De niña, soñaba a veces con extraviarme en un laberinto para buscar, al fondo del pasadizo medio oculto tras el enésimo recodo de la quinta revuelta, su tesoro escondido. Porque —por supuesto— todo laberinto guardaba el suyo propio: un locus amoenus, un fauno que te convierte en princesa, un trofeo mágico, que sé yo.
Convertido en realidad, mi evocador sueño infantil del pasado es ahora la inquietante pesadilla de mi presente, en la que al fondo del pasadizo medio oculto tras el enésimo recodo de la quinta revuelta espera siempre escondido, para darme un susto de muerte, un basilisco, un dragón, el mismísimo Voldemort, o el Minotauro, qué sé yo.
Para evadirme de ese inquietante presente, he pensado que nada mejor que convertir mi pesadilla en un cuento tributario para mis nietecillos del futuro: el Cuento del Laberinto Tributario.
¿Quieren que se lo cuente también a Uds.?
Dice así.
El Laberinto Tributario y sus tres rasgos diferenciales
Cuentan los viejos del lugar que, antes de que Siriquidation llegara a nuestras vidas, Dédalo el Legislativo creó un Laberinto Tributario para esos aventureros que entonces eran, y que después de Siriquidation ya no son, los contribuyentes del pasado.
Quiso Dédalo el Legislativo, al que a veces acusaron de soberbia, y tal vez de misantropía, y a veces incluso de locura, que el Laberinto Tributario se distinguiera entre los de su especie, y dijo así:
“El Laberinto Tributario se conocerá por no estar acabado.
De los setos que yo he plantado, y que pueda plantar en el futuro, brotarán nuevas ramas que el Ayudante Mayor o los Jardineros Menores y Mayores del Laberinto [se refería con ello, ya saben, a la Dirección General de Tributos y a los tribunales económico-administrativos o jurisdiccionales], podrán abonar y multiplicar hasta henchirlo todo”.
Y le gustó a Dédalo el Legislativo que su obra germinase, y se sintió con ello complacido y feliz, pues ya hemos dicho, queridos niños, que de soberbia a veces acusado fue.
Pero al tiempo pensó Dédalo el Legislativo que ese rasgo no era suficiente para hacer de su Laberinto algo verdaderamente inolvidable y dijo entonces así:
“El Laberinto Tributario se conocerá también por no estar desbrozado.
Con el sudor de su intelecto, el contribuyente habrá de descubrir los senderos ocultos por el follaje y habrá de leer en la hojarasca la dirección a seguir, teniendo en cuenta su misma apariencia, el tronco de la que brota, el seto en el que está, y el designio de su sembrador. [Se refería con ello, por si andan Uds. desorientados, a los criterios interpretativos del artículo 3.1 del CC, aplicables en materia tributaria ex el artículo 12 de la LGT.] Con el arrojo de su voluntad deberá el contribuyente decidir en las encrucijadas que su intelecto descubra, o en las que se abran espontáneamente ante sí, si encamina sus pasos hacia el este, con renuncia a las tierras de occidente, o si hacia el norte, alejándose del sur”.
Y le pareció a Dédalo el Legislativo que eso de entretener a los contribuyentes para que todo el tiempo que les había sido dado lo pasaran en la búsqueda de caminos era bueno y necesario y se quedó, satisfecho de sí mismo, tan pancho y tan feliz, pues ya hemos dicho, queridos niños, que de algo, tal vez, de misantropía también acusado fue.
Abuelita, abuelita —me interrumpirá aquí mi nietecilla Ariadna [recuérdenme, por favor, que explique luego a ciertas personas que acabo de decidir que me viene bien tener una futura nietecilla que se llame Ariadna]— ¿y por qué iba nadie a adentrarse en un laberinto tan complicado como ese, en el que ni siquiera se ve el camino a seguir? ¡Si ya nos perdemos siempre que tú nos guías en el de La Granja, que está todo despejadísimo!
Y entonces les explicaré que fue voluntad de Dédalo el Legislativo obligar a los contribuyentes a internarse en el Laberinto y que a tal efecto dispuso así:
“El Laberinto Tributario se conocerá asimismo por ser de obligado recorrido.
