Estoy en el salón de casa reconvertido en un aula improvisada, donde mis hijos, cada uno de ellos, sigue sus clases con relativa normalidad y, en mi caso, simultaneo el trabajo de monitor-profesor con la atención de mis clientes y quehacer profesional ordinario. Todo un reto.
Esta versión del HomeSchooling quizás no sea la óptimo porque faltaría el componente esencial de la interacción social, aunque, confieso que no me desagrada. Con una mínima disciplina y con los recursos adecuados, me parece una solución interesante y razonable. De hecho, en el fenómeno HomeSchooling, incluso en esta versión edulcorada, existe un aspecto que me gusta especialmente, y es el hecho de que la responsabilidad de la enseñanza recae en sus legítimos titulares, las familias, evitando así esas tentaciones homogeneizadoras de algunos aprendices de tirano que pululan por las aulas y centros escolares.
No obstante, la infraestructura y equipamiento necesario no es baladí. Aparte de disponer de los ordenadores, se precisa una buena conexión a internet, alguna impresora y un amplio abanico de material (libretas, hojas, lápices, etc.). En definitiva, todo ello conlleva un presupuesto económico que no está al alcance de todas las familias. Es más, creo que sólo una minoría, lamentablemente, puede optar a seguir con relativa normalidad las clases.
La llegada del COVID-19 y el confinamiento nos ha descubierto parte de nuestras vergüenzas. Es llamativo que uno de los países con mayor porcentaje de penetración del móvil, especialmente, de los denominados, teléfonos inteligentes (smartphones), estemos tan poco preparados para su uso más allá del ocio y del entretenimiento.
Por daros algunas cifras aproximadas según el portal «wearesocial» que, anualmente, publica una estimación de usuarios del entorno digital. Tenemos una población cercana a los 47 millones de personas y, en cambio, tenemos más de 54 millones de líneas de móvil. Aproximadamente, el 91% de la población somos usuarios activos de internet (en la posición 12ª a nivel mundial). Ahora bien, los smartphones y las tabletas, aunque herramientas útiles (e indispensables) para el trabajo, no son siempre suficientes. Se necesita algo más.
Lo que hoy me trae por aquí es poner de manifiesto que, con la actual crisis sanitaria, nos hemos encontrado que tanto las Administraciones como los particulares, aún tenemos un largo recorrido para la verdadera transformación digital.
En el ámbito de las Administraciones públicas, recuerdo que allá a principios del nuevo siglo, se inició un recorrido para la modernización y adaptación administrativa a la denominada entonces «sociedad de la información» (recordemos la Directiva 2000/31/CE, de 8 de junio y la posterior Ley 34/2002, de 11 de julio, de servicios de la sociedad de la información y de comercio electrónico). Luego llegaron, entre otras, la Ley 11/2007, de 22 de junio, o la más reciente Ley 39/2015, de 1 de octubre, de modificación del procedimiento administrativo común, para dar el último espaldarazo para la transición a la denominada «administración electrónica».
Mucho se ha hecho y mucho se ha avanzado. Pero es curioso que los avances han sido más para optimizar la gestión de los numerosos y crecientes trámites administrativos que para lograr una transformación de los viejos usos y costumbres de las Administraciones públicas. Alguno puede estar tentado en pensar que el objetivo era alejar físicamente al ciudadano de la Administración. En efecto, el gran cambio ha consistido en obligar a los ciudadanos a dejar de usar el papel y que canalicemos nuestra relación con la Administración a través de las diferentes sedes electrónicas.
Me resulta decepcionante que, en pleno 2020 aún no exista un portal administrativo único que englobe todos los trámites administrativos. A día de hoy, el ciudadano debe ir saltando de página web a página web, multiplicidad de sedes electrónicas distintas, ya no sólo dentro de la misma Administración (estatal, autonómico, local) sino incluso a nivel departamental (por ejemplo, el Ministerio de Hacienda tiene, entre otras sedes diferenciadas, la de la Agencia Tributaria, la del Catastro, la de los Tribunales Económico-Administrativos, etc.).
Ya, para nota (o para desespero), es cuando te encuentras que no hay homogeneidad de sistemas de acceso y certificación, ni los requerimientos técnicos, ni los sistemas de cifrado, etc.
Pero a lo que iba. Aunque ha habido significativos cambios y modernizaciones en el ámbito de las Administraciones públicas, es evidente, es llamativo que, esta adaptación ha sido muy intensa en aquellas áreas «generadoras» de ingresos (léase las distintas Administraciones tributarias o la Seguridad Social) y, en cambio, existen áreas, como es Educación o la Administración de Justicia, donde esta «transformación digital» parece que está aún por llegar.
