«Los impuestos son el precio que pagamos por la Civilización.» (Oliver Wendell Holmes, Juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, «The great dissenter«). «En la selva no existen«. (Añadido posterior de Robert Wagner, político estadounidense). Con esta cita comenzaba en 2014 mi libro «¿Hacienda somos todos, impuestos y fraude en España?«, que estoy actualizando para su cuarta edición a petición, entre otros, de algunos suscriptores de este blog. Creo que es la cita adecuada para comenzar una réplica a la entrada de Emilio Pérez Pombo sobre la legitimidad, o no, del fraude, publicada aquí hace unos días.
Conocí a Emilio, cuando me lo presentó el otro cofundador de este blog, Esaú Alarcón, a raíz, precisamente, de la presentación del libro en Barcelona. A Esaú lo había conocido en una inspección, al otro lado de la mesa…Sirvan estas líneas, llevando la contraria, como agradecimiento a la tarea de divulgación que los fundadores y demás autores lleva a cabo en este blog.
Efectivamente, comenzar un libro con la cita de Oliver Wendell Holmes es una declaración de intenciones: soy de la opinión de que el fraude no está justificado en una democracia. Pero, Emilio planteaba el otro día algunos argumentos interesantes. Así que los comentaremos:
En primer lugar, la legitimidad del Estado, según el autor estaba basada en la servidumbre voluntaria. El ejemplo que pone se basa en el relato del libro de Samuel. Efectivamente, el pueblo de Israel no tenía gobierno y los jueces resolvían los conflictos entre ellos. El problema es que los israelíes no están solos en esa parte del mundo. En consecuencia, cuando piden un rey, lo que están pidiendo, es organización para defenderse, con un ejército, es decir todos juntos, de los ataques de otros pueblos de la zona.
Coincido con Emilio en que ese relato es precioso, pero ese libro también tiene uno de los episodios más difíciles de comprender, al menos para mí, de toda la Biblia. El primer rey de Israel, Saúl es rechazado por Yahvé por no atenerse a sus órdenes: Exterminar a todos los amalecitas, y todos incluye mujeres y niños. Saúl no cumplió, porque perdonó al harén del Rey de Amalec para quedárselo. El episodio no deja en buen lugar a Saúl, pero es indicativo del procedimiento para garantizar la seguridad en la época: el genocidio. Tristemente, esto no sólo pasó en la Alemania nazi, sino que sigue habiendo extremistas, incluso en nuestros días, también en esa parte del mundo, que piensan que este tipo de actuaciones son la solución a los problemas.
Pero, en cualquier caso, el Estado es la garantía de la libertad, la seguridad e incluso la vida en el mundo real. Donde no existe el Estado, la vida acaba no valiendo nada. Eso no sólo pasaba hace dos mil o tres años, más recientemente lo hemos podido ver con la Pandemia. El esfuerzo de investigación, prueba e inoculación de las vacunas es esencialmente un proceso público financiado con impuestos. Incluso alguna firma farmacéutica que directamente no recibió subvenciones se asoció con otra que sí las recibió. Por supuesto, la compra de vacunas y su distribución e inoculación masiva ha sido un proceso público, financiado con impuestos en el mundo entero. Por supuesto, en todo esto ha habido fallos, incluso errores clamorosos, pero de no haber existido este ingente esfuerzo público, habrían muerto muchos millones de personas más, y por supuesto las economías hubiesen tardado aún más tiempo para recuperarse. Por una elemental cuestión de economías de escala y organización, esto no lo podía haber llevado a cabo en exclusiva el sector privado en un mundo donde no existiese ni el Sector Público ni los impuestos.
La exigencia de impuestos puede dar lugar a revoluciones. Efectivamente, la exigencia de impuestos a las colonias norteamericanas es el origen del «Boston Tea Party»: el gobierno de Su Majestad no escuchó las recomendaciones de Burke y todo esto fue el origen de la Independencia Norteamericana. Pero conviene prestar atención a dos hechos: en primer término, la exigencia de impuestos y monopolio comercial (sólo se puede comerciar con la Metrópoli) se realiza en interés exclusivo de Gran Bretaña y contra los intereses de los que habitaban en las 13 colonias. En segundo lugar, los habitantes de las colonias no estaban representados en el Parlamento. Por eso, uno de los lemas de la revolución no fue «NO TAXES» (No a los impuestos), sino «No taxation without representation» (No a los impuestos SIN representación). El Congreso de los Estados Unidos claro que ha establecido impuestos durante estos más de 200 años, no el gobierno federal, pero los norteamericanos estaban democráticamente representados. Otro día, si quieren, podemos hablar de los casos de Puerto Rico y Washington D.C.
En este planteamiento se condensa la legitimidad del Estado para la exigencia de impuestos: en el consentimiento de los representantes de los ciudadanos. De hecho, los Parlamentos se crearon precisamente para eso en la Edad Media, y la primera de sus funciones era la presupuestaria: aprobar los gastos del Estado y autorizar la exigencia de los impuestos correspondientes. Eso no es garantía, ni mucho menos, de acierto siempre, pero sí es una garantía de legitimidad. Y ésta es una distinción básica entre la Democracia y la tiranía, entre el totalitarismo y el Estado de Derecho con separación de poderes.
