Entresacado de Tomas Nevinson, de Javier Marías:
«La crueldad es contagiosa. El odio es contagioso. La fe es contagiosa. (…) La locura es contagiosa. La estupidez es contagiosa. (…)
—Y luego estaba el único antídoto, ¿te acuerdas? —le pregunté.
—Ah sí, vano consuelo. La risa es contagiosa —concluyó—. Lástima que quede barrida cuando cualquiera de las cinco dolencias se hace predominante; y a menudo las cinco van juntas, la una llama a la otra, y cuando aparece el paquete completo no queda nada más que hacer. Sólo cabe declararle la guerra y aplastarlo.»
Les deseo a todos y cada uno de Uds. en estas próximas fechas, mucho buen humor, si no pueden ser muchas risas, como antídoto preventivo para todas las dolencias del espíritu que nos puedan acechar —ojalá no— este próximo 2024. Que pasen, según las circunstancias, una muy serena, muy alegre, o muy reparadora Navidad.
Clara Dalloway dijo que ella misma iría a la cita previa con Recaudación. Cuando salió a la calle, el sol ya iluminaba las fachadas de los edificios de la acera de enfrente. Las nueve en punto y la mañana se anunciaba diáfana, uno de esos días de azul límpido y frío que el inminente invierno regala con frecuencia a los paseantes de Madrid.
Algo emocionante, la cercanía de la Navidad, probablemente, se trajinaba en el runrún del tráfico inacabable y en los numerosos transeúntes que apresuraban sus pasos hacia destinos ignotos. Pero sin duda no todos iban a hacer recados de regalos y felicidad. Tampoco para la señora Dalloway era completo el momento… y eso pese a la belleza de ese diáfano día de diciembre, preludio del descanso ajetreado de las fiestas navideñas.
A ver si esta vez, suspiró mientras bajaba por Joaquín Costa, consigo entender el porqué de este apremio… No entiendo cómo se puede apremiar una deuda recurrida por errores aritméticos y cuya suspensión, por esa misma razón, ha sido expresamente solicitada, sin antes recibir noticia alguna ni del recurso interpuesto ni de la solicitud de suspensión. En la primera cita, le dijeron a mi Vega, que me hizo el favor de ir en mi lugar, que se trataría de un error, que recurriéramos la providencia explicando que la deuda apremiada estaba suspendida, pues ese efecto se atribuye automáticamente a las suspensiones basadas en errores aritméticos, y que solicitáramos por la misma razón la suspensión de la propia providencia de apremio. Eso hicimos, y ahora, apenas un mes después, nos encontremos sin saber cómo ni por qué, con un archivo de esta última solicitud. A ver qué explicaciones me ofrece quien me atienda esta vez… Y mira que amabilidad no les falta, eso ha de reconocerse, pero, claro, si no conocen a fondo el expediente, difícilmente podrán resolver el enigma.
Se detuvo a la salida de la boca de metro de República Argentina, dudando si coger la línea seis de metro hasta Guzmán el Bueno. Una mujer encantadora, vehemente, de cabello oscuro en contraste con la piel blanca, así la vio Lewis, caballero inglés asentado en Madrid, al que aquí llamaban Luis, que se dirigía presuroso a su despacho, a ver si su secretaria le había conseguido, ya por fin, cita previa para renovar su inscripción en el padrón municipal y podía aprovechar la visita al Ayuntamiento para acercarse a comprar esos turrones artesanos que tanto le gustaban a Dorothy. Los primeros días en España, recordó, pensaba que su secretaria era una inepta, y que quizá debía mejor despedirla. Spain cannot be so different, pensaba con ese enojo creciente que solo su esmerada educación inglesa conseguía disimular cada vez que le comunicaba de viva voz el mensaje que la web del Consistorio ofrecía por escrito: que “no se ha encontrado hueco disponible para el trámite solicitado” y que había “intentarlo más tarde”. Luego ya se dio cuenta de que sí, de que, efectivamente, Spain is really so so different y que esas cosas podían pasar. Menos mal que estos españoles tienen el turrón para compensar, iba pensando para sí mientras cruzaba Doctor Arce.
