Ayer finalizaba mi artículo rememorando que, hay que ir con cuidado, porque las revoluciones se inician en las cocinas de los hogares. Y es que, humanamente, no hay nada más frustrante y desolador que tener que hacer a la realidad de que se ciernen sombras sobre tu futuro personal y el de tus seres queridos.
Afortunadamente, hoy, es imposible pensar en alguna situación dramática como la que acontecía hace uno o dos siglos, durante el auge de los movimientos sociales de trabajadores, en los que los trabajadores malvivían en las ciudades y poblaciones fabriles, hacinados en casas o viviendas miserables sin las más mínimas condiciones de salubridad, incluso chozas y campamentos. Por aquel entonces, las opciones de supervivencia pasaban porque uno o varios de la familia trajesen algún sueldo, suficiente, para adquirir algo de productos de primera necesidad.
A día de hoy, ese contexto trágico no se da, al menos, en los hogares de nuestro país, salvo alguna situación muy concreta y excepcional. Creo que podría afirmar que, cualquier persona que hoy se encuentre en situación de pobreza y/o riesgo de exclusión social dispone de más medios y de recursos, incluso de oportunidades, que cualquier trabajador de hace uno o dos siglos atrás.
Sin embargo, aunque es evidente que se ha producido un notorio progreso y el umbral de pobreza se ha elevado significativamente, en el corazón humano se mantiene invariable la necesidad de atender sus necesidades básicas así como las de sus seres queridos.
Más allá de las preocupaciones por la salud y el estado físico, la incertidumbre sobre el futuro es un factor que puede generar mayores ansiedades y daños emocionales. Y cuando una persona tiene perspectivas negativas sobre el futuro, puede acontecer que, caiga en el desánimo y en la tristeza (pasos previos a una potencial depresión).
En la situación que nos encontramos, a excepción de unos cuantos debidamente retribuidos o estúpidos, creo que todos compartimos una cierta melancolía porque somos conscientes que, en mayor o menor medida, tendremos que asumir pérdidas, además de las humanas y personales, económicas y sociales.
Pero tener costes y algún tipo de pérdida material no tiene que ser necesariamente malo. A veces, esta situación de estrés es el revulsivo necesario para el cambio, la transformación, la adaptación y la mejora. Como explica muy acertadamente N. Taleb, hay elementos orgánicos, como es el cuerpo humano, las organizaciones empresariales o las sociedades que, por su condición de entes complejos y antifrágiles, los estresores, los golpes, son la condición necesaria para su mejora y su fortalecimiento.
Cuando se introduce un cuerpo extraño o un virus en nuestro organismo, no siempre reacciona de forma inmediata, sino que, existe un periodo de tiempo en el que, ese agente infeccioso se propaga y adquiere una condición que amenaza al conjunto. Es, entonces, cuando los distintos mecanismos de defensa se activan para contrarrestar al enemigo (sistema inmunitario) y, una vez vencido, en la mayoría de ocasiones, nuestro cuerpo se ha fortalecido y se ha hecho más capaz para afrontar nuevas amenazas.
El elemento esencial es que cuándo se inicia la respuesta.
En todas las revoluciones y en los procesos sociales, hay un momento clave. Los hogares se caldean, hay preocupación y dudas sobre el futuro y, surge, de repente, la frustración, verse imposibilitado de cambiar el destino. Así como el organismo humano, salvo ciertas patologías (las personas con inmunodepresión), está preparado para dar respuesta a esa frustración, es incapaz de quedarse paralizado viendo como los agentes infecciosos se apropian del terreno, nuestra conciencia se resiste a darse por vencida.
Ese momento clave se identifica cuando las personas dejan de temer la amenaza de la autoridad o del poder establecido y, están dispuestos a asumir los inciertos costes y daños del cambio antes que permanecer en casa viendo languidecer sus sueños e ilusiones.
Pongamos, por ejemplo, que existan muchas empresas, empresarios y profesionales, autónomos y trabajadores que, de repente, estén dispuestos a asumir las potenciales sanciones y/o recargos por posibles incumplimientos de sus obligaciones laborales, tributarias y mercantiles, antes que dejar caer sus negocios y entrar en una espiral de impagos.
El último paso, es lo que Sidney Tarrow(*), uno de los grandes estudiosos de los procesos revolucionarios y movimientos sociales, definió como «la acción colectiva», es decir, cuando bien sea de una forma formal o informal, las personas se dan cuenta de que sus preocupaciones, sus decepciones y su frustración es compartida por muchos otros, consensuan los objetivos e inician el movimiento de reacción y/o cambio.
Siguiendo con el supuesto anterior. Imaginemos que, de una forma coordinada, una gran parte de contribuyentes deciden incumplir o desatender sus obligaciones tributarias y laborales. Una merma significativa de los ingresos públicos, aparte de la saturación de la gestión administrativa limitaría la acción del Gobierno y vería afectada su credibilidad financiera y social.
En definitiva, el hecho de permanecer en nuestras casas, por responsabilidad para los nuestros y para el conjunto de la sociedad, no debería implicar quedarnos paralizados lamiéndonos las heridas, al contrario, es el momento adecuado para, con algo de serenidad e inteligencia, pensar e iniciar todas las respuestas necesarias para combatir la permanente agresión y menosprecio de la administración y del poder político que la rige.
Como os anunciaba el primer día de este particular diario de confinamiento, las crisis son tiempos de oportunidades. Y esta también. Si la sociedad reacciona con la debida fuerza, virulencia y coordinada, no sólo superaremos la crisis sanitaria y afrontaremos la crisis económica, sino que, además, nos proporcionará una oportunidad para cambiar y eliminar el virus del rencor y de la mediocridad que se ha inoculado en las instituciones políticas y, por fin, poner a la Administración al servicio de los ciudadanos.
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(*) SIDNEY TARROW. «El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política«. Alianza Universidad. 1997