Dice el DRAE que el adjetivo “normal” tiene varias acepciones que, en lo que aquí interesa, son:
1. “Dícese de lo que se halla en su natural estado”
2. “Que sirve de norma o regla”
3. “Lo que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”
A su vez, el sustantivo “normalidad” se define como “cualidad o condición de normal”.
Es cierto, pues, que lo “normal” puede tener una acepción un tanto elástica.
Así, en mi familia es recordada la reacción de mi añorado tío Fernando cuando le preguntaron cuál fue su impresión al conocer al entonces novio (hoy marido) de su sobrina mayor: “Un tío muy normal, lo cual -en estos tiempos- ya es mucho decir”. Aquí quizá primaba más esa acepción de alguien que se atiene a ciertas normas (educación, saber estar, maneras, …) que la relativa al estado natural. Aunque, ¡quién sabe! Mi tío Fernando era un hombre cabal, sin dobleces.
En el otro fiel de la balanza tendríamos aquella -tristemente- célebre frase que dio título a un libro: “mi marido me pega lo normal”, siendo así que aquí ese “normal” -que, obviamente, abomina de ese adjetivo-, dicho por la desdichada víctima de ese maltrato, vendría a responder a lo que dentro de su desvarío vital ella consideraría como “habitual” o “usual” (es decir, lo que se atiene a las costumbres o usos del lugar). En fin.
Vienen estas consideraciones al hilo de una “campaña” (¿se tratará de una indiscriminada expedición de “pesca” –“fishing” en el argot taxista-, a ver quién cae?) de la AEAT mediante la que viene a negar la deducción practicada en el IRPF por adquisición de vivienda habitual en la medida en que el contribuyente en cuestión estaría incumpliendo el requisito de la permanencia en ese inmueble durante un período de tres años, siendo así que ello vendría a suponer que tal vivienda no tendría la consideración de habitual…
Dejando al margen que en cuestión de residencia -y, por tanto, de vivienda- no sólo debe tenerse en cuenta el “corpus” sino, también, el “ánimus”, y/o que esa permanencia podrá acreditarse por muchos otros medios de prueba (certificado de empadronamiento, correspondencia bancaria, suscripciones, etc.), incluidos los testificales, en lo que aquí interesa, la AEAT esgrime -en la consiguiente “paralela”- como pretendido argumento para privar la aplicación de esa deducción que “de los datos suministrados por la entidad XXX (léase la suministradora de energía contratada para esa casa), mediante el modelo 159, el consumo de energía eléctrica en el año 2016 en el inmueble antedicho (…) no prueba un consumo que pueda considerarse normal en una vivienda habitada durante todo el año”.
¡Bueno, bueno, bueno! “Éramos pocos y parió la abuela”, es el refrán más pacífico que se me ocurre traer aquí a colación.
A estas alturas de la película, creía ya haberlo visto (casi todo), pero miren por donde la AEAT sigue -como en los buenos matrimonios, esos que mantienen viva la “llama”- conservando incólume su capacidad de sorprenderme, pese a los ya numerosos años transcurridos desde que nuestras vidas se cruzaron… Y es que ahora va a ser la mismísima AEAT la que se permita afirmar si mis hábitos de vida son “normales” o -¡mire Usted por donde!- “anormales”.
Porque, digo yo:
-. ¿Y si salgo a trabajar a las 7 de la mañana -tan temprano, que desayuno en la cafetería que está de camino y así, ya de paso, leo el periódico- y regreso, digamos, a las 11 de la noche, ya cenado, pues tengo por costumbre tomarme unas cañas para relajarme? ¡Ah! Y se me olvidaba, los fines de semana apenas piso mi casa pues me voy a ver a mi novia que vive a 150 kilómetros…, y los que no -pocos, pues mi novia demanda toda mi atención y más, ¡qué le voy a contar!- me acerco a ver a mis padres, que ya andan un poco mayores, ¿sabe Usted?
Todo muy “normal”, ¿verdad?
Entonces mis consumos eléctricos, efectivamente, son bajos, pero ¿me está Usted diciendo que no soy una persona “normal”? Claro, tengo un problema: no he guardado los tickets de los desayunos, de hecho, el dueño del bareto es “colega” y, muchas veces, ni me cobra (claro, esto como que no les parecería muy verosímil), y como en el recorrido hasta mi “curro” no tengo peajes ni parkings y, por tanto, no tengo “tickets” que acrediten ese desplazamiento, todo esto les va a sonar a una gran milonga. Y doy por hecho que una testifical de mi novia y/o de mis padres no la considerarían creíble por aquello de que son muy allegados a mí…
Pues qué bien, ¿no?