La señora Dalloway se envaró un poco, esperando a que pasase el autobús que subía por Doctor Arce para cruzar la calle y dirigirse, bajando Joaquín Costa, hacia la Castellana. Había decidido disfrutar de la mañana luminosa. Total, aunque abren a las 9:00, la cita no la tengo hasta las 9:40. En eso de no tener que ir antes y echar la mañana para que te atiendan sí se ha ganado algo con este invento de la cita previa.
—Muy buenos días, Clarita —interrumpió sus pensamientos Hugo Panblanco, con la sonrisa jovial de quien se cruza a un conocido de la infancia—. ¿Adónde vas a estas horas de la mañana? ¿Las compras navideñas pendientes?
—Ya me gustaría que fuera eso —repuso la señora Dalloway—, pero no, es que tengo que ir a Hacienda, a ver si consigo enderezar un entuerto.
—¡Ah! Pues muy buena suerte. Asumo que tendrás ya cita previa, ¿verdad? En la AEAT se consigue con cierta facilidad… Otra cosa es que quien te atienda sepa dar con la tecla para desfacer el concreto entuerto que a uno le mortifica… que cada uno tiene el suyo. Yo voy al TEAC, a recoger los expedientes de varias reclamaciones económico-administrativas. No he tenido problemas en obtener las citas, aunque he tenido que pedirle a todos y cada uno de mis abogados que se metan para disponer de tantos NIFs solicitantes como expedientes debemos recoger… Los misterios de la jurisprudencia de ventanilla, ¡qué te voy a contar! Aprovecharé la visita, eso sí, para ver si encuentro el regalo de Reyes para las mujeres de la familia, que me han dicho que cerca del TEAC hay una boutique fantástica.
Qué señor y qué señora tan elegantes, pensó María Alejandra mientras miraba, a través de la ventanilla de la buseta, a esa pareja hablando al pie del paso de cebra que cruzaba Doctor Arce. Tendrán que acudir a algún sitio bacano… no como yo, que ahorita ya por fin he conseguido cita en la comisaría de Pío XII para que me den la Tarjeta de Identidad de Extranjero… aunque casi prefiero no saber cómo. ¡Que las venden en Wallapop, me han llegado a decir! ¡Santo cielo! Yo pensaba que en España estas cosas se manejaban mejor que allá en Bogotá y allá creo que solo hay reventas cuando se trata de ver a Sebastián Yatra o a Camilo… No, decididamente, los funcionarios no pueden tener allá el poder de convocatoria que parecen tener acá… Me decían que, si no encontrábamos cita a tiempo, podíamos intentarlo en alguna comisaría de algún pueblo perdido de la España profunda. ¿Almagro, quizá? No sé. ¡Cómo si una tuviese acá un carro para desplazarse de un lado a otro! Aunque…, bien pensado, me han dicho que en la España profunda venden unos quesos fantásticos, y quizá le guste a mi papá probarlos cuando venga con mi mamá por Navidad. Aunque para mi mamá tendré que preparar el ajiaco y los buñuelos de siempre, y tener también arepas preparadas, para que no eche de menos nada.
Cuando pasó el autobús, la señora Dalloway cruzó el paso de cebra y, pensando aún en la jovialidad de su amigo Hugo, llegó a la Castellana. Se detuvo en el semáforo y se entretuvo en admirar a su derecha la icónica imagen de esas torres inclinadas, a modo de reverencia. Apresuró el paso, ligera, en cuanto el semáforo se puso en verde, pues pocas cosas le disgustaban más que la de quedarse en medio del cruce con el tráfico atronador de los coches en un sentido o en otro. Ligera pero sin correr, que no es nada elegante para una señora de mi edad, pensó mientras apuraba el paso. Dejando el enorme centro comercial a su derecha, con sus galas navideñas, y el mercadillo que por estas fechas se instalaba en la boca de metro de Nuevos Ministerios, se encaminó calle Raimundo Fernández de Villaverde arriba hacia el paseo de Reina Victoria.
