Silencio administrativo

Acabo de leer un librito* de Sara Mesa, recomendado por mi querida y admirada Gloria Marín, que lleva el mismo título que este post, y me ha estremecido. Se trata de Carmen, una persona con discapacidad sumida en la pobreza más absoluta. Pobre hasta para pedir, decía mi suegro, que agonizó en voz baja por cortesía. Carmen pertenece a la capa más baja de las capas; no está en riesgo de exclusión, ya ha sido excluida.

Con la ayuda de Beatriz –que no es nadie en concreto, sino alguien en compañía de otros–, lucha por conseguir una renta mínima de inserción social frente a un laberinto burocrático diseñado para quien es pobre, pero no tanto. Y es así porque son tales las exigencias para alcanzar un objetivo básico que a aquellos que están en situación de pobreza extrema o riesgo –por no decir estado– de exclusión social, se les requiere una panoplia de documentos cuya denominación induce a una confusión invencible para quienes ni siquiera alcanzan la cota de pobres 2.0, pese a lo cual, como señala la autora, alguna razón debe sustentar toda esa jerga. El problema es la indefensión que se crea al exigir precisión a quienes no se informa previamente, creando una barrera insuperable de zancadillas que parecen intentos de ralentizar lo que ya de por sí es lento.

Nadie podría reprocharle a Carmen que no cumpliera con su parte en la batalla, que arranca con el padrón del nunca jamás y transcurre con la acumulación de papeles y gestiones que siempre hallan un “pero” del que nunca he leído mejor descripción: la mala leche de la conjunción adversativa. Resultando que entre unos y otros agentes la Administración no da señales de vida ante una situación que ronda la fatalidad, pero sí ofrece ayudas para el pago de la tasa de basuras. No pregunten.

El sistema es diabólico; en su precisión y exactitud radica su perversidad, conduciendo al mantenimiento de esa absoluta falta de libertad que supone la pobreza, según la define Amartya Sen –en cita de la autora–. Peor, si cabe, pues el fracaso y la desconfianza abundan –ciertamente, es lo único que sobra– en el camino a la destrucción de esa valiosa pieza de humanidad que convierte medidas imprescindibles en meras presentaciones mediáticas efectistas, acríticas y epidérmicas.

No me resisto a reproducir este fragmento de la obra, cuya lectura, ocioso es decirlo, sugiero encarecidamente: el laberinto burocrático no es un ente abstracto. Es una maquinaria compuesta por personas con nombres y apellidos reglada por normas y costumbres que imponen personas con nombres y apellidos.  

Estas personas nunca deberían olvidar que los expedientes con los que trabajan, esas solicitudes llenas de datos y documentación tienen que ver también con personas que no pueden defender sus derechos.

El laberinto burocrático archiva una solicitud cuando requiere documentación adicional y no se presenta en un plazo de 10 días. El laberinto burocrático puede incumplir sus propios plazos –y de hecho así sucede–, pero es implacable con los plazos ajenos. Y, en fin, el silencio administrativo es unilateral, porque a la otra parte se le exige comunicación constante, veraz, rápida y eficiente.

Ciertamente, respetables lectores, hemos asumido que la Administración es un complejo institucional en el que se apoya y del que también depende la vida de los ciudadanos. No puede hablarse ya –al menos en términos generales– de aquella concepción del aparato administrativo como un instrumento de agresión, que sólo cuando está inmóvil es inofensivo; al contrario, es su silencio lo que, paradójicamente, zahiere, por cuanto humilla y mortifica.

Partiendo del sometimiento a la ley de cualquier actividad administrativa, lo que debería fulminar cualquier rastro de aversión y traer consuelo es la existencia de una instancia superior que permite al ciudadano asumir sin excesiva repugnancia actuaciones públicas, por muy aparatosas que resulten, sabiendo que serán revisadas si no encajan en la premisa mayor. Ya se sabe de la amplitud –o desmesura, si se prefiere– de las funciones administrativas, pero relaja la posibilidad de su control sobre el que reposa uno de los pilares esenciales del Estado de derecho.

Lo que no es tan soportable es el desprecio que el silencio supone. De hecho, el incumplimiento del deber de resolver es, probablemente, la más lacerante expresión de una Administración que en lugar de proveer la tutela a la que sirve, salta sobre la Ley, declarándose en ausencia por pasividad, dejando al ciudadano maltrecho en lugar de anotarse la más satisfactoria de las soluciones escogiendo entre el repertorio de resultados el más favorable a la garantía del particular.

Sabemos que hay contramedidas, al menos desde que la técnica del silencio administrativo se instaurara por primera vez en Francia por conducto de una ley de 17 de julio de 1900, llegando a España a través de los Estatutos Locales de Calvo Sotelo de 1924 y 1925, como remedio para que, transcurrido un tiempo sin un pronunciamiento expreso, la ley permita presumir que la petición, por lo común, ha sido denegada y, en consecuencia, el ciudadano pueda promover frente a esta situación las acciones jurisdiccionales pertinentes.

Pero no es eso en realidad lo deseable, porque usted, amable lector, conocerá bien los entresijos de esta ficción, más manoseada de lo preciso, consistente en despejar el camino del obstáculo de la llamada regla de la decisión previa, fantasma tradicional cuya misión consistía en impedir el acceso a la justicia aun en las situaciones más sangrantes –Alejandro Nieto dixit–, como le sucede a tantas Cármenes, cuya vida –plena de dignidad– pende de que alguien responda como le es ordenado desde el otro lado de un lúgubre mostrador.

Por lo anterior, solicito: aparten de cualquier Carmen el cáliz del silencio, por favor.

*Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático. Nuevos cuadernos anagrama. Ed. Anagrama, 5ª edición, diciembre 2021.

Un pensamiento en “Silencio administrativo

  1. Triunvirato Abogados

    La administración no cuenta con medios personales suficientes para atender tantas solicitudes.
    Excesivos pedimentos por parte de la administración, para ayudas que son un pan para hoy y un hambre para mañana y que no llegan o se eternizan.
    Los funcionarios, aunque espero y creo que no todos, solo ven datos y más datos olvidando que hay personas detrás de tanta letra. Con la excusa de la pandemia, pues así lo creo, aprovecharon para cerrar sus puertas, para que no resultemos tan molestos, obligándonos a doblegarnos ante las locuciones telefónicas y a un sistema digital que no es para todos.

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