Se aproxima la Navidad, y con ella, las celebraciones y encuentros familiares. Nervios, tensión, alguna que otra ansiedad, preocupaciones, etc. Todo debe estar en orden, aunque, por más que se haga, la realidad supera la ficción y nada sale según lo previsto; a veces resulta un éxito inesperado y otras, un desolador fracaso.
Las típicas escenas. El padre que se afana en verificar si tiene suficiente vino a fin de que el fantasma de su cuñado no le recuerde que está acostumbrado a degustar los mejores caldos («ojalá se ahogase en ellos, aunque fuese durante unas horitas«), el hijo adolescente que ve como su prima juguetona y con aquellos rubios tirabuzones es ahora…¿diferente? («¿seguro que es mi prima?«), la madre que piensa dónde sentar al novio de su madre («¿puedo decirle que ya no tengo más sillas?»), o el clásico de la hermana de la madre que no sabe cómo confesar que su marido no es tan majo como parece («ha sido un error»)… En definitiva, la condición humana.
Las relaciones entre personas son complejas, lamentablemente. Ahora bien, mientras que, tenemos un cierto grado de libertad para escoger nuestras amistades, conocidos y allegados con los que entablar un grado mayor o menor de relaciones, en el caso de los familiares, no tenemos margen de negociación: la familia es la que es, padres, madres, hermanos, cuñados, tíos, primos, abuelos, etc. Existe un vínculo muy poderoso y estrecho que nos viene dado y nos condiciona nuestra vida y existencia. La familia forma parte de nuestra mochila, no la escogemos en función de afinidad de carácter, forma de ser o pensamiento. Por ello, las relaciones familiares resultan especialmente difíciles y son la causa de grandes dramas personales y situaciones conflictivas: malentendidos, disputas y desavenencias, intereses contrapuestos, etc.
Ahora, añadidle a ese grupo de personas unidas por lazos de familia y afectividad un centro de intereses económicos y vitales como es una empresa o negocio familiar. Diríase que tenemos todos los ingredientes para una mezcla explosiva.
Porque si ya resulta difícil trinchar un pavo para varios comensales y dejar a todos satisfechos (que si pechuga, ala, patita, menos hueso y más carne, etc.), imaginaos el trinchado de la “empresa familiar” (yo soy el administrador porque soy el primogénito, pues yo creo que tú cobras demasiado, yo ya estoy harta porque no me habéis repartido dividendos, etc.), con el añadido que, como en la cena o comida de Navidad, no sólo participan los propios, sino también los extraños («mira que eres merluzo al permitir que tu hermano sea el director de la empresa«, que si «tu padre me ningunea«, que «qué derecho tiene la hija de tu hermana a trabajar en la empresa y a nuestro Gregorio no le dejan trabajar y lo necesita«, etc.). En resumen, todos reunidos, y con el cuchillo entre los dientes, prestos a resolver la querellas familiares y empresariales entre los entrantes y el primer plato.
Aparte de las anécdotas propias de cada familia y situación, es una constante que, la existencia de una empresa o negocio familiar en la que participan varios miembros de un grupo o conjunto de personas unidas por vínculos familiares y de afectividad es la causa de fuertes tensiones entre los miembros de la familia. Cuando estas dificultades y diferencias no se superan o canalizan adecuadamente, el fracaso puede ser absoluto: las relaciones familiares se ven seriamente afectadas e incluso rotas y la empresa o negocio familiar se debilita y deteriora.
Una de las herramientas más eficaces para solventar o canalizar estas diferencias es el denominado “Protocolo familiar”, una suerte de acuerdos entre los miembros de la familia y que, a la vez, son socios de la empresa o negocio familiar que tratan de establecer las reglas de juego por las que regir las relaciones entre la familia y la empresa o negocio familiar.
El Real Decreto 171/2007, de 9 de febrero, por el que se regula la publicidad de los protocolos familiares, define como protocolo familiar “aquel conjunto de pactos suscritos por los socios entre sí o con terceros con los que guardan vínculos familiares que afectan una sociedad no cotizada, en la que tengan un interés común en orden a lograr un modelo de comunicación y consenso en la toma de decisiones para regular las relaciones entre familia, propiedad y empresa que afectan a la entidad”.
Definidlo como consideréis más oportuno. Lo importante, bajo mi particular punto de vista, es que el “Protocolo familiar” permite imponer un cierto grado de objetividad y racionalidad en las relaciones familiares respecto de la empresa o negocio familiar, eliminando o minimizando los componentes subjetivos, afectivos y emotivos.
La perdurabilidad y la sostenibilidad de una empresa o negocio familiar, la viabilidad, la superación de las dificultades, la continuidad, en resumen, el éxito de una iniciativa empresarial de una familia sólo se consigue cuando la nave se ha conducido con serenidad y consistencia, cuando se toman decisiones de forma racional atendiendo a cuestiones estrictamente profesionales, cuando se siguen criterios empresariales y se fijan objetivos claros, en definitiva, cuando aceptamos y entendemos que el ámbito empresarial es y debe ser distinto al ámbito familiar y las reglas de juego y comportamiento son y deben ser diferentes. Es preciso establecer una clara separación entre el ámbito privado y familiar del ámbito empresarial y/o profesional.
No hay nada que dañe más a una empresa (y de paso, a las relaciones personales y familiares) cuando las decisiones se antojan arbitrarias, cambiantes, tornadizas, etc. No hay empresa que sea viable en el tiempo si cambia el rumbo según los estados emocionales, si las modificaciones de los órganos de administración y de dirección obedecen a filias y fobias familiares, cuando se permiten confusiones patrimoniales y las disposiciones de bienes de la empresa para beneficio de unos pocos, etc. Además, en muchas ocasiones, es necesario tomar decisiones difíciles, complicadas de aceptar en el entorno familiar y que nos obligan a un exigente ejercicio de realismo, como por ejemplo, obligar a que una persona abandone el puesto de trabajo dado que se ha comprometido con un familiar directo o establecer vía disposición testamentaria desigualdades en el reparto entre los hijos dadas las distintas capacidades e intereses.
El “Protocolo familiar” no es la panacea ni el remedio milagroso. No quisiera llevar a engaños o inducir falsas expectativas. Sin embargo, cuando se respeta y sirve como referencia para la familia empresaria, cuando se mantiene en el tiempo sin perjuicio de las necesarias adaptaciones, la gran mayoría de casos, el entorno familiar y la empresa lo agradecen. La experiencia me demuestra que ha sido y es una herramienta muy útil para conducir las relaciones familiares respecto de la empresa o negocio familiar, entre otras, porque permite dar unas normas claras y objetivas para la toma de decisiones en el ámbito empresarial (y de propiedad) a las que atenerse y recurrir, minimiza los factores de inestabilidad y facilita la separación entre el ámbito familiar y el empresarial (y de propiedad).
Por ello, cuando consigo llevar a buen término y suscribir un “Protocolo familiar”, como me ha sucedido esta misma semana, quiero creer que, aparte de ordenar y canalizar los torrentes de intereses económicos de la familia, se consigue algo más importante aún: tener la Navidad en paz. O, por lo menos, que se hable de temas como en cualquier otra familia; los entrantes y el pavo, la novia del abuelo y del cariño entre la madre y la nuera…