Por lo que se ve, hoy Domingo de Resurrección no volveremos a la vida (normal), sino que tendremos que seguir unos días más recluidos en nuestros hogares (aquellos que puedan) hasta que el Gobierno nos libere. Y para que no falte algo de emoción, para variar, seguimos debatiendo si en alguno de los «próximos Consejos de Ministros» (incluso antes del próximo 20 de abril), se amplía el plazo de presentación de las declaraciones-liquidaciones periódicas.
Tema cansino. Al final, aún le servirá a este Gobierno para su propaganda, para la digestión de sus aplaudidores y para acallar las incómodas voces de las asociaciones profesionales bien domesticadas. Ya veréis como, si finalmente se aprueba, parte de ellas se disputarán el dudoso honor de darle las gracias al Gobierno y volver al redil del Código de Buenas Prácticas. Mentalidad de esclavos.
Pero esa no es la cuestión, el problema de fondo es que el Gobierno no puede permitirse el lujo de renunciar a parte de la recaudación tributaria, lisa y llanamente, porque la Administración pública no tiene un duro. Arcas vacías y nula credibilidad. Somos un país en ruina y sin crédito.
Todo tiene un porqué. Como pueblo, somos unos necios y nos dedicamos a delegar el gobierno de la cosa publica una y otra vez a cigarras, estúpidas y ciegas cigarras, a la vez que, despreciamos y penalizamos a nuestras hormigas. Es más, hemos permitido que las cigarras dominen la mayoría de los órganos de decisión de las instituciones de nuestro país, tanto públicas como privadas, en detrimento de los afanosos y de aquellos que aún seguimos creyendo en el mérito y esfuerzo como vía para la prosperidad.
«14. Y subieron las langostas sobre toda la tierra de Egipto y se asentaron en todo el territorio de Egipto; y eran muy numerosas. Nunca había habido tantas langostas como entonces, ni las habría después. 15. Porque cubrieron la faz de toda la tierra, y la tierra se oscureció; y se comieron toda planta de la tierra y todo el fruto de los árboles que el granizo había dejado. Así que nada verde quedó en árbol o planta del campo por toda la tierra de Egipto.»
Padecemos la enésima plaga de langostas en forma de pródigos, derrochadores e irresponsables, ocupando todos los puestos de responsabilidad, comiéndose y devorando los frutos del trabajo y del esfuerzo.
Mi tesis se sustenta, en gran parte, en el trabajo de dos grandes economistas de prestigio, Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff quienes en 2009 publicaron el libro «Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera«, en el cual, denuncian con datos y evidencias empíricas que, lejos de lo que anuncian los Gobiernos y las instituciones económico-financieras, no aprendemos nada y volvemos a cometer de forma repetitiva los mismos errores. Crecimientos de deuda sin control, impagos y crisis monetarias, siglo tras siglo y, los responsables siguen sin aprender nada nuevo.
«La tecnología ha cambiado, la estatura de los seres humanos ha cambiado y las modas han cambiado. Sin embargo, la habilidad de los gobiernos y los inversionistas para autoengañarse una y otra vez provocando ataques de euforia que por lo general terminan en lágrimas, parece seguir siendo una constante».
Si nos atenemos al cuadro de las Administraciones Públicas, desde el mínimo de los últimos años de 2009 de ingresos públicos, a finales de 2019, habían aumentado más del 30% y, en cambio, los gastos públicos, en 2019 ya igualaban y superaban los anteriores máximos, alcanzando la cifra de más de 500.000 millones de euros.
Lo fiamos todo al largo plazo y, ya sabemos que, a largo plazo, todos muertos.
La consecuencia de esta irresponsable gestión pública es que en los últimos años no sólo no se ha logrado restablecer el equilibrio en las cuentas públicas, perpetuando un constante (aunque algo decreciente) déficit fiscal, sino que hemos debilitado la posición económica y financiera de la Administración, al mantener una tasa de deuda que se sigue cercana al 100% del PIB (y eso sin tener en cuenta la crisis económica que ya se ha iniciado). Para poner cifras concretas, a finales del año 2019, teníamos una deuda pública que ascendía a 1.188.862.000.000 Euros, que suponía el 95,5% del PIB del año 2019. A efectos prácticos, esto se traduce en que a cada ciudadano (mayor de edad, menor o mediopensionista) le toca un «cacho» de deuda de 25.330 Euros. Ahí es nada.
Si comparamos las Administraciones públicas con las entidades privadas (hogares y empresas) en la última década, veremos que mientras las Administraciones públicas casi doblan la deuda, tanto las empresas como los hogares han limitado y reducido notablemente sus deudas, ganando algo de solvencia financiera.
No nos habíamos recuperado aún de la crisis financiera de 2007 y siguientes y aparece una crisis sanitaria que nos obliga a detener la actividad económica, mejor dicho, detiene al sector privado, el verdaderamente productivo y creador de riqueza. Este sector (empresas y hogares) necesita un cierto apoyo financiero y económico para aliviar su situación y superar lo mejor posible las dificultades. Es el momento en que, por urgencia y de forma transitoria, podría contemplarse la alternativa de transferir recursos de lo público a lo privado.
