En tiempos no tan pretéritos, era usual que los padres les leyesen a los niños cuentos infantiles y determinadas fábulas (por ejemplo, las de Félix Maria de Samaniego) o apólogos con un importante trasfondo ético-moral: ejemplos sencillos, animados y divertidos, acompañados de una “moraleja” como mensaje didáctico. Lástima que muchos padres hayan perdido esta tradición, seguramente nos hubiésemos evitado que gran parte de la clase dirigente, posiblemente acomplejada por esta ausencia y al modo de remedo, se sirvan proporcionarnos día sí, día también, continúas fábulas y cuentos (no hay crisis sino desaceleración, memorias históricas, impuestos para “ricos”, soberanismos decimonónicos, etc.). Por si no fuese poco, dichos cuentos y fábulas son, sencillamente, poco edificantes y, en muchos casos, mentirosos.
El tema del presente post me lo sugiere uno de los grandes cuentos que, en estos días escuchamos a menudo y que, por ser repetido muchas veces, no deviene cierto o correcto. Y llego a esta conclusión, gracias a que, de pequeño cayó en mis manos el cuento de “El traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen (por cierto, inspirado en uno de los ejemplos del castellano “El Conde Lucanor”, de Don Juan Manuel), perviviendo en mi memoria aquello de que “una cosa no será verdad, sólo porque todo el mundo crea que algo es verdad”. Quizás ello explique lo que tengo de bufón…
¿Cuál es el cuento? El siguiente: “España, en relación al conjunto de los países que conforman la OCDE, tiene un índice de presión fiscal relativamente bajo, por debajo de la media.” Los datos son los siguientes: el porcentaje de ingresos fiscales respecto al PIB en España para el año 2009 ascendió al 30,7%, siendo aproximadamente del 34,5% para la media de los países de la OCDE. Por el contrario, naciones como Dinamarca o Suecia, presentan unos indicadores muy elevados, el 48,2% y el 46,4%, respectivamente.
A los efectos informativos, debe resaltarse que, dentro del concepto “ingresos tributarios” la OCDE contempla las contribuciones a la Seguridad Social. Puestos, nos detenemos en la relación entre contribuciones a la Seguridad Social y el PIB (en porcentaje): en este caso, tenemos que la media de la OCDE es del 9% para el año 2008, mientras que en España, Dinamarca y Suecia son, respectivamente, del 12,1%, 1,0% y 11,5%.
Apunte.- ¿No será esta eventual sobreimposición sobre el trabajo una de las fuentes o limitaciones a la creación de empleo en nuestro país?
Por el contrario, en la comparativa de los tipos marginales máximos de los impuestos sobre la renta de las personas físicas (Personal Income Tax), España resultaba ser, en el año 2010, uno de los países con menores tipos marginales (43%, entonces), mientras que, Dinamarca y Suecia llegaban al 51,6% y 56,5%, respectivamente.
Tras estos rápidos apuntes, la consecuencia o “moraleja” que pretenden extraer algunos es que, siendo así, “existe recorrido suficiente para elevar la citada presión fiscal”, ergo, proceder a la elevación de los impuestos o, como eufemísticamente se dice, “solicitar un mayor esfuerzo fiscal o una contribución adicional”.
Pues bien, ya hace tiempo traté de poner de manifiesto que el indicador de presión fiscal (ingresos fiscales totales respecto el PIB) es sumamente engañoso pues, entre otras limitaciones, al hacerse mención de los “ingresos fiscales” o “recaudación tributaria”, no se tienen en cuenta los siguientes elementos:
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La existencia de múltiples tasas y contribuciones tributarias en las distintas administraciones tributarias que no computan como “ingresos fiscales”.
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La repercusión económica para las personas (físicas o jurídicas) del correcto cumplimiento de las obligaciones formales.
Por si ello no fuera suficiente, me permito añadir dos nuevos apuntes sumamente relevantes:
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En la tabla I.7. “Top marginal Personal Income Tax rates for employee” para el año 2010 publicada por la OCDE, se relacionan, en dólares ($) y atendiendo a la paridad entre las distintas monedas, los salarios brutos medios de los trabajadores (incluidos los autónomos que no tengan personal dependiente). Pues bien, los datos presentados son los siguientes: en España, el salario bruto medio es de 31.856 $, mientras que, la media de la OCDE es de 36.053 $ y, en Dinamarca y Suecia ascienden a 44.439 $ y 38.161 $, respectivamente.
Conclusión preliminar.- Asumiendo que, en la mayoría de países desarrollados se aplican sistemas tributarios con un cierto grado de progresividad, parece lógico pensar que, en la medida que las rentas medias de los ciudadanos son más altas, se elevarán los marginales del impuesto de la renta y aumentará, en consecuencia, la recaudación tributaria. De ser así, la existencia de una mayor recaudación tributaria conlleva un aumento de la presión fiscal. Ahora bien, dicho incremento de la presión fiscal no van necesariamente ligados a la elevación adicional de los tipos impositivos sino al incremento de la capacidad económica de los ciudadanos.
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Los datos comparativos del desempleo ponen de manifiesto la cruda realidad de que, por desgracia, en España una gran parte de la población no contribuyen de forma directa (incluso, indirecta) a la recaudación tributaria, con la consiguiente disminución artificiosa del índice de presión fiscal. Las cifras del desempleo en la Unión Europea a finales del primer trimestre de 2011 son del 9,8%, siendo del 6,2% y del 6,1% para Dinamarca y Suecia, respectivamente, muy lejos del 21,3% que registra España.
Conclusión preliminar.- El diferencial de población sin empleo (alrededor del 10% y 15% del total) entre España y la media explica, en gran parte, el menor índice de presión fiscal. Si, a los efectos del cálculo, eliminamos dicho exceso de población y lo ponderamos adecuadamente, el indicador de presión fiscal pasaría a ser de alrededor del 34,8%, en lugar del dato oficial del 30,7%; es decir, estaríamos justo por encima de la media de la OCDE.
En resumen, sirva el presente para darse cuenta que, la remisión a la mera estadística y las siguientes afirmaciones acríticas que nos presentan no se corresponden con la difícil realidad: España es un país con una elevada presión fiscal, y, gran parte de esa relativa sobreimposición impacta en las rentas básicas de las personas físicas: rendimientos de trabajo y actividades económicas, así como las contribuciones a la Seguridad Social.
O sea, que el Emperador está desnudo.