Un día… ¿cualquiera?

“Soy muy del ahora y del mañana, poco de mirar al pasado, como no sea el de los libros de historia del XIX, pero últimamente, con eso de que uno cumple años (…) sale lo del «balance´´, el ¿qué sensación tienes cuando miras atrás?”.

“Balance inacabado”

Isabel Coixet

XL Semanal, 17/12/2023

***

Cuando abrí un ojo, me encontraba del todo desubicado; me suele pasar al dormir fuera de casa. Además, las noches de hotel las llevo mal pues echo de menos todo: mi cama, mi almohada y, sobre todo, a mi mujer, Blanca.

La noche anterior había tenido una cena y, aunque no me había acostado demasiado tarde, quizá los callos -¡esa dieta homeopática!- me estaban pasando factura… En cualquier caso, debía darme por satisfecho: no había tenido acidez y eso ya era un punto.

Luchando contra todas las tentaciones, procuré que el desayuno fuera lo más frugal posible, cosa nada fácil pues los de la cadena H10 se caracterizan por su abundante oferta y su magnífica calidad. El de la calle Alcalá, donde, una vez más, estos días me alojaba, me gusta muy especialmente; es un hotel fantástico (siempre grace mile, Gema, por todos tus desvelos logísticos).

La mañana la ventilé con un par de reuniones previamente programadas y, sobre las 13:30, salí de la sede de la Asociación Española de Asesores Fiscales (AEDAF), camino de la comida. El día era ideal para un paseo -esa límpida luz invernal madrileña, que captó tan bien Julio Llamazares en “El cielo de Madrid”-, y eso, precisamente, fue lo que hicimos toda la Comisión Directiva (Quique, ¿dónde estabas entonces?), dando así rienda suelta a una suerte de liturgia colectiva, cruzando todo el Retiro hasta la Cuesta de Moyano.

En torno a las 14:15 estábamos ya en la esquina de Moratín con Costanilla de los Desamparados -¡Dios mío!, justo donde hace ¡¿¡30 años!?! estaba Beguin the beguin; un templo testigo de alguna de mis mejores actuaciones nocturnas; ¡esto es un golpe bajo, María José del Hoyo, y lo sabes!-, todavía con tiempo suficiente para tomarnos un algo en la castiza Taberna de la Elisa. Pedí unas cañas para casi todos (Stella -¡gracias, gracias y más gracias!-, Enca, Arancha, José Ángel, Iñigo, Llorenç y yo mismo), y un verdejo para Eduardo (un clásico): el ambiente entre nosotros olía a despedida; y es que así era. Tras cuatro años de intensa relación profesional -¡y personal!- en ya apenas unos días cesaremos como Comisión Directiva de la AEDAF, pasando el testigo al nuevo equipo liderado por Bernardo Bande al que deseo toda la suerte y aciertos, que serán los de todos (Juanma, para lo que quieras).

Poco después, ya estábamos sentados en el patio de Sua donde compartí-y disfruté- mesa con todo el equipo del Gabinete de Estudios, con el que he convivido casi seis años, y ¡qué seis años!: Arturo Jiménez, Marta González, Montse Ruiz, María Teresa de la Peña y Marisa Gómez-Lobato. Esta comida, la última en mi condición de Vocal responsable de Estudios e Investigación, también era una despedida, ¡otra más! Gracias a todos y cada uno de vosotros por estos magníficos años, muy intensos, gratificantes y -¿por qué negarlo?- entretenidos y hasta divertidos… Quedan en el recuerdo muchas, muchísimas experiencias y anécdotas. Ya sabéis donde estoy, a vuestra disposición: más allá del telón de grelos.

La sobremesa, del todo amena y disipada, fue un interruptus pues mi agenda me obligaba -sí o sí- a volver a casa: así, a las 19:00 (tal cual, en punto) estaba cogiendo el coche y enfilando la calle Velázquez desde Alcalá: inevitable un punzón de nostalgia al pasar por el cruce con Goya y recordar que, precisamente ahí, en su número 18, hace ya la friolera de tres décadas, empecé mi carrera profesional en J&B Cremades. De la mano, primero, de Estanislao Rodríguez-Ponga y, ya después, de Javier Rodríguez Santos, di mis primeros -y torpes, eso siempre- pasos en el ejercicio de la abogacía tributaria. Allí me integré en la tribu de ayudantes (pitufos y/o juniors, si se prefiere): Rosario Luna, Sonia Fernández (tan llorada…), Pablo González,… o el propio Gonzalo Stampa (hoy objeto de titulares periodísticos por un mediático arbitraje multimillonario entre Malasia y los herederos del sultán de Joló; ¡cuánto glamour!). Paradójicamente el amigo que me quedó de esa época, fue aquel a quien fui a sustituir: Manolo Gómez-Reino; bien sabes que te quiero.

