En defensa de los “ricos” y del sentido común.

Estoy convencido que, cuando una persona tiene talento y capacidades suficientes, trabaja de forma honesta y decidida y dedica sus esfuerzos en superar los retos y dificultades sin perder el tiempo en excusas o lamentaciones, consigue importantes frutos, tanto para él como para el conjunto de la ciudadanía. Parafraseando a mi admirado Carlo M. Cipolla, en su ensayo «Allegro Ma Non Tropo», las personas inteligentes no sólo consiguen generar riqueza para sí, sino que aumentan la riqueza del conjunto de la sociedad, en total contraposición a los destructores de la riqueza y bienestar común, los estúpidos.

Pues bien, un ejemplo de persona brillante y que debería ser objeto de obligada lectura, sería el profesor Thomas Sowell, un americano de raza negra, que en los años 60, en plena efervescencia del debate racial, sin ayudas ni cuotas, obtuvo un Doctorado de Economía en la Universidad de Chicago (un doctorado de verdad, no de esos que te venden en los bazares de títulos) y que, hoy por hoy, pasa por ser una de las más importantes referencias del pensamiento liberal o libertario (en la terminología americana) y un firme adalid de la lucha contra la estupidez adornada, es decir, el pensamiento «políticamente correcto».

Thomas Sowell, a diferencia de otros pensadores liberales como Von Mises, Hayek, Friedman, etc., se ha caracterizado por tener un estilo muy directo, contundente, de fácil lectura y comprensión, sin menoscabo del rigor y la precisión necesaria de cara a abordar cualquier debate intelectual. Os recomiendo, mejor, os invito a que devoréis una de sus principales obras, «Economía básica. Un manual de economía escrito desde el sentido común» (Editorial Deusto. 2004).

No hay obra y escrito de Thomas Sowell que nos deje indiferentes. Esa es una de sus grandes virtudes, porque en cualquier texto suyo siempre hay algún párrafo o idea sugerente. Y, con una muestra de ello, enlazo con lo siguiente:

«A los progresistas les gusta decir cosas como, «Nosotros sólo pedimos que cada uno pague su cuota justa». Pero el gobierno no tiene nada que ver con pedir. Tiene que ver con ordenar. La diferencia es fundamental. Es la diferencia entre hacer el amor y ser violado, entre trabajar para vivir y ser un esclavo. La agencia tributaria no pide a nadie que haga nada. Ésta confisca tu patrimonio y te pone detrás de las barras si no pagas«.

En estos días, se ha dado a conocer la propuesta de los Presupuestos Generales del Estado del actual Gobierno del Sr. Pedro Sánchez. Obviamente, la valoración de las líneas básicas de la norma fundamental del ejecutivo no puede ser más decepcionante.

Ante un entorno de claro deterioro del crecimiento económico («desaceleración»), de dudas sobre la evolución de la economía y mercados y con expectativas decrecientes, cualquier persona cabal y racional, basándose en el sentido común, optaría por ser cauto en los gastos futuros e inversiones y, en su caso, de forma prudente, priorizaría el ahorro de recursos y la liquidez, como mecanismos de garantía. Una persona sensata revisaría las partidas de gastos, evaluaría la eficacia y eficiencia de las distintas partidas presupuestarias e inversiones, y valoraría el buen uso y el retorno de los recursos públicos.  

Sin embargo, estamos en manos de una clase política muy mediocre y de notoria insuficiencia ética que, en contra del sentido común, optan por el derroche y el dispendio, como una cigarra ebria o, mucho peor, utilizando los recursos de todos los ciudadanos para su provecho propio, es decir, para la compraventa encubierta de votos, en la línea magistralmente descrita por el Premio Nobel de Economía James M. Buchanan en relación a la Teoría de la elección pública.

Por supuesto, algunos consideran que el incremento es apenas significativo, alrededor de 5.500 millones de euros más (un 0,5% del PIB), sin embargo, seguimos añadiendo más gasto que obligará a exigir más a una población ya suficientemente esquilmada. Porque este incremento del gasto público se financiará, ¡sorpresa!, con una mayor presión fiscal, es decir, detrayendo recursos de los ciudadanos vía la merma del escaso ahorro privado o afectando a la rentabilidad futura de las inversiones y negocios (con el consiguiente efecto de la devaluación del valor del patrimonio empresarial de nuestro país, como ya lo anticipan los mercados financieros).