Solo recorriendo el Laberinto se podrá cosechar su tesoro escondido, la Gran Sorpresa de lo que Sale a Pagar, y solo cosechada la Gran Sorpresa de lo que Sale a Pagar podrá ser ésta ofrendada a Quien Debe Recibirla. No habrá ofrenda sin cosecha, ni cosecha sin Laberinto, y dependerá la Gran Sorpresa cosechada del camino en este último recorrido: mayor cuando se tome el de los Puertos Seguros de lo que Dicen las Instrucciones y Notas Informativas de la AEAT, menor, en cambio, si se eligen las Tierras Inhóspitas de las Ventajas Tributarias. Quienes rehúsen internarse en el Laberinto malditos serán siete veces entre todos los contribuyentes. Fugitivos y errantes serán quienes rehúyan el Laberinto y con ello la orden de cosechar la Gran Sorpresa y ofrendarla a Quien Debe Recibirla. Pero ¡ay de aquéllos cuya ofrenda disguste a Quien Debe Recibirla! Setenta veces siete podrán ser éstos malditos, pese a no haber rehuido el Laberinto”.
Abuelita, abuelita —me interrumpirá aquí mi nietecillo el curioso— ¿y por qué se maldice más veces a quien se interna en el Laberinto que a quien se queda al margen de él?
¡Yo lo sé!, ¡yo lo sé! —responderá mi nietecillo el sabiondo— es porque Quien Debe Recibirla no controla a los que se quedan fuera del Laberinto, ¿verdad que sí, abuelita?
Pues me parece fatal. ¡Una injusticia! —replicará mi nietecilla la sensible—.
¡Que nooo!, ¡que nooo!, que es solo una forma de hablar de la abuelita Gloria. ¿A que sí, abuelita, a que no querías decir nada especial? —dirá mi nietecilla la cándida…
Y entonces su abuela, sin saber muy bien qué decir, los mandará a todos callar, como callado quedó después de sus maldiciones Dédalo el Legislativo, que dedicó desde entonces sus energías a plantar más y más setos —jamás a podar o desenraizar los ya plantados— con lo que el Laberinto Tributario fue creciendo en tamaño e ininteligibilidad por igual, y extendió su superficie hasta los confines del mundo jurídico conocido, y llegó a alcanzar también partes del mundo jurídico por conocer, pues ya hemos dicho —les recordaré a mis nietecillos—, que a veces incluso de locura acusado fue Dédalo el Legislativo.
Teseo el Contribuyente antes del Laberinto
Sucedió que Teseo el Contribuyente, valiente y cumplidor, supo que Dédalo el Legislativo había contado los secretos del Laberinto Tributario a una chica muy lista y sabelotodo, y quiso Teseo el Contribuyente interrogarla antes de internarse en él. Esa chica lista y sabelotodo se llamaba Ariadna.
¡Anda, como yo! —volverá a interrumpirme mi nietecilla Ariadna. Y, pillada in fraganti, con un “¡uy!, ¡pues es verdad!, ¡qué casualidad!” retomaré rápido el hilo de la narración.
Fueron cinco las preguntas que Teseo formuló.
Preguntó Teseo, en primer lugar, cuándo sabría si su Gran Sorpresa cosechada sería del agrado de Quien Debe Recibirla, y quiso Ariadna contestarle así:
“Cuatro años tiene Quien Debe Recibirla para empezar a pensarse si le gusta o no. Si no recibes noticia de él en esos cuatro años, podrás asumir entonces que fue de su agrado. [Ya saben, art. 66 LGT.] Si antes de que se cumpla el cuarto aniversario recibes noticias de Quien Debe Recibirla, entonces es que se está pensando si es de su agrado o no lo es, y en ese pensamiento puede llegar a tardar, dependiendo del caso, seis, dieciocho o hasta veintisiete lunas nuevas completas”. [Ya saben: según la comprobación se lleve a cabo en un procedimiento de gestión o de inspección y según concurran o no, en estos últimos, las circunstancias del art. 150.1 b) LGT].
