Asesor fiscal en confinamiento. Día 3.

Tras un fin de semana, apacible y tranquilo, el nuevo día se nos antoja más complejo y azaroso. Aunque en el hogar, mis hijos experimentarán lo que es la escuela en casa, mi mujer partirá a su oficina de farmacia para seguir dando el servicio básico necesario y, en mi caso, deberé tutelar a tres alumnos y mantener la máxima normalidad posible con mis compañeros de despacho y los clientes y demás compromisos profesionales.

Reflexionando sobre la situación, me apercibo que lo más difícil no es ejercer de padre o asumir las tareas de los respectivos maestros y tutores, sino que, por primera vez, ellos van a tener la oportunidad de presenciar en vivo cómo actúo en mi faceta profesional. Es decir, me siento como si me estuviesen viendo por un cámara en mi despacho y escuchasen todas mis llamadas y conversaciones.

Cuando me doy cuenta de esta circunstancia, de repente, adquiero conciencia de la gran importancia de las formas, de la conducta y el comportamiento, del lenguaje y de las expresiones. Más allá de las lecciones éticas y morales que les haya podido ofrecer en estos años, lo que les quedará es verme en acción, cómo hablo y me expreso, qué digo, cómo contesto, mis gestos. Semanas por delante en las que, sin saberlo, seré objeto de un detallado estudio y silenciosa observación.

En mi caso particular, aunque provengo de una familia sencilla y humilde (y de la que me siento muy orgulloso y agradecido), he tenido la oportunidad de percibir la importancia de las formas y adquirir un mínimo indispensable para el ordinario devenir personal y profesional.

Sin embargo, con cierta tristeza y melancolía, parece que las formas hayan caído en desuso y una parte de la población entiende que no tiene sentido respetar una suerte de rutinas y protocolos mínimos en nuestras relaciones personales y profesionales. Presentar una imagen cuidada, la elección de la indumentaria adecuada, el empleo de formulismos retóricos en nuestros textos, la ordenación de los escritos, la utilización de expresiones completas y correctas en nuestros correos electrónicos, etc. Todas estas decisiones, conscientes o inconscientes, revelan hasta qué punto valoramos las formas.

Ahora bien, el formalismo al que me refiero no aspira a un vacío esteticismo, a crear una mera apariencia, sino que lo revestimos de nuestro ser de tal forma que, en función de cómo nos comportamos y actuamos, las formas deben servir para expresarle al tercero, qué significa él realmente para nosotros, qué importancia nos merece, la consideración y el respeto.

Estos pensamientos me traen a la memoria un maravilloso texto de Ignacio Gomà, titulado «Elogio de la forma» (ver aquí) que os recomiendo y al cual me remito.

Ahora que estos días me estoy deleitando con el libro «La belleza» del recientemente fallecido Sir Roger Scruton, creo que, existe una manifiesta conexión entre las formas y la belleza.

Pensemos, por ejemplo, en algo tan mundano como un escrito de Reclamación contra un acto de la Agencia Tributaria ante el correspondiente Tribunal Económico-Administrativo. Cualquiera podría pensar que, es irrelevante la forma empleada en el escrito, máxime cuando además ahora estamos obligados a presentarlo vía telemática. Sin embargo, creo que un escrito en el que, además de un contenido elaborado, se vislumbra una redacción cuidada, el contenido ordenado, la grafía uniforme, adecuadamente señalizado, los párrafos justificados y alineados, etc. puede llegar a ser calificado como bello, como expresión de armonía y elaboración racional.

Hay algo innato en el alma humana que nos lleva a reconocer y admirar la belleza, de tal forma que, cuando se nos presenta algo lo suficientemente cuidado y elaborado, armónico, como un mero escrito administrativo, nos congratula y nos sentimos más próximos, percibimos en el otro el deseo de agradar y acercarse a nosotros. Podremos estar en acuerdo o desacuerdo con el fondo, pero todos saben apreciar y valorar positivamente cuando un escrito está cuidado y su forma es impecable. Dicho esto, no nos engañemos, por más bonito que sea el escrito, el TEA de turno no nos dará la razón salvo que tengamos argumentos irrebatibles en contra del criterio administrativo (y, aun así, a veces, tampoco lo logramos).

En cualquier caso, esta primacía del fondo sobre la forma no debería ser motivo o causa para que abandonemos la forma y perdamos de vista su importancia y relevancia, pues, como es decía, no debemos olvidar que la forma, como nuestro rostro, es el reflejo de nuestra alma.

Como señala Roger Scruton en la obra citada, «en nuestro sentido de la belleza está implícita la idea de comunidad, de un acuerdo de pareceres que hace que la vida social sea posible y valga la pena«. En efecto, las formas, las convenciones, los protocolos, un cierto grado de hipocresía son elementos fundamentales para la convivencia social, para una coexistencia en libertad y para que sea viable una verdadera democracia.

Así pues, en estos días de exuberancia de la fealdad y la vulgaridad, resulta que se me presenta una oportunidad para mostrarles a mis hijos la importancia de las formas, el valor de las mismas y la conveniencia de cuidarlas. Las formas son esa carretera de doble vía por la que exhibiendo respeto y consideración a los terceros y, a cambio, uno logra ser respetado.

Pues bien, adecuadamente preparados y vestidos, iniciamos la jornada lectiva y laboral. Feliz lunes, queridos lectores.

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PD.- Espero vuestras ideas y sugerencias, propuestas, comentarios, preocupaciones, dudas… Tenemos días por delante y mucho por hacer.


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