Y es que, cuando el dinero es de terceros, es muy fácil ser generoso y espléndido. El magnánimo César, «Panem et Circensis» con dinero ajeno. Al final, nos sustraerán de manera coercitiva aún más fondos y recursos propios a cambio de presuntas prestaciones públicas que cubran nuestra futura situación de necesidad.

Esta decisión no es baladí pues, cuánto menos recursos tengan los ciudadanos, más vulnerables y dependientes quedarán. La transferencia forzosa de riqueza del sector privado al sector público es el elemento clave para conseguir debilitar las voluntades individuales y el camino para eliminar derechos y libertades de las personas. El empobrecimiento generalizado de la población permitirá al gobernante de turno tener una «clientela» cautiva y siempre dispuesta a entregar su voluntad a cambio de ayudas y transferencias de riquezas.

Obviamente, para una parte de la población, muchos de ellos, movidos por envidias y rencores, así como la insoportable sensación de mediocridad, esta mayor presión fiscal es bien vista sobre la pretensión de que el mayor esfuerzo fiscal lo soportarán, exclusivamente, los «ricos».

Da igual que sea una simple añagaza, la cuestión es que, una parte de la población se lo cree o está dispuesta a creerlo. No obstante, Thomas Sowell ya nos advirtió que «si has estado votando por políticos que han prometido darte cosas a costa de otros, no tienes derecho a quejarte cuando tomen tu dinero y se lo den a otro, incluyendo a ellos mismos.»

En cualquier caso, cuando uno vive haciendo de la frustración y de la victimización su identidad personal, no hay nada mejor que buscar en los «otros» la culpa de sus males y el objeto de su rencor y odio. Y, para este sector de la población, los «ricos» son el fantoche que agitan para dar rienda suelta a su ideario básico: rebajarnos a todos a la mediocridad, es decir, conseguir un igualitarismo en la pobreza y vulgaridad. Basta ver a algunos de los ilustres representantes de este sector, en los cuales la estética, las formas y la educación, son una clara demostración de su burdo ideario.

La cuestión es que algunas de las medidas anunciadas (imponer un tipo mínimo efectivo del Impuesto sobre Sociedades, limitar la exención por doble imposición internacional, aumentar el tipo marginal del IRPF de la base general a partir de cierta cuantía, elevar el tipo del IRPF aplicable a la base del ahorro, incremento de la tarifa del Impuesto sobre Patrimonio, etc.), a priori, afectarán a grandes y medianas empresas y personas con rentas altas. Sin embargo, este impacto es mucho más limitado de lo que se pretende y conllevará efectos negativos indirectos que contrarrestarán el posible incremento de la recaudación: la potencial deslocalización de sociedades y/o de las rentas, especialmente, en las sociedades con distintos establecimientos permanentes unido a la facilidad para la movilidad de los grandes patrimonios empresariales y personales

«Una tasa impositiva más alta puede que no llegue a generar mayores ingresos tributarios o que una tasa impositiva más baja puede que no lleve a ingresos tributarios más bajos» (Thomas Sowell. «Economía Básica. Un manual de economía escrito desde el sentido común.» Editorial Deusto. 2011)

Son medidas fáciles, pero no dan más de sí. Este Gobierno sólo saber gravar más, nominalmente, pero no sabe gravar mejor. Prueba de ello es que, alguna de las medidas propuestas, como es la limitación de la exención por doble imposición internacional al 95% de las rentas obtenidas en el extranjero, precisarán de la necesaria adaptación y encaje a la normativa tributaria internacional (CDI y Directivas UE, básicamente), por lo que, ya veremos su aplicación práctica y la efectividad, pues, introducir de forma unilateral esta medida puede suponer un freno a la posible repatriación de capitales por parte de los inversores españoles, a la espera de tiempos mejores.