Todos podemos discrepar de la política económica y fiscal de un gobierno, pero eso no da ni mucho menos, legitima el incumplimiento ni el fraude a las leyes democráticamente aprobadas. Una democracia no es una colonia ocupada ni tampoco una dictadura. Si esto fuese así, si hubiese un derecho a defraudar impunemente, reinaría la más absoluta anarquía, es decir la selva, la ley del más fuerte. En una democracia, el derecho a disentir de la política de un gobierno se expresa en las Urnas, votando a otras opciones políticas, no defraudando.
Coda personal: En la crisis posterior al estallido de la gran burbuja (2008 en adelante), los ajustes se hicieron, mayoritariamente mediante subidas de impuestos. Los hizo un gobierno que se presentó a las elecciones prometiendo casi una sola cosa: No subir los impuestos. Sin embargo, como todos sabemos, lo que realmente hizo fue acometer la mayor subida de impuestos de la democracia. Estas subidas masivas de impuestos, y también una amnistía fiscal los aprobó sin problemas ese gobierno gracias a su mayoría absoluta. Aunque lo critiqué amargamente en mi libro, por supuesto, como contribuyente pagué los impuestos que me tocaban, y como inspector exigí las leyes de impuestos, con independencia de lo que pensase. Por ejemplo, pensaba que la amnistía fiscal era contraproducente, injusta e inconstitucional, pero eso no fue efectivo hasta que lo declaró el Tribunal Constitucional, cuando hacía muchos años que todo había pasado.
Lo que sí hice, al año siguiente, en 2015 fue presentarme a las elecciones al Congreso de los Diputados proponiendo una política fiscal distinta. Todos los lectores de este blog saben cómo terminó, pero sigo pensando que mereció la pena y que ése era el camino.
No estoy de acuerdo. Del Estado a la selva, hay puntos intermedios. Igual que:
1. De la gestión pública a la responsabilidad pública
2. Del monopolio en la provisión de los servicios públicos al pluralismo de su oferta
3. De la asignación administrativa a la libertad de elección de los ciudadanos
Buenos días: Claro que hay buena y mala gestión pública. Por supuesto, también puede haber provisión pública de servicios públicos o provisión privada…
Pero la cuestión a la que me limitaba a responder en esta entrada es, simplemente: ¿justifica el fraude la mala política pública? En mi opinión, NO.
En la Alemania nazi también se pagaban impuestos, incluso los judíos. Todo aparentemente muy democrático, desgraciadamente ya sabemos cómo acabó todo. Es muy difícil a veces distinguir entre legalidad y legitimidad. Creo que toda opinión debe estar sujeta a la sana crítica. ¿De haber sido judío habría sido justificable el fraude? En mi opinión, SI.
El problema no son los impuestos.
El problema es su aplicación correcta.
El mayor defraudador es la propia agencia tributaria permitiendo “autoliquidaciones” con error de base imponible.
Capitalismo, impuestos por “aumentar” capacidad económica, cuando pone de manifiesto mayor capacidad.
Comunismo, impuestos por “disponer” capacidad económica, permitiendo confiscar hasta una mínima capacidad igualitaria.
En el capitalismo propone el ahorro y el esfuerzo para su obtención.
En el comunismo desmotiva el ahorro y el esfuerzo para su obtención.
España es un estado capitalista, con leyes capitalistas, interpretadas como si fuera un estado comunista que permite la confiscación del ahorro.
Ejemplo: No EXISTEN “DONACIONES” en vida del donante por que es un “impuesto mortis causa” del contribuyente por sus actos “intervivos”, “en vida” del causante ahora “difunto”.
Las “DONACIONES” son legisladas como “TRANSMISIONES onerosas” “inter vivos” que se descubran de un difunto por “mortis causa” y el hecho imponible es la adquisición que existió y se ocultó, cuando se ponga de manifiesto que existió donación con independencia de la transmisión (onerosa) sin lucro del difunto por dicha adquisición.
El recaudador (Agencia Tributaria) ha aleccionado en el engaño automatizado, implantado en universidades con expertos tutores salidos de la administración, a todo aquel que memoriza, sin entender, que no existe transmisión lucrativa en donación cuando es transmisión onerosa (sin aumentar capacidad económica) y lo que tributa son las adquisiciones lucrativas cuando existan.
La transmisión lucrativa de un difunto es imposible y por ello se legisla como adquisición lucrativa “inter vivos” de transmisión onerosa, que se omitió poner de manifiesto como capacidad económica (sin declaración previa en vida, sin manifestar) que está obligada a tributación impositiva por SUCESIONES, DONACIONES del difunto.
Una “DONACIÓN” declarada por donante en vida, (sin mortis causa) se legisla en España como TRANSMISIÓN ONEROSA “intervivos” (sin tipo variable por parentesco que pueda modificarse) pero armonizar el engaño desde Hacienda, durante años, es muy complicado, cuando han recaudado a quien transmite onerosamente (donación declarada), que lejos de poner de manifiesto una capacidad económica, resulta demostrar una incapacidad económica por el acto “inter vivos”.
Quien regala (transmisión onerosa) no tributa, quien recibe (adquiere) está obligado a tributar por su adquisicion lucrativa procedente de transmisión onerosa.
No existe ningún impuesto sobre “DONACIONES” manifestadas en vida del donante, pues es un impuesto “mortis causa” que cierra el marco de la imposición directa (del contribuyente = difunto). Ya me gustaría liquidar impuesto de donaciones y cerrar mi marco impositivo “en vida” por obligado pago de impuesto sobre DONACIÓN.
Mal, mal, muy mal, señores letrados y administradores de Hacienda.