Preguntó Teseo, en segundo lugar, qué sucedía cuando la Gran Sorpresa cosechada no era del agrado de Quien Debe Recibirla, y quiso Ariadna advertirle así:
“Si la Gran Sorpresa que coseches en el Laberinto no es del agrado de Quien Debe Recibirla, dos serán las maldiciones a las que te expondrás. La primera de ella es segura. Probable solo la segunda es. En la parte segura, si Quien Debe Recibirla entiende que la Gran Sorpresa cosechada es menor de la que debió ser, te exigirá una Sorpresa Aún Mayor. [Ya saben: la que derive de un acuerdo de liquidación.] En la parte probable, podrá Quien Debe Recibirla imponerte además una Ofrenda Adicional [ya saben: la que derive de un acuerdo sancionador], si entiende que jugaste al Laberinto con malicia o sin prestar la debida atención”.
Quedó entonces preocupado Teseo el Contribuyente y quiso saber, en tercer lugar, si el juicio de Quien Debe Recibirla era inapelable y quiso Ariadna tranquilizarle así:
“Si crees que tu Gran Sorpresa debió ser del agrado de Quien Debe Recibirla, puedes buscar a los Jardineros Menores y Mayores del Laberinto, y ellos decidirán si Quien Debe Recibirla ha obrado bien en su rechazo”.
Pero perseveraba Teseo el Contribuyente en su inquietud, y preguntó a Ariadna, en cuarto lugar, cómo podría estar seguro de que los Jardineros le darían la razón frente a Quien Debe Recibirla y quiso Ariadna apiadarse de él así:
“Estos tres ovillos de lana te ayudarán a elegir bien el camino hacia la Gran Sorpresa a cosechar. El amarillo es el camino que marcan las consultas del Ayudante Mayor. Si lo sigues, salvo que haya un cambio de doctrina o de jurisprudencia, la Gran Sorpresa cosechada deberá ser admitida por Quien Debe Recibirla pues así lo dispuso el mismísimo Dédalo el Legislativo. [Sí, se refiere al art. 89 LGT.] El naranja es el camino que marcan dos resoluciones del Gran Jardinero Menor [sí, sí: el TEAC]. Si lo sigues, la Gran Sorpresa cosechada deberá también ser admitida por Quien Debe Recibirla, pues así lo dispuso también el mismísimo Dédalo el Legislativo. [Sí, se refiere al art. 239.8 LGT.] El rojo es el camino que marcan las sentencias del Gran Jardinero Mayor [sí, sí: el Tribunal Supremo]. Si lo sigues, la Gran Sorpresa también deberá ser admitida por Quien Debe Recibirla pues no en vano el Gran Jardinero Mayor es quien tiene la última palabra sobre la bondad de los caminos recorridos dentro del Laberinto”.
Pero a Teseo le sorprendía que los caminos que indicaban otros Jardineros Menores o Mayores del Laberinto no sirvieran para nada y que tampoco sirviera, ya puestos, el sudor del intelecto del propio Teseo el Contribuyente, o de otros que le precedieron, al descubrir caminos a partir de la apariencia de la hojarasca, el tronco de la que brota, el seto en la que está, y el designio de su sembrador, y quiso preguntar a Ariadna, en quinto y último lugar, si todo eso efectivamente no importaba nada. Y entonces Ariadna, no sabiendo bien qué decirle y encogiéndose de hombros, repuso así:
“Para evitar la Ofrenda Adicional, contestó Ariadna, todo camino debería poder valer si es razonable seguirlo. También vale para evitar la Sorpresa Aún Mayor si consigues convencer de que es el camino correcto a Quien Debe Recibirla o a los Jardineros Menores o Mayores del Laberinto. Ahora bien, cuando la Gran Sorpresa cosechada no es del agrado de Quien Debe Recibirla y los Jardineros del Laberinto están de acuerdo en que éste ha obrado bien en su rechazo, la Sorpresa Aún Mayor solo podría llegar a evitarse recorriendo los caminos marcados con alguno de los colores de estos tres ovillos”.
Y Teseo el Contribuyente, pese a la falta de confianza que le inspiraron esos «debería poder valer» y “solo podría llegar a evitarse”, se adentró en el Laberinto, dispuesto, gallardo, bizarro todo él.
Teseo el Contribuyente después del Laberinto
Pasaron semanas, meses, años, décadas, ¡toda una vida!, cuando un día, ya por fin, Teseo el Contribuyente —deshecho, rendido, avejentado todo él— llegó de vuelta a las lindes del Laberinto, buscó con su mirada a Ariadna, y la llamó para que se acercara, y para decirle así:
«Ariadna, Ariadnita, Dédalo el Legislativo no te contó de la misa la media.