En cambio, ¿qué nos encontramos? Pues unas Administración públicas, gordas y flácidas que, en lugar de dar un apoyo, encima nos disputan los escasos recursos financieros que existen.
Los aduladores y aplaudidores, esos estómagos agradecidos, aparte de justificar el alto nivel de gasto público (al fin y al cabo, se benefician del fruto del saqueo y la rapiña institucional) más allá de lo estrictamente necesario (pensiones, educación, sanidad, infraestructuras y seguridad), volverán con la cantinela del «nada se sabía» para justificar el que la crisis sanitaria (y económica) nos encuentre mal preparados. Ya os comenté hace día (aquí) que esa excusa lo único que sirve es para relevar el fracaso del gestor o, mejor dicho, es la prueba de su negligencia o culpabilidad.
Y es que, si algo debía haberse hecho, tras la anterior crisis económica, era haber actuado con la debida celeridad para recuperar un margen de maniobra o solvencia para hacer frente a cualquier imprevisto. Porque, si algo nos ha demostrado la Historia es que, de forma recurrente, aparecen nuevos sucesos imprevistos y no predecibles a partir de la experiencia previa. De hecho, en la obra de Reinhart y Rogoff exponen la endémica tradición hispánica de desequilibro financiero a lo largo de los siglos.
El pecado de no haber aprovechado los años de recuperación para contener el gasto público y reducir la deuda, el dispendio, es la causa de la gran fragilidad de las finanzas públicas, de tal forma que, apenas tengan capacidad para resistir la mínima sacudida o vibración.
Las pinzas ya no aguantan el castillo de naipes y amenaza ruina.
Debían haberse tomado decisiones, algunas difíciles, qué duda cabe. Pero este es el país de la pandereta y la juerga, y nadie quiso asumir la responsabilidad de parar la borrachera antes del desenfreno. Es más, ebrios de autosatisfacción ponemos a cargo del camión al más inepto. ¡Qué risas! No quisimos aceptar el más mínimo sacrificio, no se acumuló un mínimo de provisiones y ahora el invierno será muy crudo. Mucho lerele y ahora a llorar.
Y aquí, tanto da los colores, rojos, azules o naranjas, todos iguales. Pensamiento único. Gestores cobardes. Socialdemocracia le llaman. Y un pueblo que, en lugar de sociedad civil actúa como plebe, turbamulta, captores de ayuditas y subvenciones, profesionales del «qué hay de lo mío». A poner el cazo.
Sinceramente, a estas horas, si este país quiere tener algún tipo de futuro, paradójicamente, debemos asumir la humillación de que nos intervengan y nos metan en vereda. A ver si, aunque sea por un tiempo, aprendemos algo y entendemos que debemos adecuar nuestra vida única y exclusivamente a los frutos de nuestro trabajo y esfuerzo.
Y no me refiero sólo a las Administraciones públicas, sino también a las empresas y hogares.
Porque la deuda es debilidad, nos fragiliza y nos hace dependientes.
«El rico se enseñorea de los pobres,
Y el que toma prestado es siervo del que presta». Proverbios 22:7.
Mantener una posición deudora de forma sistemática nos dificulta la supervivencia en caso de avatares, imprevistos y/o oscilaciones de valor de los activos. Por el contrario, el ahorro, por un lado, nos permite tener un margen de maniobra en caso de escasez a la vez que, en tiempos de bonanza, nos facilita la inversión y el crecimiento.
En el caso de las empresas, existe una clara dicotomía, entre las muy grandes empresas (Ibex y otras pocas más) y el resto. En el caso de las primeras, salvo contadas excepciones, los gestores y responsables de las mismas (aunque se autodenominan «grandes empresarios») son simples y vulgares burócratas, que, aunque muy bien retribuidos, no han arriesgado directamente su dinero y patrimonio personal y familiar.
En los últimos años, las instituciones políticas y financieras, por cobardía, han actuado de forma incorrecta respecto estos grandes conglomerados empresariales. En efecto, ante el temor al negativo impacto de una quiebra o desaparición de este tipo de empresas, se ha optado, en muchos casos, por mutualizar el riesgo y las pérdidas entre las sociedades (vías los «rescates» públicos). Esta decisión es funesta pues afecta a la percepción del riesgo por parte de los burócratas que ocupan la dirección de estas empresas. Confiados en que hay una red adicional de protección, estos burócratas asumen riesgos de forma indebida y no actúan debidamente para proteger y salvaguardar el patrimonio empresarial. Con unos objetivos desviados (propensión a repartir dividendos para el «engorde» de sus accionistas) y una errónea percepción del riesgo (al mitigarse el impacto de sus errores), estos burócratas empresariales mantienen en situación de perenne fragilidad a sus empresas.
En el entorno más próximo, pequeñas empresas y hogares, aunque a nivel global se ha reducido sensiblemente el endeudamiento, estamos comprobando estos días que, ante la crisis sanitaria (y económica), muchos proyectos personales y empresariales son incapaces de resistir este parón de actividad. Lamento decirlo, pero muchos de ellos estaban condenados al fracaso porque los Business Plan, presupuestos o planes de viabilidad sólo aguantaban en los PowerPoint. Somos lo que somos, no hay BOE que nos salve.