La nostalgia me despista (soy de los que no pueden hacer dos cosas a la vez, por ejemplo: recordar y pensar) y sigo en dirección norte en lugar de girar hacia Colón donde, durante una buena temporada, cada vez que venía a reuniones de la AEDAF, me pasaba un buen rato al pie del mástil de la bandera, atendiendo correos y haciendo llamadas. Fue una extraña costumbre que adquirí desde que, allá por 2010, Juan Carlos López-Hermoso -¡gracias, siempre!- me incorporó al Consejo Institucional de la AEDAF, privilegio que mantuve durante las presidencias de Antonio Durán-Sindreu y Eduardo Luque -¡gracias, también, a ambos!- y que, durante años, me brindó el inconmensurable placer de compartir mesa (y, en ocasiones, mantel) con figuras de la talla de Enrique Giménez-Reyna (¡qué gran pérdida!, ¡un maestro, en todos los sentidos!), Salvador Ruiz, José Ignacio Alemany (creo que te he dado varias veces las gracias, ¿no?; pues aquí va otra), José Manuel Bunes, Tomas Marcos, Eduardo Gracia, José Ramón Domínguez Rodicio, Joaquín Huelin (gracias por todas tus enseñanzas), Abelardo Delgado (¡qué inmensa y humilde generosidad la de este hombre!), Daniel Gómez-Olano (¡tienes que certificarte, Daniel!)… Imposible no sentir el “síndrome del impostor”.

Y justo ahí al lado, en la tienda de Loewe de la calle Serrano, en 1992, con mi primer sueldo, le compré -bajo la atenta mirada de una dependienta, que desconfiaba de mi desaliñado aspecto de veinteañero de fin de semana- a mi madre unos Reyes. ¡Y parece que fue ayer!

Cruzo María de Molina y veo a lo lejos, a la izquierda, la sede (en su día, la única) del Instituto de Empresa (IE), donde el curso 1991-92 asistí puntualmente a las clases del Máster de Asesoría Fiscal. ¡Qué tiempos! Aquella clase donde un grupeto de chavales (¡ay!: María Sanchíz, Gonzalo Vélez, Alfonso Rodríguez…), tan despistados como motivados, intentaba sumergirse en un tiempo récord en la selva tributaria patria; contando para ello con la inmensa ayuda de un claustro de profesores magistral: desde el propio Cipriano Muñoz Baños (hoy ya desaparecido), a Eduardo Cosmen (también ya fallecido), pasando por Felipe Alonso (hoy colega y, “sin embargo”, amigo) o el legendario José María González. De aquellos ya remotos meses todavía conservo -afortunadamente- algún buen amigo, muy significadamente Jorge Casanova Valero -alias Xurxo– con quien atesoro una pléyade de vivencias madrileñas: desde las fiestas del César Carlos, en las que nos colábamos gracias a los auspicios de mi hermano Jesús (entonces, opositor a Notarías), hasta esas brillantes -y no tan brillantes- tardes taurinas en Las Ventas, habitualmente precedidas por un homeopático cocido madrileño; esas noches de copas por Santa Ana, Huertas…. Con Xurxo conocí lugares para mí ya míticos como Landó, La Bola, Maravillas o Casa Mingo.