Me dijiste que cuatro años tenía Quien Debe Recibirla para empezar a pensarse si la Gran Sorpresa cosechada es o no de su agrado. Pero no me dijiste que pensar si le agradaba cualquier parte de la cosecha hiciera que ese plazo se volviera a reiniciar para pensar su agrado de toda ella. [Sí: art. 68.1 a) LGT.] Tampoco me dijiste que cuando la Gran Sorpresa es de verdad sorprendente y te sale a descontar del importe de futuras ofrendas el plazo es de diez años, no de cuatro. [En efecto: art. 66 bis 2 LGT.] Y, sobre todo, no me dijiste nada de las cosechas que provienen de los Caminos Ya Sembrados en el Pasado para cuya aceptación o rechazo Quien Debe Recibirla dispone ahora de un plazo ilimitado, sin importar cuándo la siembra tuvo lugar, aunque esa circunstancia sí se consideró relevante en el pasado. [Me refiero, como se podrán imaginar, a la reciente sentencia del Tribunal Supremo de 11 de marzo de 2024, cas. 8243/2022 que concluye que tras la reforma del art. 115 LGT por la Ley 34/2015 la Administración se encuentra habilitada para recalificar negocios realizados en ejercicios prescritos “cualquiera que sea su fecha de celebración”… pese a que esa posibilidad de recalificación podía haber quedado ya prescrita, según la interpretación que hizo el propio Tribunal Supremo de esa posibilidad de recalificación de negocios celebrados en ejercicios prescritos bajo la vigencia de la LGT de 1963 en sus sentencias 30 de septiembre de 2019 (cas. 6276/2017), 22 de octubre de 2020 (cas. 5820/2018) y 4 de noviembre de 2020 (cas.7716/2018).]
Me advertiste —seguirá diciendo Teseo— de dos posibles maldiciones de Quien Debe Recibirla: que exigiera una Sorpresa Aún Mayor, o que exigiera una Ofrenda Adicional. Sin embargo, ninguna advertencia hubo, Ariadna, para la gran maldición que recae sobre aquellos que osan adentrarse en las Tierras Inhóspitas de las Ventajas Tributarias y que creen —pobres infelices— que cumplir escrupulosamente los requisitos escritos en los mojones del camino bastará para que la Gran Sorpresa que cosechen sea del agrado de Quien Debe Recibirla. No saben esos osados que Quien Debe Recibirla podrá exigirles una Sorpresa Aún Mayor si entiende que con ese cumplimiento escrupuloso se abusa de los designios de Dédalo el Legislativo. [Sí, se refiere al art. 15 LGT]. Y no saben tampoco que se les podrá llegar a exigir una Ofrenda Adicional si Quien Debe Recibirla considera que la mera voluntad de recorrer esos caminos justo porque conducen a una Gran Sorpresa menor convierte per se en inexistentes los pasos recorridos. [Sí, art. 16 LGT.] Tampoco hubo ninguna advertencia sobre ese Basilisco al que a veces llama Quien Debe Recibirla cuando le parece poco castigo la Ofrenda Adicional, que puede llegar a matar del susto con su simple mirada y que envenena de pesares toda la Ofrenda Adicional. [En efecto, se refiere el pobre Teseo a los casos de delito fiscal]
Me tranquilizaste, Ariadna, con la posibilidad de recurso a los Jardineros Menores y Mayores, pero no me dijiste que si me daba la razón un Jardinero Menor cualquiera, Quien Debe Recibirla puede recurrir al Gran Jardinero Menor. [En efecto, se refiere al recurso de alzada.] Tampoco me dijiste que cuando el Gran Jardinero Menor te da la razón, y Quien Debe Recibirla es una hacienda autonómica, ese Quien Debe Recibirla Autonómico puede acudir a los Jardineros Mayores para discutir la decisión alcanzada sin mayores requerimientos. Y, sobre todo, no me dijiste que una vez que incluso el Gran Jardinero Mayor te da la razón y anula la Sorpresa Aún Mayor, Quien Debe Recibirla puede seguir rechazando la Gran Sorpresa cosechada por razones distintas a las que en su día mostró. [Las cosas de la doctrina del tiro múltiple, ya saben.]