En el caso concreto de la Educación. Sin dejar de lado la conveniencia de mantener el trabajo «físico» (es decir, con lápiz y papel), en mi opinión, sería deseable que todos los niños de este país tuvieran acceso al material formativo en soporte digital y dispusieran de un equipo básico que, les permitiese, bien sea en el aula o bien en casa (por ejemplo, en una convalecencia), seguir el ritmo normal de las clases. Ello comportaría que fuese preciso adaptar aulas para compatibilizar la presencia física con las conexiones virtuales, como sucede en muchos centros formativos. Creo que el COVID19 nos da una oportunidad para repensar el modelo educativo íntegramente. Deberíamos, cuando menos, plantear el debate.
¿Qué esto tiene un coste? Claro. Pero, así como no se ha reparado en gastos para disponer de la última tecnología para controlar y monitorizarnos a los contribuyentes españoles, quizás valdría la pena invertir para que, un elemento vertebrador esencial y de progreso, como es la Educación, sea posible en las mejores condiciones y todo el alumnado disponga de los medios y recursos básicos para el aprendizaje y el conocimiento. A día de hoy, todos nuestros hijos podrían «seguir en clase» sin problemas. Intuyo que, en la comunidad educativa habría alguna resistencia, porque no todos quieren ver expuestas sus miserias o sus carencias, pero ello no debería ser una excusa para resistirnos al cambio y adaptación al entorno digital.
Por tanto, en el ámbito de las distintas Administraciones e instituciones públicas, creo que esta crisis sanitaria nos está revelando muchas ineficiencias y que, ahora sí, la transformación digital se ha convertido en urgente. No es posible que, elementos fundamentales de una sociedad y de un Estado de Derecho, como es la administración de justicia, el sistema educativo o determinados servicios sociales puedan quedar paralizados o con una atención desigual, sencillamente, por no carecer de los medios y recursos necesarios.
Si hemos hablado de las Administraciones, me permito una reflexión sobre las personas. Nuestra responsabilidad como ciudadanos, padres, contribuyentes y demás.
En mi experiencia profesional, me he encontrado jóvenes, de los llamados «nativos digitales», de esos que desde la cuna ya saben lo que es Internet y ha convivido con las nuevas tecnologías, que mucho Instagram® y mucho TikTok®, pero que, de Excel®, Word® o Linux®, nada de nada. Es decir, se da la paradoja que, a pesar del tamaño o del valor de sus smartphones, apenas han adquirido las habilidades o conocen aplicaciones (herramientas) para uso profesional, dificultando así su acceso al mercado laboral.
Confieso que, a medida que pasan los años, te cuesta más formar a nuevos profesionales. Las primaveras van pasando y la frescura no es la misma. Pero una cosa es transmitir el know-how de la profesión (cómo plantear un recurso de reposición, cómo preparar la documentación ante una Inspección de Hacienda, que si la doctrina de los actos propios, etc.) y otra, muy distinta, enseñar a alguien a trabajar.
En este sentido, creo que, en los propios hogares, en las familias, por el bien de sus hijos, sería conveniente que, aparte de facilitar dispositivos electrónicos y el acceso al entorno digital, se les educe en las competencias tecnológicas básicas, que adquieran habilidades y conocimientos para su desarrollo empresarial y profesional. Digo yo, ¿no sería más útil que en lugar de comprarle un smartphone de gama media/alta se le provea de un smartphone más simple y un sencillo portátil para su trabajo personal y aprendizaje?
La transformación digital no pasa por disponer muchos dispositivos electrónicos y consumir el máximo de aplicaciones o servicios digital, sino en que las personas adquiramos las habilidades y competencias para operar, alternativamente, tanto en entornos físicos como en los digitales, a la vez que, nos adaptamos para afrontar cualquier cambio o evento futuro que pueda acontecer.
En conclusión, el maldito COVID19 trae muerte y crisis económica, pero también es una llamada de atención a que, la transformación digital ya la teníamos encima y hay mucho trabajo por delante que hacer, a todos los niveles. Precisamente, cualquier recuperación económica pasará por el éxito en la adaptación al nuevo entorno y a los cambios económicos y sociales que estamos, hoy mismo, experimentando en nuestros hogares.
Me ha encantado esta frase: “en el fenómeno HomeSchooling, incluso en esta versión edulcorada, existe un aspecto que me gusta especialmente, y es el hecho de que la responsabilidad de la enseñanza recae en sus legítimos titulares, las familias, evitando así esas tentaciones homogeneizadoras de algunos aprendices de tirano que pululan por las aulas y centros escolares”. Estoy hasta disfrutando de poder explicarle los temas a mi hijo, de saltarnos los ejercicios absurdos y de enseñarle a estudiar, a coger el diccionario si no entiende una palabra, a hacerse esquemas y a extractar lo importante.