En la manzana trasera del IE, está A´Barra, un restaurante de alto nivel gastronómico al que recuerdo que me llevó la generosidad de Salvador Ruiz Gallud (confío, Salva, en que sigamos intercambiando experiencias lectoras). Allí, en amena tertulia a tres bandas con mi meu Esaú Alarcón (¡qué gran pérdida para Barcelona tu marcha a Madrid, y qué gran ganancia para la Villa y Corte!), dimos rienda suelta a la lengua, abordando todo lo divino y lo humano. Quiso la casualidad que esa misma tarde, gracias a los buenos oficios del propio meu, conociera a Gloria Marín, tiempo después incorporada -entusiastamente, he de decir- a la causa de Fiscalblog y, como tal, miembra 😉 de pleno derecho de la #aledagala. Queda ya para el recuerdo grupal la escala que los tres (Gloria, Esaú e mais eu) hicimos en Almagro, camino del Congreso Tributario de Córdoba: duelos y quebrantos de por medio; la homeopatía, siempre presente en nuestras vidas.

Velázquez desemboca, ya en su extremo norte, en Joaquín Costa que, como continuación de Francisco Silvela, me hace rememorar aquellos años vividos en el barrio de la Guindalera, ya a un paso del de Salamanca. En aquel piso de la C/Ardemans (rebautizada por nosotros como de los “hombres ardientes”) se celebraron fiestas míticas, de aquellas que terminaban con la visita de la Policía Municipal, dotando así al evento de un merecido prestigio. Recalamos allí en 1992 -Santiago Pascual (alias Santiagué, gracias eternas por tu fiel amistad, pese a la distancia), Ricardo Prieto (¡tenemos que vernos por Marín!) y un servidor; los tres compañeros de facultad en Salamanca-, provenientes de Vereda (que no calle) de los Ganapanes, en el extremo oeste del barrio del Pilar; donde, si te llamaban para ir a tomarte unas cañas en el centro, hacías cálculos y te dabas cuenta que casi tardabas menos en llegar a Burgos; de hecho, para ir a clase -y, ya después, a trabajar- tenía que hacer no ágiles combinaciones de metro y bus. Habíamos calculado que, en aquel edificio, fruto del desarrollismo de los 60s, podría llegar a vivir más gente que en el pueblo de mi madre (el orensano Verín). La mudanza a Ardemans fue, para nosotros, todo un reto logístico pues, entonces, apenas contábamos con la vespa de Tomás Fernández Jaén (con una humanidad que no le cabe en el pecho, hoy brillante traumatólogo deportivo, digno discípulo del célebre Doctor Guillén).

Y muy cerca de Ardemans, en la confluencia de Diego de León con Francisco Silvela, está un templo: Hermanos Ordás, un asturiano a lo vivo, con una carta para marear, donde recuerdo haber tenido varios homenajes: alguno con el propio Paco de la Torre; ¡un placer, Paco! (lejos quedó aquel agrio cruce de opiniones que tuvimos en la prensa económica). Quizá ahí se desató, ya del todo, mi pasión por los mesones castizos: La taberna de Antonio Sánchez, Casa Ricardo, Mariano o Casa Jacinto -tan cerca de la EPJ de la UCM, ¡gracias mil, Jose Almudí, por tu infinita confianza!- son algunos de los más destacados. En algunos de ellos me prodigué con la #aldeagala (el inconmensurable Leo Gandarias -¡qué días homeopáticos aquellos en Ezcaray!-, Jorge Rabadán -alias bro-, Alejandro Miguélez -¡la guerra psicológica, qué grande!-, Emilio Pérez Pombo -un genuino espíritu galaico atrapado en un cuerpo catalán-, el mismo Almudí, Gloria y Esaú; entre otros -Alejandro del Campo, ¡que no sales de tu playa!-) y, en algunas ocasiones, se sumaban auténticos genios y figuras: el magistral -nunca mejor dicho- Jose Navarro o el “de la ceja” -¡es broma!- Alejo Moreno, entre otros. Y, en esa misma línea, aunque con más aspiraciones, muy cerca, ya en Príncipe de Vergara, La ancha, donde recuerdo una memorable cena estival con -también- Jose Navarro, Jesús Cudero, el meu y sus respectivas -y santas- esposas: María Luisa, Rosa y Cristina. ¡Una lástima, Blanca, que no te pudieras sumar a esos planes!