Me mostraste piedad con unos ovillos de colores que estaban destinados a asegurar el camino hacia una Gran Sorpresa del agrado de Quien Debe Recibirla, pero que me dejaron tan enredado en ellos como quedó Frodo en los hilos que le tendió Ella-Laraña, aunque mucho más colorido, eso sí. No me dijiste, Ariadna, que los hilos podrían entrecruzarse; que ese entrecruzamiento podría producirse una vez que el camino había sido recorrido; que el propio sendero marcado por un ovillo y ya recorrido podría desaparecer completamente por un nuevo camino marcado por otro hilo del mismo o distinto color.
Repusiste a mi última pregunta que todo camino debe valer para evitar la Ofrenda Adicional si es razonable seguirlo, pero incluso cuando seguí el camino amarillo marcado por las consultas del Ayudante Mayor me llegó a decir un Jardinero Menor que ese camino recorrido no superaba el umbral de razonabilidad para evitar la Ofrenda Adicional [sí, créanme: lo ha dicho] con lo cual, si no sirve para evitar la Sorpresa Aún Mayor porque se entiende que, por mucho que dijera Dédalo el Legislativo, no vincula a Quien Debe Recibirla, ni tampoco sirve para evitar la Ofrenda Adicional, ¿para qué —digo yo, Ariadna— sirve ese ovillo amarillo que me diste? Aunque tampoco sé si los otros dos ovillos sirven de verdad para evitar el rechazo de la Gran Sorpresa por Quien Debe Recibirla, la verdad, porque son pocos, muy pocos, los casos en los que este pobre Teseo el Contribuyente se encuentra protegido ante los cambios de criterio del Gran Jardinero Mayor, o ante las emboscadas que a veces parece querer tenderle Dédalo el Legislativo.
En verdad te digo, querida Ariadna, que no le hizo falta a Dédalo el Legislativo esconder ningún Minotauro en el Laberinto Tributario; todo él es monstruoso, todo él es una trampa de la que resulta difícil escapar».
Mi nietecilla Ariadna romperá entonces el silencio que se habrá abatido sobre mis pequeñuelos y, mirándome con esos ojazos que para su abuela tendrán todos sus nietos, me preguntará qué hizo Teseo después de aquello. A lo que esa abuela suya que, D.m., seré yo replicará:
¿Lo creerás, Ariadna? —cuando llegó Siriquidation, y le dijo, a partir del tratamiento automatizado en tiempo real de todos sus bienes, ingresos, actos y pensamientos más íntimos, cuál era la Gran Sorpresa de lo que Sale a Pagar Sin Rechistar, Teseo apenas se defendió…
Y con un colorín colorado, aquí les dejo este cuento tributario —oscuro, desalentado, desesperado todo él— ya acabado.
Querida Gloria, es posible que en algún momento profesional hayamos coincidido, siquiera ocasionalmente, aunque no estoy seguro, porque habría sido hace algunos años, cuando profesé en Madrid -ahora lo hago en mi querida Murcia-. Sólo decirte que tu «cuento» me ha maravillado; y que tienes la suerte de que cuando en un día futuro dejes el «laberinto» y a sus «jardineros», te tendrás a ti misma y a tu deliciosa escritura. No la dejes.
Querido Francisco: Muchas gracias por tu cariñoso comentario. No sé si cuando deje el «laberinto» se me agotará la inagotable fuente de inspiración de mi escritura que ahora encuentro en esas cositas que nos pasan a los que nos dedicamos a esto. Pero, bueno, intentaré hacerte caso. Lo de tenerme a mí misma… ¡qué remedio! Intentaremos que se haga lo más llevadero posible…;) Espero que haya algún momento profesional, si es posible en tu querida Murcia, para que recoincidir o hacerlo por primera vez. Un abrazo.
¡Prodigioso entuerto, Gloria! El Dédalo legislativo italiano está estos días cocinándole a Quien lo Debe Recibir un hermoso regalito: caducidad de todas las potestades tributarias a los diez años del devengo de las obligación. ¡De todas! ¡Sana envidia!
¡Qué bonita es Italia, y qué envidia me están dando ahora mismito los italianos!