerían, pero se aplazan (¿sine die?) por mecanismos inmediatos de ajuste que impiden una tributación menor” (Jesús Mota dixit, en El País del pasado 9/7). Esto como que ya me deja dormir a pierna suelta, pues amén de la seguridad que me genera el estratégico uso de ese condicional (“no desaparecerían”, ¿qué matiz introduce -Sr. Mota- el uso de este modo verbal?), no tengo ni idea de qué son (o incluso pueden llegar a ser) esos “mecanismos inmediatos de ajuste”; eso sí, mucho me temo que están cerca de ser un eufemismo de “prohibición”.
-. Bien… El problema es que esos “mecanismos inmediatos de ajuste” se concreten en impedir la aplicación de desgravaciones técnicas (es decir, paradigmáticamente, las que evitan la doble imposición) que, lejos de suponer canonjía alguna para sus destinatarios, vienen a evitarles una perniciosa sobreimposición que -aclaro- es pagar impuestos dos veces por lo mismo.
-. Otro problema, no menor, es que esos “mecanismos inmediatos de ajuste” se dirijan a limitar (y/o eliminar) desgravaciones plasmadas en tratados internacionales, tales como los Convenios para evitar la doble imposición (CDIs, en el friki argot tributario).
-. Y, mucho me temo (hoy es que me he levantado pusilánime), que esos mismos -sí lo han acertado- “mecanismos inmediatos de ajuste” también estén llamados a endurecer, aún más, las condiciones de compensación de las bases imponibles negativas (BINs), olvidando -una vez más- que el IS, por su propia naturaleza, está llamado a gravar ciclos económicos y no períodos impositivos estancos.
-. En fin, sea como fuere yo (desde la confesa ingenuidad) me pregunto: ¿alguien está en condiciones de evaluar el coste “reputacional” que tiene para nuestro país -por ejemplo, como destino “atractivo” para inversiones, en ese cada vez más competitivo tablero internacional- el estar al continuo albur de estos cambios erráticos en nuestra fiscalidad empresarial? Mucho me temo que es mejor que nadie haga ese ejercicio pues apuesto a que los resultados podrían ser apocalípticos…
Termino -entre otras cosas, por estar ya muy cansado- con una reflexión básica: en vez de estar anclados en este continuo aquelarre de la búsqueda de más y más recaudación, no sería más lógico parar, meditar, reflexionar y consensuar qué racional nivel de gasto público estamos dispuestos a sufragar…, y, a partir de ahí (y sólo a partir de ahí), buscar su sustento mediante un sistema -sí, sistema, lo he dicho bien- fiscal equilibrado, comedido, justo, equitativo, progresivo y estable.
Lo contrario (es decir, lo que llevamos lustros haciendo: perseguir nuestra propia sombra) nos lleva, sí o sí, al esquizofrénico tren de los hermanos Marx, es decir: a la frenética procura de “más madera”. Y, lo grave, es que ese tren -mientras va menguando en su irracional carrera hacia ninguna parte- no recuerdo que hiciera paradas, y a mí -confieso- me gustaría bajarme. ¿Alguien se suma?
Muy buen comentario, Javier. Felicidades.
Me temo que nos va la marcha y no nos bajaremos de ese tren en marcha.
El orden de primero el gasto y luego el ingreso es un “must” de la Constitución, pero una vez alcanzado un nivel de gasto público, esté es muy inelástico (los votos son los votos, y Europa manda y más desde que nos obligó a cambiar con estival alevosía el artículo 135 de la Constitución) y a ver quién es el guapo que se atreve a bajarlo. Ánimo Javier, y animo a todos. Que nos atrevamos a denunciar estás tropelías.
Un abrazo
Muchas gracias, José Ignacio; en eso seguiremos. Un abrazo.
Yo me sumo.
Cada vez tengo más claro que el Gobierno con “lo fiscal” hace lo mismo que mi perro cuando lo saco a pasear: da igual lo corto que sea el paseo. Tiene que marcar territorio.