Gran recuerdo, también, de alguna cena gremial como, por ejemplo, una en Hylogui a la que se incorporaron varios representantes del clan valenciano (Carlos –Charles ¡qué grande!- Romero o el propio Fran Serantes -la bonhomía personificada, que de casta le viene al galgo) y alguno de la academia (Pepe Pedreira, por ejemplo). Lo de la academia sería merecedor de otro capítulo; inmensos profesionales -y todavía mejores personas- he conocido en estos años: Diego Marín, el propio Almudí, Juan Arrieta, César García Novoa, José Manuel Calderón, Begoña Sesma, Eva Cordero, Mercedes Navarro, Víctor Sánchez, Andrés Báez, Gabriel Casado, Juan Zornoza, Miguel Ángel Martínez, Ernesto Eseverri, Fran Adame, José Luis Bosch, Juan Ignacio Moreno (también Letrado del TC), Germán Orón, Juan Martín-Queralt, Alejandro Menéndez, … y tantos y tantos otros. Lo mismo, por supuesto, podría decir de la Administración tributaria: desde el propio Jesús Gascón o Soledad Fernández, a Diego Loma, Marcos Álvarez, Georgina de la Lastra -¡reencontrados tras nuestra licenciatura salmantina!-, Carlos Gómez, Rosa Prieto, Caridad Mourelo, Pedro Ibáñez, José Antonio Marco…; todos ellos inmensos profesionales, siempre dispuestos a buscar puntos de encuentro. ¡Y qué decir de la Magistratura! Aparte del ya citado Jose Navarro, desde María Abelleira, a María Dolores Rivera, pasando por Jaime Lozano, Manolo Garzón, Dimitry Berberoff, Santos Gandarillas, o los mismísimos Gerardo Martínez y Manuel Baeza… Con los unos y los otros -y muchos más; perdón por los lapsus de memoria- me fui encontrando España adelante (Santiago, La Coruña, Gijón, Oviedo, Santander, San Sebastián, Burgos, Toledo, Valencia, Palma, Meloneras, Sevilla, …), en una suerte de gira jurídico-tributaria de lo más amena y, sobre todo, enriquecedora. Igual y afectuoso recuerdo para todos los colegas de sacerdocio con los que me encontraba en el Pleno del Foro AEAT de Asociaciones y Colegios profesionales, en el Foro del IEF/CDC (gracias, Jesús Rodríguez y Cristina García-Herrera, por vuestros desvelos), o en la Fundación Impuestos y Competitividad (me saco el sombrero, Ginés Navarro, por tu saber hacer).

Con tanta nostalgia, me he hecho un lío: parece que no supiera salir de Madrid. Paso por encima de la Castellana, a la altura de su número 106: ahí, donde estaba el TEAR, tuve el siglo pasado -¡cómo suena eso!- un episodio singular con motivo de la puesta de manifiesto de un expediente (su relato me lo guardo para los nietos y, quizá, para comentárselo -con un gintónico de por medio- a mi bienquerido José Antonio Marco); y otro no menos memorable en la Delegación de Grandes Contribuyentes con Gerardo Pérez Rodilla… ¡Otra vida!

Desde aquí, a la derecha, diviso Torre Picasso: durante mi dilatada etapa en Ernst & Young (sorry, hoy EY; léase iguay), cuando iba ahí de visita -al mejor estilo Paco Martínez Soria, recién llegado del pueblo-, siempre echaba en falta no tener un momento para disfrutar de las magníficas vistas. Pude hacerlo una vez, hará una década, pero en la sede de Deloitte, con motivo de una memorable reunión de más de 30 abogados intentando -dudo que lo lográramos- poner orden en un complejo y mediático macroconcurso de acreedores. Llegué una media hora antes y estuve solo en una sala (yo solo, I mean; sé que tienes razón, Darío V.) deleitándome con la contemplación de Madrid como si fuera una maqueta de Ibertren; tal cual. Marianus Rivas, Rebeca Abuín (gran cena la de la otra noche en Eligio; tenemos que vernos más) e Ivánhoe González, tres magníficos ex: os tengo siempre presentes en mis oraciones; ¡y lo sabéis! :-).

A ver, ya puestos, cruzo Cuatro Caminos y sigo por Reina Victoria hasta Guzmán el Bueno (¡my God!, la Delegación Especial de la AEAT a mi derecha) y me dejo caer hasta Francisco de Sales a la altura de la Dirección General de la Guardia Civil (ya no hay un todoterreno de la Benemérita permanentemente encendido en su esquina; en algo hemos mejorado en estas tres décadas), donde giro a la derecha esquivando la entrada de Julián Romea con el Vips -¡mi VIPS!- en la esquina, y un poco más allá Gobolem (un clásico, lamentablemente, ya desaparecido).

