“Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”.
“El licenciado Vidriera”
Miguel de Cervantes
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A aquellos con los que -en Salamanca (1985-1990)- tuve la fortuna de cruzarme en sus vidas.
Era ya la caída de la tarde -de hecho, ya hacía un rato que había anochecido- cuando, tras tres horas largas de carretera desde más allá del telón de grelos, llegué a Salamanca; entrando desde el norte, pasando al lado del Helmántico donde -de haberse disputado allí- aún resonarían los ecos de ese ya histórico Unionistas-Barcelona de hace apenas unos días.
A la altura de la Glorieta (o sea, Las Ventas charra), recordé alguna tarde en la que fui a los toros; experiencia extraña para mí en mis años universitarios, pues la feria salmantina es en septiembre; extramuros, pues, del calendario académico.
Comprobé que los cines Van Dyck siguen existiendo (muchas películas las que vi allí, más en aquella época, sin móviles, tabletas ni plataformas); imagino que al igual que toda aquella zona de tapas que había en su retaguardia…
En el Paseo de Carmelitas (en su día, Avenida de Alemania; ¡ay, el plumero de la política!), entro en un parking para mí inédito: en el subsuelo del -entonces ajado, hoy remozado- hospital de la Santísima Trinidad. Uno de los placeres clásicos de esta ciudad siempre ha sido deshacerte del coche, que no hace falta para nada; ¡nada! Cinco años viví aquí sin apenas subirme a uno.
Y es que ahí mismo, al lado de La polémica (mítica cafetería cuyo nombre se hacía eco de una controversia urbanística de la época), está el hotel donde me alojaré en esta efímera estancia salmantina con motivo de la ceremonia de entrega de los Premios Blogs Jurídicos de Oro y que -¡cómo no!- ha sido la excusa perfecta para que aquí nos reunamos todos los habituales coautores: Esaú y Emilio (ambos, además, fundadores de la bitácora), Gloria, Jose, Leo y un servidor. Barcelona, Madrid y Vigo en triángulo casi obtusángulo.
Me ubico en la habitación, me doy una ducha rápida para sacarme el agarrotamiento del viaje y bajo raudo al vestíbulo donde todo el grupeto ya nos juntamos -besos, abrazos y ambrosías de avellanas– disponiéndonos a dar un periplo monumental por la zona vieja: Campo de San Francisco, Convento de la Anunciación (con el ya legendario Camelot intramuros…, esa sí que fue una polémica en su día), la Casa de las Muertes, la de Unamuno, el Palacio de Monterrey, la calle Compañía (con el imponente edificio de la Pontificia a la derecha) -en su bocacalle Meléndez, tomándome unas cañas en La Alhambra, en octubre de 1986 vi en directo la proclamación de Barcelona como sede de las Olimpiadas de 1992: aquel país tenía proyectos, ilusión, ganas, ¡vida!-, culminando en la célebre esquina de los tres coños: ¡coño, la Clerecía! ¡coño, la Casa de las Conchas! ¡coño, qué frío!
Y ahí mismo, a apenas unos metros, en la Plaza de San Isidro está la cochera: así era como, en aquellos años universitarios, se denominaba al aulario de la Facultad de Derecho, pues ése había sido uno de sus antiguos usos (también se decía que había tenido funciones de logia…). Mi primer año de carrera, éramos tantos -el baby boom en pleno- que nos desterraron al aula magna de Fonseca: aquello no era lo mismo; estábamos del todo desubicados.
Enfilamos la calle Libreros que nos lleva hasta el Patio de Escuelas con la espectacular vista de la fachada de la Universidad. Tomo ahora consciencia de que durante cinco años asistí impávido a clase a apenas 150 metros de esta maravilla sin apenas venir a contemplarla más que cuando tenía visitas foráneas -ya fueran amigos o familiares- y jugar con ellas a ver quién encuentra la rana…
En la esquina de La Latina -¡La Latina!- giramos 90º tomando la calle Tavira que nos lleva al Palacio Episcopal (sede del Gobierno de Franco -designado ya Jefe de los sublevados en el entonces aeródromo de San Fernando, en Matilla de los Caños a 30 kilómetros de Salamanca- desde el verano de 1937 hasta el otoño de 1939) y la Catedral Vieja.
Bajamos por Tentenecio (legendaria anécdota la de San Juan de Sahagún que al encontrarse ahí con un toro desbocado le ordenó “¡tente, necio!”) hasta la Cruz de los ajusticiados (allí se colgarían las cabezas de los ejecutados por la Inquisición, siendo así que, al estar en una de las puertas de acceso a la ciudad, serviría a modo de advertencia sobre las duras leyes y normas que allí regían), disfrutando de las magníficas vistas de la ribera del Tormes; lo que me hace recordar aquellos lunes de aguas de entonces: tras la Semana Santa, es un festivo local que evoca el regreso -tras el paréntesis de la cuaresma- de las prostitutas a la ciudad. Era siempre un día raro: la ciudad desierta, todo cerrado; tan era así que en el Colegio Mayor ni tan siquiera nos daban de comer: nos proveían de un hornazo (algo similar -salvando las distancias- a una empanada), y nos buscábamos la vida, normalmente yendo a comer al aire libre, a la ribera del río; siempre y cuando el tiempo lo permitiera, claro.