Así, me encuentro a diario con empresas infracapitalizadas, entidades con fondos de maniobra (sistemáticamente) insuficientes o negativos, organizaciones que dependen de subsidios y ayudas públicas para su supervivencia, apalancamiento perpetuo, falta de ahorro, etc. Balances que sólo se sostienen en un escenario de crecimiento indefinido.
¿No hemos aprendido nada? Por lo visto, por lo que veo, no mucho.
Muchas PYME’s y entidades privadas, posiblemente, están condenadas a morir porque nadie saldrá a su rescate, ni son «too big to fail«, no hay BOE para ellas, ni la Administración pública está en disposición de ayudar a nadie. Dicho esto, si la supervivencia de una empresa o entidad, así como de un hogar, está en riesgo por el actual parón económico, quizás la causa del desastre no es del COVID19; quizás ya teníamos un grave problema estructural que la crisis sanitaria ha hecho emerger de forma abrupta.
Esta vez, tampoco, será distinto. Y si lo es, será a peor. Porque aún no nos habíamos recuperado y la situación no estaba controlada. Al contrario, nuestra economía es un enfermo con factores de riesgo (entre ellos, la banda que ocupa el Gobierno) que dependía de tratamiento médico (la drogodependencia del Banco Central Europeo, entre otros) que, ante el COVID19, tiene muchos números de necesitar respiración asistida.
Y encima nos quejamos de que la UE no nos quiere salvar. ¿Pero qué hemos hecho nosotros para salvarnos? ¿Qué hemos hecho para merecer méritos para ser salvados?
El rey está desnudo. Vamos a pegarnos un peñazo histórico. Está muy bien lo de los aplausos, pero quizás deberíamos estar preparándonos ya para la supervivencia y dejar de poner pose de bobo contemplativo. Los ciudadanos, los empresarios y autónomos, estamos solos. Así que, toca remangarse, pensar y currar como nunca.
La gran esperanza es que, esta vez, sí, aprendamos algo.
Aún pareciéndome un comentario ajustado, creo honestamente que como país necesitamos ESPERANZA. Coincido en qué no hemos tocado fondo, pero es prioritario reducir el número de muertes y contagios COMO SEA. Y si es subiendo el déficit al 200 por cien que así sea. No veo un motivo más noble…
Un abrazo desde Barcelona y gracias por el blog
Gracias por leer el post y tu comentario. Comparto en la necesidad de Esperanza, pero la hemos de tener en nosotros mismos y en nuestro trabajo, no poner nuestra esperanza en terceros mundanos, sea el Estado o no se sabe quién. Ni están en situación ni se les espera. Así que mejor ser duros y generar el pánico necesario para movernos y sobrevivir. Un abrazo y que tengas un buen día. Emilio
Articulo en el que se manifiesta que los valores de la microeconomía y macroeconomía son paralelos y no contradictorios como los aplaudidores justifican todo. Enhorabuena por la claridad de exposición.
los políticos tiran las pelotas fuera: nadie vió la severidad del tema, dicen. Falso, las multinacionales tecnológicas sí que la vieron, por eso no venían al Global World Congres de BCN
Gracias por la entrada Emilio, fantástica claridad expositiva. Ahora como bien dices, toca remangarse y con ahínco, no me cabe duda. Buen Domingo a tod@s¡
Tan lúcido como siempre. Yo creo que tienes razón cuando dices humildemente con un “quizás” que ya teníamos un grave problema estructural que la crisis sanitaria ha hecho emerger de forma abrupta. Enhorabuena y GRACIAS
Gracias por tus artículos (discúlpame el “tuteo” Emilio, pero siento que somos compañeros), y digo GRACIAS en mayúsuculas porque sin duda contribuyen todos ellos a una reflexión diaria.
Creo que la situación que describes en el fondo lo que pone de manifiesto es que vivimos en una sociedad carente de valores, donde el trabajo y el esfuerzo ni se priman ni se valoran, donde la ocupación en los distintos puestos no lo es por méritos y donde la incultura reina por doquier. Podríamos encontrar mil ejemplos, pero sirvan un par bien distintos:
1.º Escuchamos a diario que la sociedad está harta de la corrupción, pero la gente que constituye esta misma sociedad es la que pide que le “arreglen” el paro cuando se quiere ir de la empresa, la que le dice a su asesor que el de su vecino se lo ha “arreglado” para pagar menos, y la de que pregunta ¿con o sin IVA) y así podríamos continuar.
2.º ¿cuántos de los que hoy ocupan los más altos cargos de responsabilidad (a nivel empresarial, social, jurídico, político, etc. ) han sido elegidos por sus méritos?
En fin, Emilio, lo dicho, GRACIAS por tus artículos, porque coincidamos o no en el fondo (en más de una ocasión no es así) contribuyes a la reflexión, acción que como sociedad deberíamos llevar a cabo para no repetir errores.
Gracias Andreu y el tuteo muy bienvenido y aprecio mucho tus comentarios. Sigamos aprendiendo juntos. Un abrazo
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