Bajo por el carril derecho, pasando por donde estuvo el hotel Mindanao (alojamiento clásico de mi familia gallega en sus estancias en Madrid; casi tanto como el Tirol, en Marqués de Urquijo), y al lado de donde Revilla reapareció tras su largo secuestro… Y, ya de ahí, al faro de Moncloa, giro a la derecha y enfilo la A6. Con tantas vueltas se me ha hecho más tarde de lo previsto. Bueno, me tomaré el viaje con calma, a disfrutarlo con un buen aderezo de buena música: que para eso tengo mi playlist.

Hay algo de atasco: no me extraña, ya son más de las 19:30 y todavía sigo por aquí. Enfilo la cuesta de las perdices y en ese punto ya prescindo de la radio y pongo mi selección musical: tengo por delante unas 5 horas de disfrute de carretera; esos pequeños placeres -cada uno (como los demonios interiores) tiene los suyos- que nos da la vida y que la edad nos enseña que debemos deleitarnos en y con ellos.

Una vez pasado el túnel de Guadarrama, el tráfico se reduce muy sensiblemente y todo va más fluido. Al alcanzar el kilómetro 102, la salida a Salamanca me hace recordar mi lustro universitario allí pasado, ¡qué añoranza!: la vida en el Colegio Mayor, las salidas nocturnas, aquellas clases hacinadas -¡más de 300 por aula!-, las cañas posteriores, el ambiente irrepetible, aquellas amistades (ese libro de Ignacio Vidal-Folch, con ese terrible título de “Amigos que no he vuelto a ver”; aunque alguno sí que tengo el privilegio de verlo con cierta frecuencia: ¡gracias, Manolius!)… De hecho, en poco más de un mes, si nada me lo impide, volveré allí -a Salamanca- con motivo de la entrega de los premios de los Blogs Jurídicos de Oro (¡va por ti, Sevach!): si nos toca -me refiero a Fiscalblog; ¡qué grupeto de desinhibidos liberales!, ¡qué planetas se alinearon para que tuviéramos esta fantástica coincidencia vital!-, fenomenal; y, si no, el viaje bien lo merece…; y una cena en el patio del restaurante Valencia, ¡¡¡más!!! Pero ¿cómo es posible que hayan pasado ya más de treinta años desde que terminé la carrera? Si todas las mañanas veo en el espejo la misma cara, la de ese chaval despistado, casi imberbe, que salió de su casa en 1985…

El coche me avisa -de las pocas cosas útiles entre ese montón de gadgets que no sé ni qué significan- que la temperatura baja y que, por tanto, puede que haya hielo en el asfalto. Con la humedad, el valle del Duero genera su clásica niebla densa que hace que te sientas aún más confortable dentro de tu habitáculo. Paso por Urueña (el pueblo de los libros), y recuerdo una de las últimas reuniones -¿o quizá fue la última?- del Club Memento (así autodenominamos al grupo del IE que, durante una década, nos reuníamos una vez al año en un punto más o menos equidistante entre Bilbao, Madrid y Vigo). La verdad es que eran unos planes fantásticos, siempre en otoño y en ubicaciones de lo más atractivas: Peñalba de Santiago, Toro, Sena de Luna. En fin, la vida sigue.

Cerca ya de Benavente la carretera se eleva un poco y la niebla se va disipando. De fondo suena Keira Knightley con “Tell Me if You Wanna Go Home”

 “(…)

So maybe

I won’t let your memory haunt me

I’ll be sleepwalking

With the lonely

(…)”

esa magnífica canción que forma parte de la banda sonora de “Begin Again”, una de esas películas que ves sin mucha fe pero que, con el paso del tiempo, te percatas de que es mejor -mucho mejor- de lo que parecía. ¡¡¡Y pensar que su coprotagonista, Mark Ruffalo, es el mismo que interpreta el papelón del abogado inmune al desaliento en “Aguas oscuras”!!!! ¡Qué grande!

