Era un examen oral. Pero no era el convencional examen oral ante tribunal que te obligaba a saberte, ad pedem litterae, hasta la más recóndita coma de la letra más ínfima de uno o dos prolijos manuales. De esos exámenes, ya había pasado alguno. Recuerdo uno, concretamente, en el que profesor “juzgador” era un opositor frustrado que envidiaba a los alumnos que, como yo, éramos capaces de memorizar como papagayos el Lacruz Berdejo. Claro. Mi nota en ese caso no pasó del seis, por motivos que no hace falta ser muy inteligente para percibir.
Los nervios de aquella ocasión eran otros. Había pasado un año tomando notas de unas clases que ni entendía, ni estaban estructuradas, ni maldita la gracia que me hacían. Solo el carisma del profesor, que seguía fumando -y no poco- en la tarima a pesar de que el tabaco empezaba a vivir tiempos de atavismo, me permitía seguir vivo en la asignatura de Derecho Tributario II. Parte Especial.
El profesor en cuestión, el catedrático Tulio Rosembuj, iba a ser parte fundamental en mi futura existencia y me acabo de enterar de su reciente fallecimiento, con 79 -casi 80- años de vida.
Puede decirse que, si Sainz de Bujanda es considerado el padre de la rama científica -para el crédulo que todavía crea que el derecho es una ciencia- del Derecho Tributario en España, Tulio Rosembuj es sin lugar a dudas el padre del Derecho Tributario Internacional. Y lo será por toda la eternidad. Su manual y sus clases así lo atestiguan. Recuerdo que la primera clase del curso en cuestión, en lugar de empezar contándonos el anodino hecho imponible del IRPF, como hago yo ahora, trató el tema de la subcapitalización, una figura que se había incluido recientemente en el Impuesto sobre Sociedades. La siguiente clase habló de una cosa denominada precios de transferencia y, lo recuerdo como si fuera hoy, del principio “at arm´s leng” que se debería aplicar en su futura regulación. El régimen de operaciones vinculadas vivía, en aquel entonces, en el mundo onírico. Más adelante tocó la transparencia fiscal y, ¡cómo no!, la transparencia fiscal internacional. No habló del IVA, ni de Sucesiones, ni de Donaciones, ni -por descontado- de los impuestos locales. Ni falta que hacía. Los asistentes a sus clases estábamos, sin saberlo, anteponiéndonos al futuro, como también hicieron los afortunados lectores de Orwell o Huxley en su momento.
Tulio era, además de un lobo solitario que sobrevivió a la mayor y más cruenta escisión académica que ha vivido nuestra rama del derecho en el mundo universitario, un auténtico visionario. Un ex montonero que vino a España con ideas que subvertían el orden establecido por entonces por los catedráticos de la época, a los que nos acercaba ni por asomo.
Su vida transcurrió alejada del desagradable mundo universitario, con su verdadera ilusión que siempre fue su editorial y, concretamente, la revista El Fisco, en la que publiqué mi primer artículo -sobre la entonces recientemente aprobada Ley de Consumidores y Usuarios, ¡toma ya!- y colaboré durante muchos años. Hasta el final de sus días, pues me lo encontré hace unos dos meses en la zona de espera de la estación de Sants y me comentó que tenía un libro casi culminado que iba a publicar en su editorial, en el que quería verter sus postreras ideas sobre la tributación de la Inteligencia Artificial y otras hierbas propias de la utopía tributaria.
En esa conversación me dijo que sorprendió diciéndome que el mejor jurista del siglo XX había sido Carl Schmitt y que consideraba que ya era lo único que le valía la pena leer. Yo le miraba incrédulo, algo a lo que estaba bastante acostumbrado y solo acerté a decirle que me alegraba haberle conocido hacía más de 20 años. Su respuesta fue el epítome de lo fascinante que podía llegar a ser Tulio: me contestó que nos conocimos exactamente hace 26 años, en el curso 1998-1999.
Una memoria privilegiada en una mente maravillosa. Ese era el doctor Rosembuj. Una persona reservada hasta el oscurantismo, que quería a los demás a su manera, desde su mítico despacho de la Vía Augusta de Barcelona, rodeado de libros y de tabaco por doquier. Con una mirada inteligente y una sonrisa socarrona, y ese eterno acento que recordaba a su Argentina de origen. Siempre que veo a Ricardo Darín, y mañana lo veré en directo, pienso que debe ser su hijo (ilegítimo, por supuesto).
Le debo mucho a Tulio. Más de lo que él hubo creído. Nadie ha apostado por mí tanto como él en el mundo académico, en un momento crucial en mi vida. Tan es así que yo iba para concursalista, quería ser discípulo de Sastre Papiol, cuyas clases me atrapaban. Tulio me motivó a hacer su máster en “el Instituto” y luego me metió a dar clases en él. Junto a Jesús Moyano, Luis Atienza, Eduardo Barrachina y los difuntos Fernando Blázquez y Joan Iglesias, todos ellos mucho más veteranos. Estuve diez años dando clases allí, vinculado a la que considero -mal que le pese a alguno- mi casa: la Universidad de Barcelona.
En fin, no sé si supo ver algo en mí que otros no habían visto, pero sin saberlo fue mi mentor. Nunca me defraudó y creo humildemente que yo tampoco le defraudé a él. Incluso cuando hice ese examen del que hablaba al principio. Cuando me tocó el turno y me acerqué a la tarima sus primeras palabras fueron las siguientes: “bueno, Alarcón, como íbamos hablando: cuénteme la diferencia entre filial y sucursal”. Todavía me quedo pensando la cara que se me tuvo que quedar, petrificado, ante una pregunta que nada tenía que ver con lo que yo había estudiado durante una semana. Y hasta ese último día en la estación de trenes me recordó que, tras mi reclamación posterior, me había subido la nota.
Se nos ha ido un genio y figura del universo tributario. Sus miles de escritos nos acompañarán siempre. Aquí pueden leerlos en abierto: http://elfisco.com/publicaciones. Los fiscalistas del futuro los sabrán apreciar mejor que nosotros. No me cabe ninguna duda. Mientras tanto, te echaremos de menos, Tulio. Y, como diría el rey romano del que tus padres tomaron tu nombre propio, sit tibi terra levis.
Publicado en Expansión, a 5 de septiembre de 2024.
Descanse en paz. Fui alumno en el Instituto en Barcelona en el Master de Derecho Tributario en la UB, entre los final 1987 y 1989.
Gracias, Gonzalo. DEP