Desandamos nuestro camino y tomamos Gibraltar (keep calm: me refiero a la calle de ese nombre, no al peñón) dejando el Centro Documental de la Memoria Histórica -antiguo Archivo General de la Guerra Civil- donde es factible solicitar información sobre los expedientes de nuestros antepasados (en su día así lo hice respecto a mis dos abuelos; y ahí tenían sus respectivas fichas). Es una ventana abierta al pasado, tal cual…
Pasamos por la llamativa -por, aquí, del todo inesperada- Casa Lis, un espectacular palacio modernista en plena zona antigua, y nos dirigimos al Patio Chico: ¿es posible que haya un emplazamiento más recoletamente monumental que éste? Confieso que lo descubrí realmente -más allá de apenas saber de su existencia- algo tarde, siguiendo las siempre acertadas enseñanzas de mi hermano Jesús; dos años mayor que yo y que, por tanto, me llevaba cierta ventaja en su know-how charro.
Durante todo el recorrido intento aportar algunas referencias históricas o anecdóticas sobre los hitos de nuestro periplo… Aquí, en el Patico Chico, enmudezco.
Lamentablemente ya es algo tarde y el Huerto de Calixto y Melibea está ya cerrado: no se puede tener todo.
Volvemos sobre nuestros pasos y, a través de San Vicente Ferrer, desembocamos en la Plaza de Anaya: el lateral de la Catedral Nueva, a nuestra izquierda; el aulario de Anaya (alguna surrealista asamblea universitaria viví allí) con el Teatro Juan del Enzina, a la derecha; el Palacio de Anaya -con su, de día, soleada escalinata; lugar idóneo para tertulias y quedadas- y su Hospedería (con el bar de Las Caballerizas), de frente; al fondo la trasera de la Universidad y, en lo que a mí más cercano me pilla, el edificio de Departamentos de la Facultad de Derecho… ¡Cuántas horas echadas allí!: exámenes orales, biblioteca -nunca fui muy dado a estudiar allí, ¡demasiadas distracciones!-, visitas a Departamentos, el tablero con las notas allí expuestas -entonces no había LOPD, ni falta que hacía-, el cubículo de los bedeles donde nos esperaban las papeletas… ¡Ostras! Se me pone la carne de gallina.
Enfilamos la Rúa y me sorprendo al comprobar que sobrevive el mítico Paladini -restaurante italiano con, en su día, buena presencia y precio asequible para “pelados” bolsillos estudiantiles-; donde tuve alguna cita memorable…
Desembocamos en la plaza del Corrillo -a la izquierda, al fondo del callejón, sigue imperturbable el inefable Bolero; un genuino afterhours de los de antes: bocatas y ¡tequila!- que ya nos da acceso al espectáculo nocturno de la Plaza Mayor: se me hace un nudo en la garganta cada vez que me asomo. Y aquí no puedo evitar una sensación del todo extraña: la ciudad, las calles, el “decorado” es el mismo que hace ¡¡¡30 años!!! pero el paisanaje es del todo desconocido. Durante aquellos cinco años que aquí viví, el pasear por Salamanca era -para mí, y para el grueso de mi generación- un continuo encontrarte con conocidos, allegados, amigos; saludar aquí y allá. Hoy el “escenario” sigue siendo el mismo, pero los personajes, no. Eso me produce mucha añoranza: el tiempo pasado, los años, lustros, décadas; ¡cuánta gente que no has vuelto a ver y de la que no has vuelto a saber!!!
Nos asomamos, en Prior, al Bambú, hoy reconvertido en una brasería: en su día era un impresionante bar de tapas; un auténtico templo que te atraía como sólo lo hace una irresistible tentación. Recuerdo una ocasión, con motivo de una visita de mis padres, que mi hermano Jesús y yo cometimos el error de llevarles allí a tomar un aperitivo: el entonces dueño, ubicado tras la barra, ya viéndonos bajar por las escaleras, nos dirigió tan afectuoso saludo que mi padre no pudo evitar preguntarnos: “¿estáis estudiando o os dedicáis a otra cosa?”.
Pese al frío, nos hacemos fuertes en la terraza del Novelty; precisamente algo cuasiprohibitivo para mi entonces economía estudiantil. El Novelty, para mí, es la versión charra del veneciano Harry´s bar: toda una institución; el tiempo pasa, pero ahí sigue, imperturbable.