-. O, ¿qué les parece esta otra vida? Verán, voy todos los días a comer a casa de mis padres -de cierta edad-, y ya de paso, les llevo la colada y mi madre -¡más buena, ella!- ya pone la lavadora y me plancha la ropa… Es que la mujer lleva mal eso del “nido vacío” (mis hermanos están en Londres y en Montreal, ¡qué cosas!, ¡eran “tantas” las oportunidades que les surgieron para ganarse la vida aquí, que hasta les costó irse!¡y a eso le llaman “fuga” de cerebros!¡si se van por viciosos, para conocer “mundo”!), y le hace hasta ilusión creerse que aún dependo un poco de ella. Tan es así que de vez en cuando me da unos “tappers” con comida, así que ya ni cocino, porque las cenas me las arreglo por ahí tomándome unas tapas.
Todo muy normal, ¿verdad?
-. O, ¿qué tal esta otra? En aquel año recuerdo que hubo una circunstancia que me absorbía el tiempo: mi pareja estuvo ingresada en un hospital varios meses. Muy duro. Así que yo me cogía papeles de mi despacho, y para allí que me iba a la caída de la tarde…, a modo de cena picaba algo en la cafetería del propio hospital -¡qué mal recuerdo tengo de aquellos sándwiches y platos combinados!- y me quedaba a dormir en la cama para acompañantes que había en su habitación… Por la mañana, ya si eso, me daba una ducha allí mismo y después me iba a trabajar; de siempre he comido al lado de mi oficina. Eso sí, una cosita: nunca pedí tickets en la cafetería del hospital, ni tampoco en el bar debajo de mi trabajo…, aunque, pensándolo bien, de haberlos pedido de poco valdrían pues no vienen a mi nombre y, además, solía pagar en metálico (¿aún no está prohibido, no?). Ah, que me dice Usted que como la relación que mantengo con mi pareja no consta en ningún registro, que es como que no existe y no se lo cree…
Quizá me vea como un poco psicodélico, ¿no? Viva la “normalidad”…
-. Y ésta última ya es para “nota”. Verá, estaba en la recta final de mi tesis (ya sé que hay quien piensa que podrá valer con un “copia y pega” o con pagarle a un “negro” para que la escriba; pero ése no es mi estilo, ya ve Usted, uno que es “legal”), y pasé varios meses alojado en el piso de mi amigo Nacho. Nacho es profesor titular en la universidad donde preparo la tesis, y su casa está a tiro de piedra… eso me facilitaba mucho el acceso a la biblioteca y el contacto con el director de tesis. Mi casa está en una ciudad “dormitorio” y solo entre ir y volver tardaría más de 2 horas cada día. Este Nacho es un buen colega. Así que en aquel año del que Usted me habla apenas estaba en mi casa de viernes a media tarde hasta primera hora del lunes… Sí, claro, doy por hecho que los consumos habrán bajado, bien que lo noté en las facturas.
¿Y entonces me dice que mi casa no es mi casa porque mi vida no es “normal”?
Perdón, pero… ¿sabe Usted qué es lo que a mí no me parece normal? Que el Estado, ese mismo Estado postmoderno que se mete hasta la “cocina” de nuestras vidas, y que postula como políticamente incorrecto reprobar a alguien por alguna faceta de su vida (ya sean sus creencias -o ausencia de- religiosas, su tipología de familia, su estética, su físico, su ocio, sus costumbres, su ideología, su orientación sexual, su …) se autoatribuya la arrogancia de decirle a sus súbditos (a los ciudadanos -¡un respeto!- nunca se habría atrevido a hacerlo) qué es normal y qué no lo es a la hora de usar su casa, al analizar sus vidas; siempre que eso pueda permitirle a ese mismo Estado -tan respetuoso siempre él- el ahorrarse X euros en forma de desgravación “sospechosa”. Ése es el quiz del asunto: “Usted, contribuyente, es «sospechoso´´ y, por tanto, habrá de ser Usted mismo el que pruebe que ésa es efectivamente su casa”.
Y, ¿saben qué? Que esta “praxis” ya es tan “normal” (léase habitual) que me preocupa, y ¡mucho!
Llegados a este punto, ¿qué será lo siguiente que nos toque ver? Se admiten apuestas. ¡Hagan juego!