«Lo difícil es ser héroe en la vida normal, y cuando no hay nadie mirando. Nunca te viene bien, todos tenemos familia. De ahí que proyectemos nuestras utopías en gente que nos han vendido poco menos que como gladiadores de la galaxia, con esos anuncios que hacen y esas músicas épicas que ponen a las noticias de deportes, que parece que van a tomar Troya. (…). En esta vida hay un imperativo moral más poderoso que el de Kant: nadie quiere líos. Por eso queremos ejercer una valentía vicaria, a través de otros». («El Mundial de los valientes», Iñigo Domínguez; Ideas/El País, 27/11/2022).
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Él es un empresario -como tantos otros- hecho a sí mismo; salido de la nada, se buscó la vida echándose a una piscina sin estar seguro de que tuviera agua… El agua fue su tesón, su tenacidad, su perseverancia teñida de la firme convicción de que su idea de negocio tenía un hueco en el mercado. Los años, los lustros, las décadas le han dado la razón y, hoy, puede decir -incluso con todas las cautelas- que ha tenido éxito, que ha montado una empresa con una actividad pujante, generadora de beneficios y -su gran orgullo-, sobre todo, creando muchos puestos de trabajo.
No tiene un emporio; tiene una PYME que saca adelante a diario a golpe de -y no es una figura retórica- sangre, sudor y lágrimas: suyas, de su familia y de toda su plantilla. Él le quita mérito y dice que no conoce otra manera de trabajar, de pelear por lo suyo: lo presente y, sobre todo, lo futuro; ese horizonte que siempre está ahí, plagado de proyectos, de ilusiones y de anhelos pero, también, de preocupaciones y de obstáculos.
Se lo he oído varias veces: “no pido ayuda, me contento con que no me molesten”. Buen lema -por la carga de profundidad que el mensaje entraña- en un país como el nuestro; trufado de trabas administrativas, de trámites y burocracia por doquier.
En 2012 -ya ha llovido- hizo una operación que, años después, fue objeto de suspicacias por parte de la Agencia Tributaria (AEAT). El asunto era técnicamente complejo, y sobre las pretensiones de la AEAT confluían diversos aspectos vidriosos: entre otros, una controvertida valoración y la aplicación de una norma más que cuestionable. ¿Resultado? Una deuda tributaria relevante acompañada de una sanción no menor.
Y ahí fue donde llamó a mi puerta, preguntándome cómo veía el asunto, qué recorrido le auguraba. El diagnóstico no era sencillo: la cuota era cuando menos discutible pues su exigencia ponía en cuestión ciertos aspectos básicos (y cuando digo básicos, es que lo son: pilares esenciales) de nuestro maltrecho sistema (sic) fiscal; y la sanción -¡la sanción!- ya era del todo inadmisible.
Fue así, convencido de mis argumentos (que, desde entonces, ya eran los suyos) como iniciamos, allá por 2017, la larga travesía del desierto (“a longa noite de pedra”, que se diría por estos lares, parafraseando al poeta Celso Emilio Ferreiro): esa sinuosa senda incierta que nos lleva al TEAR y, de ahí, al TSJ y que, durante ya casi 6 años, estuvo jalonada de noches en vela y de episodios de acidez estomacal… (nada como tomarse un vaso de leche fría; lo digo por maldita experiencia).
Fue paciente, fue un cliente aplicado y ejemplar, modélico: convencido de sus/mis razones, esperó y perseveró (en su dilatada pugna con el Leviatán no hizo otra cosa que aplicar los mismos principios que le llevaron a su éxito empresarial), aguardando lo que él creía que era de Justicia (así, con mayúscula), pues entendía que no era merecedor del castigo impuesto por la AEAT; y, convencido de ello, rechazó los cantos de sirena que -bajo la forma de sustanciosas y seductoras rebajas de la sanción- se le lanzaban desde el otro lado para que aceptara su culpabilidad -admitiera que él, sí él, era un defraudador- y, así, firmara en conformidad la pipa de la paz –“¡la paz de los cementerios”, me decía-, coadyuvando, como buen patriota, a reducir esa perniciosa conflictividad, litigiosidad. Precisamente ésa que la AEAT presume que está bajo mínimos, pues los contribuyentes recurren menos del 2% de sus actuaciones administrativas.
Pero él no se vende. Su carácter es de otra pasta; de esos que van por la calle dignos de ser quienes son, orgullosos de su trayectoria pues, entre otras cosas, no le deben nada a nadie. Ya lo dije: hecho a sí mismo. Eso es una fortaleza que forja un carácter, el carácter de los valientes, de los que saben lo que es suyo, lo que les ha costado lograrlo y que no se lo dejan arrebatar por nadie, y ¡menos aún! por quien llama a su puerta llamándole defraudador.
Durante casi seis -¡¡¡6!!!- años, con sus otoños, inviernos, primaveras y veranos, con sus semanas y meses, nunca le vi aflojar; nunca dudó ni, por tanto, cuestionó mi trabajo; y esa confianza, para mí, es impagable y vale más que cualquier jugoso bonus… Vale lo que valen los intangibles, ésos que emanan de la gente de verdad, de una pieza, de los que se visten por los pies.
Finalmente, la sentencia llegó: el TSJ de turno confirma la deuda tributaria pero no la sanción (que, ya lo dije, no era menor). Y ahí, cerró su particular círculo: ni un reproche por lo parcial de la victoria, por lo agridulce. Todo agradecimientos y felicitaciones al ver que su nombre salía limpio, intachable, inmaculado del atolladero. Me ha prometido -y eso, por tanto, ya no ofrece duda- que lo celebraremos como corresponde: con mesa y mantel de por medio.
¡Qué elegancia! ¡Qué saber estar! ¡Qué maneras! La cortesía innata de los valientes.
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“Estamos asistiendo a un triunfo de la corrección política y una ruina para la democracia; por lo tanto, para la libertad.
Es lo que hay”.
Albert Boadella
#ciudadaNOsúbdito
Una vieja sentencia de Álvaro D´Ors: «El peor enemigo del derecho no es la arbitrariedad, sino la ambigüedad».
Sabia reflexión; amén de que la propia ambigüedad podría ser una cobertura para la arbitrariedad…
Fíjate como nos llama la atención lo que debiera ser habitual…. los que llevamos algún tiempo en esto sabemos que antaño, no hace tanto, esto era lo común entre nuestros clientes. Ahora lo común es otra cosa. Supongo que ha sido más la satisfacción personal del apoyo recibido por tu cliente que el resultado de tu trabajo, pero como decimos aquí «presta». Abz Javier.
Muchas gracias, Ramón. Efectivamente, ese apoyo es impagable… Un abrazo.
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