De repente, un estruendo hizo que todos los transeúntes miraran un momento al cielo… Un helicóptero de la Guardia Civil. Estará sin duda controlando el tráfico y los atascos propios de estas fechas. ¡Claro! Todo el mundo quedando con todo el mundo para comer o cenar, y entremedias para hacer recados navideños… o acudir a la cita previa de turno, pensaba la Sra. Dalloway mientras seguía con la mirada la trayectoria del aparato en el cielo. ¡Uy!, perdone usted, dijo al chocar con un hombre joven, con aire de enorme preocupación, que también había dejado de vigilar su paso mientras seguía con la mirada el vuelo del helicóptero.
Bueno, lo que me faltaba, ya no saber ni dónde piso, se dijo Javier. Casi atropello a esta pobre señora tan elegante. A ver si aterrizas en el suelo, que no puede ser que lo de la cita en el SEPE para tramitar la prestación de desempleo te tenga tan abstraído. Como si no fuera suficiente desgracia perder el empleo, encima papeleos imposibles. Me han dicho que mientras lo solicite dentro del plazo, aunque la cita sea para mucho después, no tendré ningún problema, pero esto de que cada vez que lo intento, cada minuto, de cada hora de cada uno de los últimos cinco días, no pare de decirme que no hay citas disponibles, es para terminar de acabar con los debilitados nervios de uno… ya bastante estresados con la búsqueda de alternativas baratas para los regalos de Reyes que pidieron los niños.
Javier se volvió para asegurar que la señora del encontronazo seguía su camino y mientras la miraba perderse entre la muchedumbre, su mirada se cruzó un segundo con la de una mujer joven con abrigo gris y un incoherente gorro de lana que se había quedado como congelada en la bocacalle con Orense, mientras todo el mundo a su alrededor se afanaba en apresurar sus pasos hacia ignotos y peculiares destinos.
Vaya encontronazo han tenido esos dos, pensaba Chloé llevándose las manos a la cabeza para quitarse el gorro de lana. Creo que esto lo podrías ya jubilar… al menos mientras sigas viviendo en Madrid. No hace frío para gorros de lana, pese a que estemos a las puertas de Navidad, se decía mientras dudaba si le daría tiempo a acercarse a esa tienda española con cosas del hogar que tanto le gustaba a su madre, que había venido para pasar con ella Thanksgiving y que se quedaría hasta New Year’s Eve, antes de acudir a la cita previa para renovar su pasaporte. Así le dejo un regalo debajo del árbol el día 24, que a este ritmo te quedarás sin nada que ponerle.
La Sra. Dalloway caminaba por la Avda. Reina Victoria hacia Guzmán el Bueno. Claudia la vio acercarse con su paso ligero y sus aires elegantes mientras pensaba que quizá podría acercarse a comprar el cava antes de acudir a la cita previa para presentar la autoliquidación del Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones por la herencia de su madre de forma presencial. Menos mal que conseguimos la cita el penúltimo día. Claro, con lo que costó poner de acuerdo a todos mis hermanos, no hubo forma de pedirlo con algo de anticipación. Bueno, mejor no arriesgar. Compraría mejor el cava cuando saliera de la cita previa.
La Sra. Dalloway acababa de pasar el control de seguridad. Como siempre en los últimos años se sorprendió del vacío silencioso que destilaban los grandes espacios de la Delegación de Hacienda de Guzmán el Bueno. ¡Qué tiempos aquellos en los que esto era un hormiguero de gente afanándose en sus gestiones en uno u otro mostrador! No podía evitar la añoranza de la vitalidad que rezumaba ese hormigueo humano. Se encaminó a la derecha y vio que solo había dos personas esperando antes de ella.