Ni qué decir tiene que, el mensaje que se lanza a los potenciales inversores extranjeros es una clara invitación a evitar nuestro país como base de sus actividades económicas, no sólo por el aumento de la presión fiscal, sino por trasladar una imagen de emotividad normativa e inseguridad jurídica, claramente disuasorios.

Como ello es esperable, detrás de la cortina de humo de los «ricos», se constata que la fiesta la pagaremos «el pueblo» a través de las medidas fiscales complementarias: aumento artificioso de las cotizaciones a la Seguridad Social de los autónomos ordinarios y societarios (en especial, los que cotizan tomando como referencia la base mínima), incremento del precio del combustible diésel (y, por extensión, mayor coste de transporte y logística en todos los sectores) o asumiendo costes y comisiones por nuestro ahorro en entidades financieras o por la contratación de ciertos servicios digitales básicos.

Recordemos que, la obligación de pago de un tributo, es decir, a quién se le exige su liquidación, no siempre nos dice sobre quién recaerá finalmente la carga o gravamen real. 

Respecto del nuevo Impuesto sobre Transacciones Financieras (0,2% del valor de compra de títulos-valores de entidades españolas cotizadas), no sólo afectará a los grandes inversores, sino que tendrá un notable impacto en todos los inversores. Este gravamen incidirá en las compraventas de acciones cotizadas que haga cualquier particular, como si de un mayor coste de corretaje se tratase, pero también se devengará cuando nuestro ahorro lo vehiculemos en instrumentos financieros, como fondos de inversión, seguros y planes de pensiones, con la consiguiente merma de la rentabilidad de los mismos.

En cuanto a la «Tasa Google», el impuesto a las grandes empresas digitales, si bien se anuncia que sólo serán sujetos pasivos del nuevo tributo las grandes corporaciones (Google, Amazon, Uber, etc.), el hecho de implantar una tasa indirecta, de forma descoordinada y unilateral respecto de la Unión Europea y el resto de la OECD, lo único que conseguirá es que, las empresas o personas situadas en España tendrán que asumir un mayor coste por los servicios de publicidad on-line, la intermediación on-line y la compraventa de datos, lastrando su competitividad frente a las empresas de nuestro entorno económico. En resumen, la implantación de este tributo dañará el desarrollo de la Economía Digital en nuestro país y actuará como incentivo para la deslocalización de las nuevas empresas (start-ups) y el capital riesgo inversor vinculado a este sector económico.

¡Qué más da! Como ya apuntaba, una parte de la sociedad se mostrará indiferente o indulgente con los gobernantes aunque las medidas propuestas sean contraproducentes. Al fin y al cabo, viven en fangal de sus rencores y prejuicios y, antes que conseguir la extensión de la prosperidad colectiva y trabajar para superar sus retos y dificultades, ven más fácil y asequible, extender el lodo al conjunto de la sociedad.

La aceptación de la Mentira en los gobernantes, más allá de la naturaleza de los políticos, dice mucho de una sociedad:

«The fact that so many successful politicians are such shameless liars is not only a reflection on them, it is also a reflection on us. When the people want the impossible, only liars can satisfy.» (Thomas Sowell, «Big Lies in Politics«, 22 de Mayo 2012).

Es nuestra elección, es nuestra responsabilidad.

Seguramente este escrito sea una lágrima más en la niebla. Sin embargo, escribo como forma de rendir tributo y acordarme de esa otra parte de la sociedad que, con realismo y el máximo ideal, aspira a la excelencia personal y opta por seguir el camino para su mejora individual y, a su vez, el éxito colectivo.

Un pensamiento en “En defensa de los “ricos” y del sentido común.

  1. Laizetun

    Gracias por la recomendación de lectura y por el esclarecedor artículo.

    De ello me viene a la memoria, lo que cuentan de que cuando a André Maurois, en los años 30 y momentos de la efervescencia del “Frente Popular” francés, le preguntaron porqué no le gustaba que le trataran de “camarada”, y respondió que, puestos a igualar, preferíria que le trataran al estilo portugués, es decir de “Vossa Excelència” .

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