Tomo la A-52 (Autovía de las Rías Bajas), y paro –as usual, desde hace ya muchos años- en el área de servicio de Quiruelas de Vidriales, un lugar en medio de la nada, pero  equidistante en mi viaje de Madrid a casa. El ritual es siempre el mismo: gasofa, limpiar los faros, un café y un pis. Cuando salgo para volver al coche, veo a Lorena, la cajera de la gasolinera; tantos años haciendo escala, que ya nos conocemos. Ella me despide con un afectuoso “¡buen viaje, Javier!”, y una pregunta punzante –“¿volverás a pasar pronto para Madrid?”– que respondo con un nebuloso, “no creo, pero…¡quién sabe!”.

Camino hacia el coche meditabundo: “¿hoy, no será uno de esos días que marca el final de una etapa de tu vida?”. Me subo y arranco, me quedan unos 300 kilómetros hasta mi casa: allá voy, Blanca; no me esperes levantada, llegaré tarde.

En Spotify suena Dani Martín: “¡Qué bonita la vida!”.

Les deseo lo mejor para 2024.

#ciudadaNOsúbdito

 

Acerca de Javier Gómez Taboada

Inició su carrera profesional en el Departamento Fiscal de J&B Cremades (Madrid; 1992/94) y, posteriormente, en Coopers&Lybrand (hoy Landwell/PWC; Madrid/Vigo; 1994/97) y en EY Abogados (antes Ernst&Young; 1997/2014) donde fue su Director en Galicia. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca (1990). Máster en Asesoría Fiscal (MAF) del Instituto de Empresa (1992). Miembro del Colegio de Abogados y de la Asociación Española de Asesores Fiscales (AEDAF). Coordinador de la Sección del I. Sociedades (2012-2015) de la AEDAF, miembro de su Consejo Institucional (2010-2015, 2018-2023), de su Sección de derechos y garantías del contribuyente (2015-2018), y de su Comisión Directiva asumiendo la Vocalía responsable de Estudios e Investigación (2018-2023). Miembro de los claustros docentes del Curso de especialización en Derecho Tributario de la USC; Máster en Asesoría Jurídica de la UdC; Máster de Derecho Empresarial de la UVigo; Máster en Asesoría Jurídica de Empresa (IFFE/La Coruña); Máster en Fiscalidad y Tributación (Colegio de Economistas de La Coruña); Máster en Tributación y Asesoría Fiscal (Escuela de Finanzas/La Coruña); y Máster en Asesoría Jurídico-Fiscal de la U. Complutense de Madrid. Autor de numerosos artículos doctrinales, tanto individuales como colectivos. Colaborador habitual de la revista del Colegio Notarial de Madrid ("El Notario del siglo XXI") y autor de la tribuna "Soliloquios tributarios" (Atlántico diario). Ponente habitual en Seminarios y Jornadas tributarias. Miembro Jurado 21º-24º edición Premio AEDAF. Reconocido por Best Lawyers (2020/2022) y “Abogado del año”/”Lawyer of the year” (2024).

2 pensamientos en “Un día… ¿cualquiera?

  1. José Ramón Chaves García

    Javier: Será «un día cualquiera» pero no «una vida cualquiera» pues la tienes plagada de emociones y sentimientos, de generosidad y simpatía, de creatividad y racionalidad, y una buena cosecha de ágapes, reconocimientos y amigos; así lo demuestra esta crónica que rezuma calidez y saber ir por la vida con los ojos abiertos y el corazón palpitando (y un hígado intermitente).
    Es una lástima que el jurista Gómez Taboada haya triunfado sobre el escritor Javier, aunque confío en que algún día se inviertan las tornas y nos ofrezcas tus Memorias, que serán deliciosas. Pero ahora toca empezar otro año y desearte que no cambies de ruta de la autopista que has elegido, y seguir en el mismo canal que ambos compartimos: primacía de la familia, cultivo de frondosas amistades, responsabilidad en el trabajo, y …. vivir la vida tocando el violín jurídico como los músicos del Titanic.

    Responder
    1. Javier Gómez Taboada Autor

      Muchísimas gracias, Sevach, como siempre. Qué gran guión vital ese que apuntas: «primacía de la familia, cultivo de frondosas amistades, responsabilidad en el trabajo, y …. vivir la vida tocando el violín jurídico como los músicos del Titanic». Me lo apunto, y me apunto.

      Responder

Anímate a participar y déjanos tu comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.