Se habla y se proclama que se está estudiando una reforma del sistema tributario. Para ello se ha organizado la típica reunión de pretendidos “sabios”, en formato Comisión, para que den sus opiniones y formulen las propuestas que consideren oportunas. En estos días, se comienzan a conocer las primeras impresiones y conclusiones preliminares, con la consiguiente alegría o desazón por las propuestas conocidas. Como se suele decir, la alegría va por barrios, aunque aún no he encontrado el barrio que se alegre.
El pasado lunes asistí en mi colegio profesional, en mi doble condición de economista y miembro del Registro de Economistas y Asesores Fiscales (REAF-REGAF), a la presentación del Informe elaborado por el Consejo General de Economistas.
Ya hace unas semanas, sin que nadie me llamase ni me pidiese opinión (es lo que tiene tener una bitácora propia) expuse mis planteamientos y propuestas en líneas generales. Como ya indicaba, ni tengo la categoría académica, ni la cualificación necesaria ni el debido reconocimiento profesional para equipararme a ellos, ni mucho menos, pero como a cualquier otra persona, me gusta confrontar mis opiniones con el resto de personas, a fin de aprender y verificar si mis reflexiones son correctas.
En cualquier caso, como cabía esperar, entre las propuestas de la Comisión de “sabios”, el Informe del Consejo General de Economistas y mi opinión personal, existe una importante divergencia.
Y la divergencia deviene del punto de partida del análisis. Tanto la Comisión de “sabios” como el Informe del Consejo General de Economistas así como otros informes y documentos similares que circulan por la red parte de un mal de origen común: el objetivo de la reforma es modificar el sistema tributario sin que ello afecte al nivel de gasto público existente. O sea, un mero ejercicio lampedusiano: cambiar todo para que nada cambie.
Mal vamos si resulta que no se puede cuestionar el gasto público. ¿Es viable, económica y financieramente el actual gasto público? ¿Es racional? ¿Es justo? ¿Es adecuado? Os anticipo mis respuestas, no, no, no y no.
Pretenden justificar este ejercicio de «gatopardismo» porque, en el actual estado de cosas, no deberíamos poner en riesgo la recaudación tributaria que permite mantener el nivel de gastos y prestaciones públicas existentes. Y la pregunta es, ¿y cuándo vuelvan las vacas gordas – si vuelven – acaso tendrán los poderes públicos algún incentivo para la optimización, racionalización y reducción del gasto público? La respuesta es, otra vez, no.
Te genera desazón ver como esta clase política (y los “sabios” que se prestan al ejercicio) pierden nuevamente una oportunidad de hacer Política y devolver nobleza a su profesión. Uno que es optimista por naturaleza, ante estos avatares de la vida, se vuelve taciturno y deviene en algo huraño, como Giuseppe Tomasi di Lampedusa, al que le rindo homenaje.
Ruego me disculpen, pero como esta clase política no se atreven a decirlo ni tienen coraje para afrontarlo, un mindungui con bitácora compartida como el que aquí escribe se lo escribe:
– El actual Estado del (presunto) Bienestar en España es inviable e insostenible, económica y financieramente. Ya pueden tirar para adelante la pelota, pero llegará un día que, como cuando éramos pequeños y jugábamos en el patio del colegio, alguien gritará “Bomba” y estallará en los aires.
La confrontación del presente inmediato y del futuro, que ya se está larvando, que finalizará con un evidente estallido social no será entre burgueses y proletarios (como algún nostálgico desorientado aún cree), ni entre territorios (por más que los cínicos y malévolos disfrazados los aticen), sino entre las gravadas clases medias y las clases pobres subsidiadas así como entre distintas generaciones de población (pensionistas versus población activa).