Y ya se nos echa encima la hora de la cena: la reserva -¡cómo no!- en Valencia. Para mí todo un descubrimiento reciente (de hace apenas un par de años) pero al que ya le profeso una férrea fidelidad. Su ubicación en un recoleto patio de la calle Concejo, su carta clásica, su decoración charra y un magnífico producto y servicio, hacen que me rinda a sus pies. Es curioso: durante toda la carrera, apenas sabía de su existencia; hoy, para mí, es la referencia ineludible.
Allí caímos del todo entregados a la causa: sopa de ajo, rabo de toro, mollejas…, todo ello regado con un magnífico tinto. Otra vez la homeopatía hace acto de presencia.
A la sobremesa, el patio ofrece una magnífica terraza calefactada que, además, se comparte con Capitán Haddock, un bar de copas ideal para continuar la “faena”. Tan fue así que apenas recuerdo confusamente el resto de la velada…; sí que me hizo recordar aquellos periplos: Submarino, Callejón, Falcons (¡aquellos cubatas low cost!), Moderno, Puerto de Chus,…
Al día siguiente -ayer, lunes- al lío: tras el resacoso desayuno, un paseo hasta la Universidad en cuyo Paraninfo tenía lugar la ceremonia de entrega de los premios:
11:00. Presentación, en Mesa de estrados, presidida por el Ilmo. Sr. Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Salamanca, D. Fernando Carbajo Cascón
11:30. Entrega formal de galardones. Llamamiento y entrega. Aquí todos salimos a la palestra, si bien se limitan a hablar -palabras emotivas, sentidas, que a mí me conmueven- en nombre de todos los coautores, tanto Emilio como Esaú, ambos en su condición de fundadores de la bitácora. Fiscalblog, con el 2º Premio, estuvo acompañado por:
-. Hay Derecho (blog colosal)
-. No sólo Ayuntamientos (1º premio)
-. Valoración del riesgo: un caballo de batalla (1º premio como artículo de excelencia)
-. La inaplazable apuesta por la diversificación del régimen de los pequeños municipios (2º premio como artículo de excelencia).
-. Menciones de honor:
.A golpe de tweet (Pilar Moreno García)
.Blog del Derecho Público y de la Competencia (Rodrigo Castillo)
.EsdeJusticia (Diego Gómez)
.Justito el Notario (Miguel Prieto Escudero)
.Litinet (Diana Gordo Cano)
.Ricardo Cuesta
.Blog Fiscal y Tributario (Taxlandia)
¡Enhorabuena a todos y cada uno de ellos! Un lujo compartir reconocimientos.
12:15. Alocución sobre «Los pleitos de don Miguel de Unamuno» a cargo de D. Fernando Gómez de Liaño, escritor y anteriormente Catedrático de Derecho Procesal.
12:45. Charla sobre «El Estado de Derecho y su crisis» a cargo del Excmo. Sr. Magistrado del Tribunal Constitucional, D. César Tolosa Tribiño.
13:30. Clausura a cargo del Excmo. Sr. Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca, y Catedrático de Derecho Administrativo, D. Ricardo Rivero Ortega.
Confraternizamos amistosamente con el resto de convocados y galardonados; un placer. Y, por supuesto, nos fundimos en un abrazo con el incomparable José Ramón Chaves (Sevach para los amigos; ¡¡¡gracias, gracias y más gracias!!!), alma máter de esta prodigiosa idea que, de año en año, cobra más entidad, presencia y relevancia. Sevach cuenta, para ello, con la impagable ayuda de un magnífico grupo de amigos -gracias, también, a todos ellos- entre los que destaca, en su condición de magnífico maestro de ceremonias, el simpar Félix de las Heras.
Relajado paseo grupal hasta Baco donde el evento culmina con una del todo amical comida de confraternización.
A la taurina hora de las cinco de la tarde -apenas 22 horas después de haber llegado a Salamanca-, me despido: ¡adiós, amigos, ha sido un placer!!!
Añoranza y nostalgia es lo que viene a la cabeza en mi viaje de regreso: más de 30 años después de haber terminado la carrera, esta visita ha sido una experiencia fantástica, del todo evocadora de aquel magnífico pasado. En cualquier caso, miro para delante y me reafirmo en mi convicción de que el pasado -por glorioso y emotivo que haya sido, que lo fue-, pasado es y, como tal, debemos guardarlo en nuestra memoria. Amén de que no necesariamente todo tiempo pasado ha sido mejor: lo que ahora toca es el presente, y ése me brinda día a día múltiples motivos para estar pletórico y exultante; tanto como para ver el futuro con optimismo y alegría.
¿Se puede pedir más?
#ciudadaNOsúbdito
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Emotivo viaje. En todos los sentidos. ¡Qué fácil sentirse identificado!
Enhorabuena a todos los fundadores.
Muchísimas gracias, Johnny!!!!