Inés la vio sentarse en su fila de asientos, y pensó que un abrigo así, elegante como el que llevaba, podría gustarle a su madre como regalo de Reyes. Tendría que comentárselo a sus hermanos a ver qué les parecía. Mientras tanto, a ver si conseguía esta vez comentar el aplazamiento que su cliente necesitaba con alguien con capacidad de decisión, porque la respuesta de manual para gente no autorizada a salirse del carril, aunque se tratara de una materia discrecional, ya se la sabía: que la Circular no-sé-cuántos de no-sé-cuándo excluía la posibilidad de ofrecer como garantía un bien que estuviera ya hipotecado… aunque el valor del bien fuera suficiente para cubrir con holgura el importe de la deuda pendiente de la hipoteca de primer rango, más el de la deuda tributaria, junto con sus intereses y potenciales prestaciones accesorias que ahora se pretendía garantizar.
Lucía estaba pensando en su amigo invisible del día de Navidad, y en qué regalo original podría hacerle con los 20 euros de presupuesto que se habían acordado, mientras esperaba que llegara su turno para ver si le podían aclarar cuál era el importe pendiente de las deudas de las empresas de su ex que le habían derivado pues este le juraba que estaba prácticamente pagado todo pero a ella nadie le había dicho nada… y ahí andaba, angustiada de pensar si hipotecando el piso y todos sus ahorros, aún tendría suficiente para suspender la deuda… ¡Qué disgusto, por favor! Ella que jamás había tenido nada que ver con la gestión ni con la propiedad de las empresas de su ex —¡pero si por eso se casaron en separación de bienes!— y que ahora vinieran con que tenía el control efectivo porque una vez se avino a avalarle una deuda. En fin, pensemos mejor en el amigo invisible. Quizá un décimo de la lotería del Niño no esté mal, que todavía estamos a tiempo, y comprarme otro para mí… a ver si me resuelve los problemas.
Mientras repasaba sus papeles para explicar la situación a quien le atendiera, Clara pensaba que después de salir, se acercaría a comprar a su Veguilla ese libro, entre thriller y novela histórica sobre un proceso inquisitorial en el siglo XVI que le habían recomendado… ¿Libelo de sangre, se llamaba? La autora era Sandra Aza, de eso sí que se acordaba bien.
De repente, unos gritos hicieron que Clara, Inés y Lucía, y todos los que estaban siendo atendidos o atendiendo, volvieran al unísono sus miradas hacia el pasillo de la entrada por donde un señor, con la cara demudada y presa de gran nerviosismo, llegaba pidiendo auxilio, seguido de cerca por un guardia de seguridad.
¡Por favor! ¡Por favor! ¡Un funcionario! ¡Necesito un funcionario, por favor! ¡Es una emergencia! Mi Andrea me mata si no compro a tiempo el pavo de Navidad, ¡y tengo sin saber por qué todas mis cuentas embargadas por la AEAT! ¡Ayuda, por favor! ¡Apiádense de mí, por el amor de Dios! Que es Navidad…
Un placer leer las realidades cotidianas del atribulado contribuyente y el remedo digital –cita previa- del “vuelva usted mañana” de Larra. Felices fiestas a ti y a los lectores del blog.
¡Me ha encantado! Muy bien hilado todo 🙂 ¡Enhorabuena, Gloria!
Y como los males nunca vienen solos, ahora la competencia de las oficinas de la Policía Nacional es territorial… 🙁 La semana pasada, una abogada de mi equipo se desplazó a Segovia para solicitar unos NIEs de unos herederos No Residentes, que tienen que tramitar una herencia en España, y dada la imposibilidad de obtener cita en Madrid, se tuvo que desplazar a Segovia (cita conseguida casi con 2 meses de antelación), cuál fue nuestro asombro cuando le dijeron que ya no se pueden hacer esos trámites porque venía desde Madrid para realizarlos, siendo ahora la competencia territorial… Así es cómo avanzamos… ¿¿¿Cuándo se va a poder solucionar el problema de las citas de los NIEs para que simplemente las personas no residentes puedan pagar impuestos en este país por haber heredado??? ¡En Italia ya han quitado la obligación de tener un NIF para estos temas, a los No Residentes! Burocracia absurda, y sin soluciones alternativas, para una mejor gestión 🙁