– El actual sistema de pensiones y prestaciones públicas está técnicamente quebrado. El actual modelo piramidal se sostiene gracias a exprimir de manera continuada y de forma creciente a la cada vez más reducida población activa (recordemos, que según la última Encuesta de Población Activa, la población activa con empleo, 16,76 millones, apenas es un tercio de la población total de España, 46,77 millones). Prueba de ello, la villanía de la última modificación legislativa por la que se exige cotizar y someter a retención o ingreso a cuenta una serie de retribuciones en especie que permitían dar algo de aire y flexibilidad en las relaciones laborales. Esa felonía es un síntoma evidente de la enfermedad. Y lo que queda…
La población cada vez está más envejecida, anualmente, comprobaremos que las incorporaciones a la masa laboral activa serán menores a las bajas de la población laboral activa. ¿Por qué? Sencillamente por la pirámide de población. La cifra de nacidos en el año 1948 (471.000 personas) es superior a la de nacidos en 1994 (432.000 personas), con lo que, no existe el adecuada reemplazo generacional. Es decir, un joven que se incorpore a un puesto de trabajo deberá sostener a un jubilado y parte de otro hasta su fallecimiento, esto es, durante una media de 20 años, aparte de mantener su vida, familia y la parte correspondiente del Estado del Bienestar.
A los jóvenes y no tan jóvenes se nos obliga a cotizar con la contraprestación de una expectativa de derecho. Sin embargo, cualquier gestor avezado sabe que no existe expectativa de derecho alguno. El día de mañana, cuando yo cumpla los 67 años o 70 años, da igual, no veré un duro. Ergo, ¿por qué es razonable seguir cotizando?
Saberlo no me tranquiliza, pero que lo oculten, me desmorona. Porque, si lo ponemos encima de la mesa estamos a tiempo de buscar remedios y opciones, o hacernos a la idea del problema. Lo malo es que seguimos pasando la pelota…
– La actual estructura del gasto público sólo se justifica como mecanismo para la captura de votantes, como los sistemas clientelares de la clase política romana que acabó destruyendo la República. Una subvención, un subsidio, una prestación; un voto. Más crudo, cuantos más pobres y mileuristas, más fácil resultará conseguir clientes y siervos. Si además, se da pan (prestación de 400 Euros al mes) y circo (fútbol cada día, telenovelas y algo de erotismo gratuito), la peble se convierte en una masa de fácil dominación.
En resumen, si resulta que no podemos discutir el nivel del gasto público, con perdón, ¿de qué reforma tributaria estamos hablando?
Lo dicho, que sólo tengo una bitácora, y encima compartida…
Aunque el punto de partida que sugieres, para mí, es el acertado, siempre he tenido muy claro que nunca se van a proponer las cuestiones que planteas.
El clientelismo que se ha instaurado en nuestra sociedad alcanza cuotas de votantes prácticamente absolutas: subsidiados, pensionistas, funcionarios… Una parte muy importante de la sociedad (votante) no puede concebir una forma distinta de vivir, por eso piden al Estado, que sea más Estado. ¿Cómo reaccionarían los jubilados si les rebajaran la pensión? ¿O las viudas? ¿Qué harían los millones de funcionarios si su empresa-estatal decide presentar un ERE y reducir sus salarios? ¿Y los ciudadanos si se les anuncia el fin de ciertas prestaciones sociales? Todo ello, por mucho que les digan o razonen que el actual sistema es injusto con las generaciones venideras. Por mucho que les fundamenten que el actual sistema de pensiones sigue el esquema de toda estafa piramidal. Y, ante ello, ante esa enorme masa de votantes Estado-dependientes ¿Cómo se atreverá algún político a proponer y tirar adelante con lo que expones? ¡Eso sería su suicidio! ¡Su fin!
Realmente, es una lástima que no exista un grupo realmente fuerte, valiente, capaz de explicar cuál es el verdadero problema del sistema, que no pasa por cambiar los muebles de una habitación a otra: la casa sigue siendo la misma. Más lamentable cuando llevan siglos avisándonos:
“Uno de los primeros y más importantes principios en los que se consagran la república y las leyes, a fin de que los poseedores temporales y rentistas vitalicios en ella, inconscientes de lo que han recibido de sus antepasados o de lo que es debido a su posteridad, actúen como si fueran los amos absolutos, es que no deben pensar que entre sus derechos figura el de cortar el vínculo y derrochar la herencia destruyendo a su placer todo el tejido original de su sociedad, aventurándose a dejar a los que vienen después de ellos una ruina en lugar de una morada […]” Edmund Burke. Reflexiones sobre la Revolución en Francia. (1790).
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